Estamos en crisis cinematográfica. La primavera es una época tradicionalmente mala para ir al cine, salvo esas joyas desconocidas que salpican la cartelera de vez en cuando. Pero desde la última «fiesta del cine», cada vez más destructivas estas fiestas con el buen cine, hemos observado además una disminución de la oferta de cine en versión original. Ya no vamos a las salas a ver un producto adulterado, como son las películas dobladas. Sólo versiones con sonido original. Todo lo demás, vetado. O quizá es que apenas dura una semana en cartelera la versión original, y si no puedes ir por algún motivo, como por horarios muy limitados y que no concilian con tu vida… pues adiós. Pero es que además… la cartelera tiene un aspecto muy flojo, muy flojo. Y algunas películas potencialmente interesantes que hemos visto estrenadas en algunos lugares de nuestro país, en Zaragoza han brillado por su ausencia. El oligopolio de las multisalas de cine también tiene efectos devastadores, sobre la oferta. Paradójicamente, por el gran número de salas,… pero en las que todas exhiben lo mismo. Así que hacemos otras cosas. Y yo miro a ver qué se estrena en plataformas en línea… donde el panorama tampoco es muy bueno.
Esta película… en mi valoración personal aparece como aprobada… porque no es una catástrofe. Pero tampoco es buena. Ni mucho menos. He estado valorando seriamente el número de estrellas que le tocaban… y ninguna opción me satisfacía por distintos motivos. Una película japonesa, dirigida por Tōichirô Rutō, que ya se estrenó hace un tiempo en Netflix, y que había guardado en mi lista «para ver», sin encontrar un momento hasta esta semana. Una adaptación en acción real de un manga, en el que la protagonista es una joven estudiante de contabilidad que por la noche es asesina a sueldo. El caso es que la película es una mezcla de cosas que tienen sentido como adaptación de un manga y de otras cosas que flojean en gran medida. Quizá el principal problema es que estamos con un reparto que se esfuerza mucho, pero no acaba de cuajar. No sé.
No acierto a recomendarla. Y lo mismo que aparece como aprobada, según el humor con el que me hubiese pillado aparecería como suspendida. Como ya digo por causa de sus interpretaciones y del guion. En fin… un producto muy propio del país nipón, pero en un sentido que lo mismo acierta como pinchan estrepitosamente. El caso es que el material gráfico de origen está bien valorado… claro… por eso lo adaptan.
Como en los últimos tiempos se me han acumulado muchas series para comentar, voy a darle al tema algunos empujones. Y hoy iremos con cosas que vienen de Asia oriental, de diversas nacionalidades, y que me han llamado la atención de una forma u otra. En general para bien, aunque hay alguna que es una mera curiosidad.
Mófǎng fàn [模仿犯, el imitador] denominada internacionalmente Copycat killer, en español El asesino mediático, es una adaptación taiwanesa de una novela de éxito japonesa de la escritora Miyuki Miyabe, de quien no he leído nada hasta el momento, del mismo título, 模倣犯, aunque de pronunciación diferente… pero no mucho, Mohōhan. Bueno… uno de los caracteres no es exactamente igual, por los procesos de simplificación de caracteres en distintos países, que no siempre coinciden. En cualquier caso, los protagonistas son un fiscal con un pasado problemático por determinados acontecimientos en su adolescencia, y una joven periodista que busca encontrar su voz y su carácter en su trabajo, pero sin perder la honestidad. Y un asesino en serie de mujeres jóvenes, que parece imitar a un asesino del pasado. Una serie que tiene altibajos, pero que globalmente me ha parecido muy interesante, especialmente en sus interpretaciones y en su ambiente, quizá es el guion o el desarrollo de la trama el que presenta algunas inconsistencias. Pero como va de menos a más, se perdona.
Fotográficamente nos desplazamos a Taipei, capital de Taiwan, uno de nuestros destinos televisivos de hoy.
