Últimamente se me infiltran en mi programación habitual televisiva algunas series japonesas. Casi siempre con premisas aparentemente interesantes, aunque luego, con excepciones, suelen resultar bastante flojas. Como las tres que he ido terminando recientemente. Bien es cierto que muchas veces las arrastro durante semanas, y voy viendo sus episodios de vez en cuando, no necesariamente muy seguidos. Todas en Netflix.

Ya comenté hace un tiempo el drama médico Black Pean o Black Forceps, en inglés el título original de esta serie japonesa. Un auténtico guilty pleasure, puesto que las situaciones que se plantean en esta serie de cirujanos cardiacos compitiendo entre sí y contras las nuevas tecnologías e inteligencias artificiales son auténticamente demenciales. El personaje protagonista de la primera temporada, un extraño y excéntrico cirujano, infalible, pero que hacía lo que le venía en gana, es sustituido por otro con similares características, pero interpretado por el mismo actor, con el pelo teñido de rubio, porque cuando aparece por primera vez vive en Australia. Creo que el momento supremo es cuando en un episodio, se quedan sin cirujanos en medio de una delicada intervención de cirugía cardiaca, y en ese momento, la enfermera instrumentista se pone a operar y salva al paciente. Porque en secreto ha estudiado medicina y ha aprendido a suturar en un despacho con gasas. Hay otras demencialidades similares, pero a pesar de lo absurdo la he ido viendo… absolutamente epatado por el sinsentido, pero sin poder dejar de verlo. Droga dura. La actriz que interpreta a la instrumentista también canta, unos buguibuguis muy majos. Pero no en la serie. En la serie sólo hace «poner cara de la mala leche».
Koi wa Tsuzuku yo Doko made mo [恋はつづくよどこまでも, el amor será para siempre], en castellano/inglés Un caso incurable de amor/An incurable case of love, es una comedia romántica, también de ambiente médico hospitalario. Una adolescente se ve inspirada por un joven médico salvando una vida en la calle a estudiar enfermería y acaba entrando a trabajar como novata en el mismo hospital que el médico. Está basada en un manga que igual está bien, pero que tiene una premisa muy tópica en las comedias románticas japonesas. Una chica monilla, atolondrada, simpática y extrovertida, con buen corazón, que se enamora o le lía la vida a un tipo muy inteligente, muy guapo, pero muy serio y distante. Muchas veces un auténtico sieso. Con un sexista reparto de roles frecuente en estas producciones. El hombre listo, la mujer tontilla, pero con buen corazón y muy alegre. No deja de ser también un guilty pleasure. Pero ambas están bien valoradas por su público original, o sea, deben estar adaptadas al gusto de su país de origen.

Si las anteriores son producciones para cadenas de televisión japonesas que Netflix distribuye en muchos países, Ren’ai Batoru Rowaiyaru [恋愛 バトルロワイヤル, Love battle royale, agarrándose a la estela de la famosa película distópica-gore-adolescente], es un original de la plataforma de contenidos en línea, y es conocida en castellano/inglés como Prohibido enamorarse/Chastity High. Dos institutos privados de élite, uno masculino y otro femenino, se fusionan. Pero se implanta un política de prohibición de la relaciones románticas entre los alumnos. Al que pillen, expulsado. Y se implanta una «policía» interna de vigilancia y un sistema de denuncias anónimas. Una alumna con problemas de dinero familiares encuentra la forma de eliminar las denuncias, si los implicados le pagan un dinero. Pero acabará liándose también con un mozo del instituto. Tiene toda la pinta de ser una adaptación de algún manga… pero no, es un original, que prometía bastante en los primeros episodios, pero se acaba desinflando, por los bandazos del guion, y porque finalmente no saca todo el jugo que podría de los temas y las diversas tramas que va abriendo. Curiosamente, aunque en general, con sus defectos, es mejor que las anteriores, los votantes en IMDb la consideran peor. Cosas que pasan.