Risqué Bussines: Japan es una serie surcoreana de tipo documental, pero que transcurre en Japón. En Tokio principalmente. Y la premisa es que, siendo Corea del Sur un país conservador y moralista, viajan al país vecino donde la industria del sexo, en sus diversas dimensiones parece más boyante y decidida. Por supuesto, no dedican ningún episodio a la prostitución, pero sí a los supermercados de productos para el sexo, a los fabricantes de dispositivos para la autosatisfacción sexual, al AV (adult video, es decir el cine/vídeo pornográfico), a los clubs con camareros macizorros para mujeres, y a las costumbres de citas y relaciones entre las parejas niponas. Es dinámica, agil, y los dos presentadores hacen bastante el payaso fingiendo escandalizarse de las cosas que ven o encuentran. Es más anecdótico que interesante. Yo no soy nada pacato, pero la visión acrítica del vídeo/cine porno no me acaba de convencer; no muy convencido de la ética de estas producciones, nunca, lo vistan como lo vistan. Las otras cuestiones me parecen más propias de la libertad de cada cual. Parece que habrá futuras temporadas en otros países asiáticos, siendo Taiwan el anunciado para un futuro más o menos próximo.
100man-kai ieba yokatta [ 100万回言えばよかった, ójala pudiera decirlo un millón de veces], internacionalmente conocida en inglés como Why didn’t tell you a million times, es una serie japonesa que combina el drama romántico con la investigación de una misteriosa desaparición y de un asesinato. La protagonista (Mao Inoue), tras años de relación amistosa, comienza una relación con su amigo de la infancia (Takeru Satō), un tipo muy majo, cocinero en una pequeña cafetería restaurante. Ambos convivieron juntos con una familia de acogida cuando sus propias familias no pudieron atenderlos siendo preadolescentes. Pero este desaparece y comienza su búsqueda. Y coincide que el desaparecido aparece implicado de alguna forma con el asesinato de una mujer. La trama implica a la protagonista, a un policía con quien empatiza (Kenichi Matsuyama), a otra mujer que estuvo con la familia de acogida, y una organización de oscuros fines. La serie oscila entre el drama y momentos más ligeros, y tiene toques fuertemente fantásticos, preternaturales, y tiene fuertes afinidades argumentales con una conocida y afamada película de principios de1990. A mí me entretuvo mucho, la chica protagonista es ubercharming, algo muy propio de los dramas románticos nipones. A mí, en estos momentos, esta serie me ha resultado simpática y amena, sin embargo, la «afamada película» hace tiempo que se me atraganta por empalagosa. Como curiosidad, en su sistema de numeración tradicional, un millón se dice 100 miriadas [100万, hyakuman]; en lugar de agrupar los grandes números de tres en tres cifras, lo hacen de cuatro en cuatro. Una miriada es igual a diez millares.
The days es otra serie japonesa, con su titulo original en inglés, basada en hechos tristemente reales; el accidente nuclear de la central Fushima Daiichi [Fukushima nº 1], que sucedió al terremoto y tsunami del nordeste de la isla de Honshu en Japón el 11 de marzo de 2011. Está basada en distintos documentos, fundamentalmente un libro realizado por un periodista, que se entrevistó con unos 90 implicados en el control del desastre, los informes oficiales de la empresa, y el llamado Testimonio Yoshida, realizado por Masao Yoshida (interpretado en la serie por Kōji Yakusho, principal carácter de la misma), ingeniero nuclear y gerente de la planta en aquel momento, que tomó decisiones trascendentes, incluso en contra de las órdenes recibidas, para controlar los reactores dañados. Actualmente hay ya un gran reconocimiento a la labor de los trabajadores y directivos que estuvieron en la planta conteniendo la desestabilización de los reactores, al mismo tiempo que se sigue criticando la acción del gobierno y de la empresa en general, pero durante tiempo fueron incluidos entre las críticas. Hoy hay consenso en que sin las decisiones de Yoshida y el trabajo de su gente, las consecuencias pudieron ser terroríficas. La serie dramatiza lo sucedido, ya avisa que no es del todo fiel porque simplifica por motivos de presentación argumental, en esto son claros, y claramente es un homenaje a los trabajadores, expuestos a radiación durante aquellos tiempos. Aunque sólo se han reconocido dos muertes potencialmente relacionadas con la exposición, además de los dos muertos por la acción del tsunami en el momento en que impactó con la central. Y los estimados 2202 muertos debidos a la evacuación (accidentes, desestabilización de enfermos crónicos y ancianos, y otras contingencias). No estoy seguro de la fiabilidad de estas cifras. La serie está bien, muy entretenida, aunque con exceso de escenas mostrando caras de sacrificio y determinación, de momentos heroicos. Pero nada grave. Obviamente está realizada a la estela de la excelente serie dedicada al accidente de Chernobil, es claramente inferior, pero no está nada mal. Es muy visible, incluso recomendable.
Nop. No voy a dar una respuesta clara y definitiva a esa cuestión, la del ángulo de visión humano. Una cosa es lo que ve un ojo, y otra cosa es lo que percibe y la información que nos da nuestro cerebro, al cual llegan los datos de la luz que nos llega a los ojos. La visión no es meramente un registro similar al de una cámara de fotos o de cine. Es un proceso integrado en el que interviene los órganos de la visión y la computadora biológica que es nuestro cerebro. Pero las fotos que presento hoy en Panorámicas en cámara de formato medio – Plaubel Makina 67 con Ilford HP5 Plus, me han recordado que es un tema sobre el que habitualmente debaten los fotógrafos. O los charlatanes de la fotografía.
«¿Cuál es la longitud focal de un objetivo fotográfico equivalente al ojo humano o a la visión humana?», se lee muchas veces aunque sean conceptos distintos. Un 50 mm, un 35 mm, el formato panorámico, un gran angular… De todo se oye o lee y todo el mundo lo argumenta con datos científicos. Lo cierto es que el campo visual humano es amplio, puede llegar a 130 º en la vertical, y casi a los 180 º en la horizontal, ovalado, lo cual daría la razón a los que hablan de que los objetivos grandes angulares serían los más próximos. Pero es difícil de afirmar que lo que obtenemos con un 15 mm (siempre focales referidas al formato 24 x 36 mm) no se parece a lo que vemos. Tenemos visión binocular y en tres dimensiones. Y ajustamos el enfoque constantemente de forma automática, inconsciente. Lo que vemos en la parte central de nuestras retinas se ve muy nítido y habitualmente muy enfocado, mientras que los campos laterales tienen poca nitidez, y pueden estar desenfocados. Pero nuestro cerebro, en su constante trabajar hace que lo percibamos todo nítido… aparentemente. Las comparaciones son difíciles.
Aun así, una mayoría de «expertos» abogará por el 40-50 mm. O focales que se encuentren cerca de la diagonal del formato fotográfico. 43 mm en el caso del 24 x 36 mm. Es fácil de calcular si conoces el teorema de Pitágoras; la raíz cuadrada de la suma de 24 al cuadrado y 36 al cuadrado. Pero yo siempre he tenido la sensación de que esas llamadas focales normales lo son porque son más fáciles de diseñar que los extremos angulares o teleobjetivos. Algunos hacían referencia a los cuadros de los pintores clásicos, antes de la llegada del impresionismo y el arte moderno, para argumentar. Pero algún estudio se ha hecho que los hay de todo tipo, con una predominancia de lo que consideraríamos un teleobjetivo corto. Lo cual tiene sentido si consideras que hay muchos cuadros que son retratos y bodegones. En fin… que la visión es una cosa, y las imágenes que creamos es otra, y que no merece la pena mucho hacer caldo de cabeza con estas cosas.
Leo en una entrada de Instagram de Magnum Photos que es el centenario del nacimiento de Inge Morath. Nacida un 27 de mayo de 1923 en Graz, Austria, en tiempos confusos y convulsos, procedía de una familia cultivada, padres científicos, que le dieron una educación amplia y cosmopolita. Tras vivir su adolescencia y juventud en Berlín, acabó escapando al final de la guerra a Viena, donde inició un trabajo como corresponsal de prensa lo que le llevó a empezar a hacer fotos, donde destacó, siendo en 1949, con solo 26 años todavía, la primera mujer en la agencia Magnum, cuando esta se formó y empezó a funcionar. Y a partir de ahí,… una vida apasionante. Le «birló» el marido a Marilyn Monroe… oye. Y a propósito de estos, su trabajo con Cartier-Bresson fotografiando el viaje en coche atravesando Estados Unidos desde Nueva York hasta Reno, donde se rodaba The Misfits y conoció a Monroe, y a su entonces marido, Arthur Miller, todavía es uno de mis libros de fotografía favoritos, que hojeo con mucha frecuencia. Siendo una de mis fotógrafas favoritas… qué voy a decir. Que es absolutamente recomendable y que todo aficionado a la fotografía debería conocer su trabajo.
Acompaño la entrada de algunas fotos del viaje a San Francisco más centradas en la «fauna» humana que me pude encontrar por allí
Y poco más esta semana. Quizá las recomendaciones que aparecen en un artículo de Aesthetica, donde hay fotógrafos contemporáneos, y alguno que no, que creo que viene bien conocer también. Veamos quienes son.
Farah al Qasimi (Instagram), fotógrafa nacida en Abu Dhabi hace 32 años y que ofrece una colorida propuesta, como dicen, entre el horror y el humor, en la cual reinterpreta el espacio doméstico de cualquier familia que resida en una urbanización burguesa al uso en países como los Estados Unidos y otros. Se inspira en las películas de horror de los 70 y los 80. Una fotógrafa joven y muy dinámica.
Saul Leiter es un clásico redescubierto hace unos años que, por su carácter de pionero de la fotografía en color seria, hace mucho tiempo que me atrapó y ya no me soltó. Imprescindible.
No soy muy dado a los fotógrafos de moda, pero si uno quiere tener una visión completa del mundo de la fotografía también tiene que prestarles atención de vez en cuando. Por lo menos a algunos de ellos. Y creo que Tim Walker es de los que merecen la pena(Instagram mantenida por aficionados al fotógrafo, aunque abandonada desde 2016; una pena).
Otra mujer, otra pionera del uso del color, en esta ocasión en el retrato; Yevonde Middleton, conocida como Madame Yevonde. Retratos muy elegantes, muy influido por los surrealistas, aunque no una surrealista ella misma. Curiosamente, su mejor obra en color lo hizo con un proceso pionero, Vivex, pero que dejó de estar disponible a finales de 1939. Demasiado complejo, y poco práctico, para competir con los procesos que iniciaron lo que hoy conocemos como fotografía con película fotográfica en color. Pero era el alma de su estética, de colores saturados y bien definidos, aunque no necesariamente realistas. Pero a quién le importa la realidad; con lo gris mediocre que resulta muchas veces.
Finalmente, Wendy Red Star (Instagram), aborigen americana Apsálooke, más conocida como Crow. Una fotógrafa, artista en general, también muy colorida, que constantemente plantea el conflicto y el contraste entre las culturas aborígenes de Norteamérica y la cultura colonizadora, mezcla de culturas fundamentalmente europeas, aunque no únicamente, si lo piensas bien. Y disfruta de un excelente buen humor. También desciende de irlandeses… que durante mucho tiempo, para los ingleses, fueron tratados como un pueblo aborigen, pero nativos de las islas Británicas. Qué cosas.
Supe de este libro en algún tuit de Twitter una semanas antes de comenzar mis vacaciones de mayo. Era a propósito de la publicación en español de esta novela de ciencia ficción de John Scalzi que, por lo que he podido comprobar, está obteniendo un notable éxito tanto en su país de origen, como en el mundo anglófono en general, y con las traducciones a otros idiomas… pues parece que también. No había leído hasta ahora nada de Scalzi. Me gusta la ciencia ficción… y tal… especialmente las aventuras espaciales… que esta no es… aunque se parece. Pero cada vez me cansan más y más las sagas.¿De verdad es necesario que todo tenga secuelas y las «trilogías» sean de cuatro, cinco o seis libros? ¿Hasta tal punto predomina el deseo de monetizar una idea por encima de la creatividad y la necesidad de contar cosas? En fin…
La base en «el Mundo Perdido»… ejem… sí la alusión a la novela de Wells es perfectamente válida, pero si lo preferís… la base en el universo alternativo está en lo que vendría a ser Canadá, por lo que hoy toca fotografías del estuario del San Lorenzo, en Tadoussac, donde confluye el Saguenay. Queríamos ver ballenas, kujira en japonés, parecido al gojira, pero estuvieron esquivas. Alguna cosa se vio… pero poco.
No he leído la novela en castellano, aprovechando su lanzamiento. A ver… hagamos cuentas,… una vez más… sobre esto del negocio editorial y lo de atraer clientes evitando la piratería y esas cosas. Precio de lanzamiento de la novela en castellano en papel… 17,95 aurelios. Ahí es na… para no llega a trescientas páginas. Si eres un hereje que te has apuntado con entusiasmo a libro electrónico… 8,64 aurelios. Un poquito menos de la mitad. Mucho mejor. Aunque te acusen de hereje por no considerar que el libro es una cosa de papel y no las ideas ordenadas con excelente uso de un idioma por parte de un autor, dando igual, salvo en libros que son arte o artesanía en sí mismos, si está escrito a mano, con máquina de escribir, con ordenador, o tallado en piedra. Y finalmente, la versión original en inglés en formato de libro electrónico… 5,99 aurelios. No me digáis que saber idiomas no sale a cuenta. Y encima, es el original, que siempre es un plus, por bueno que sea el trabajo del traductor, de los que hay como autores; excelentes, muy buenos, buenos y «todos los demás». Y muchas veces tengo la sensación que en los libros de ciencia ficción, las editoriales no disponen de mucho presupuesto y tiran de «todos los demás». Pero bueno, tal y como está el «pavorama» electoral, vete tú a saber lo que es de mí en un futuro por mi flojo españolismo.
En fin. A la tarea. Lo primero, ¿qué es un kaiju 怪獣? Sí, con caracteres chinos aunque la palabra es japonesa. Pues literalmente… una bestia extraña. Pero bueno, a efectos prácticos, y en lo que toca, el kaiju por excelencia es Godzilla. Aunque esta es la grafía que le dieron para el mundo occidental, porque supusieron que era más atractiva. En el original en japonés es Gojiraゴジラ. Un portmanteau de las palabras japonesas gorira ゴリラ (gorila) y kujira 鯨 (ballena), aunque luego el bicho no se pareciera a ninguno de los dos. Los kaiju de antes de la Segunda Guerra Mundial serían criaturas legendarias. Pero con la cosa de la bomba atómica y la guerra fría se generalizó el concepto de bestia de un tamaño descomunal, con frecuencia radioactiva o asociada con la radioactividad, y que procede de una dimensión desconocida, entrando en nuestro mundo y dimensión por culpa de las actividades bélicas nucleares de los seres humanos. Y esta es la idea básica que toma Scalzi con mucho ingenio para construir su relato.
En el año de la pandemia, el director de marketing de una start-up dedicada a la cosa del reparto de comida a domicilio se ve en la calle y sobreviviendo como repartidor de pizzas. Entonces, un cliente le propone entrar a trabajar para la Sociedad para la preservación de los kaiju. En una realidad con universos paralelos, las pruebas atómicas de los humanos generan debilidades en las interfases entre distintos universos, y los kaiju que son normales, resultado de la evolución, y radioactivos, de una Tierra alternativa, cruzan a nuestra realidad. Esta sociedad se cuida de que no causen problemas, de devolverlos a su realidad y, principalmente, de evitar que crucen los límites entre realidades. Por lo que nuestro protagonistas se apunta a una misión bien pagada, en la que tendrá que viajar al mundo alternativo de los kaiju. Pero las cosas se complicarán porque, por supuesto, hay malos malísimos malos que quieren aprovecharse de la cosa de los kaiju para sus fechorías. Que fundamentalmente consisten en hacer lo que haga falta, sin escrúpulo alguno, para ser rico.
La novela es extremadamente divertida y adictiva. Esta escrita con agilidad, con importantes dosis de buen humor, y no poca mala baba. Porque no por nada sitúa la acción el autor en el malhadado 2020. Y es que la novela combina con ingenio la aventura de ciencia ficción con una crítica feroz a lo peor del capitalismo y de la política, con especiales dedicatorias a los nefastos representantes de eso que los yanquis llaman «neoliberalismo libertario» y que no es otra cosa que el capitalismo feroz de siempre. La empecé cuando llevábamos un rato volando entre Múnich y San Francisco, y para cuando llegamos a la populosa ciudad californiana ya estaba concluida.
No es la novela a encontrar más profunda y filosófica que vais a encontrar en el mundo de la ciencia ficción. Pero su mensaje es claro y contundente, con muchas dosis de ironía y buen humor, y con aventuras muy disfrutables, al mismo que tiempo que genera un universo improbable, pero bastante coherente dentro de las reglas internas de su universo literario. Muy recomendable. Y, si existiera, yo me apuntaría a hacer unas rondas para la Sociedad para la preservación de los kaiju, que a mí me caen mucho mejor que la inmensa mayoría de de los políticos y empresarios de esta versión del planeta Tierra en la que nos toca vivir.
De vez en cuando, una cámara de fotos, u otro objeto de nuestro afecto, llega al final de su vida útil. O quizá podría repararse,… pero no merece la pena. No sé. El caso es que algo así ha sucedido con una cámara originalmente pensada como cámara familiar. Lo cuento en ¿Toca retirar una cámara de forma definitiva? – Olympus mju-1 con Kodak Portra 160. Y os dejo alguna foto del último rollo que he hecho con ella y que ha confirmado el fin de sus días.
Como podéis ver, la nitidez en las fotos brilla por su ausencia, y es una pena porque por lo demás podrían ser buenas fotos. Sigue siendo capaz de hacer algunas fotos nítidas y correctas… pero cuando no decides tú cuando sucede este, y te encuentras al albur de los azares… pues mejor no. En fin. Que en paz descanse.
Recién llegado del viaje de vacaciones a San Francisco, empezamos a hablar de ir al cine… pero no encontramos entre la magra oferta en versión original de la cartelera zaragozana nada que nos atraiga. Pero nada, nada. Así que lo dejamos estar y nos vamos a tomar unos chismes y a charrar el domingo por la mañana. Después de comer, abro Netflix y veo qué posibles estrenos puede ser interesantes. Casi ninguno. Al final decido dar una oportunidad a este drama bélico alemán firmado por Peter Thorwarth, del que nada conocía como director, pero sí alguna cosa interesante como guionista.
Seguramente esta primavera de 2023 en Breisach, Alemania, ha sido mucho más tranquila y agradable que la de 1945. Pero servirá para ilustrar la entrada, ya que la película transcurre en una población no muy grande de algún lugar de Alemania. La película no es muy rigurosa ya que situando la acción en abril de 1945, en un momento dado los protagonistas afirman ver el resplandor de los incendios del bombardeo de Dresde… que fue en febrero.
Estamos en la primavera de 1945, en algún lugar rural de Alemania, con este país en completa disolución al final de la guerra mundial. Un soldado (Robert Maaser), desertor para buscar a su hija que ha quedado huérfano de madre, se libra del linchamiento por obra de unos SS desbandados. Estos van buscando un botín de oro escondido de unos judíos… que «ya no están». Pero en su sucesión de tropelías acabarán enfrentados al soldado y a una dispuesta joven (Marie Hacke) que no está por la labor de dejarse atropellar por los SS descontrolados.
Dos cosas son obvias pronto, en los primeros compases del largometraje. Hay mucho de Tarantino en esta película, aunque sin el humor característico del director de Knoxville. Y el tono de la película es más de western que de las tradicionales películas bélicas centradas en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, y pese a que la película está bien rodada, y los intérpretes, al menos los protagonistas, especialmente la chica, le ponen ganas, al final todo se queda en una película de violencia porque sí… porque toca, sin que se aporte realmente nada más al género.
No es ninguna catástrofe, y la película tendrá su público, pero a mí la fórmula se me agotó enseguida y me las vi y me las deseé para mantener la atención en el sofá de casa hasta el final de los nada excesivos 98 minutos de metraje. En fin… que ya se me está olvidando. El mes de mayo nunca ha sido una buena época para el cine. Y por motivos que no vienen al caso… creo que puedo empezar a fallar a la hora de ir a las salas de cine en un futuro. Estamos un poco desmotivados. Los distribuidores y exhibidores nos tratan mal, y no llegan estrenos interesantes con frecuencia.
Hace ya casi un año hablaba de las obras de ampliación del parque Pignatelli, una zona verde y recreativa de Zaragoza íntimamente vinculada a mi infancia, y que de un modo más casual, por su proximidad a mi domicilio, ha estado presente a lo largo de toda mi vida. Hacia finales del mes de abril hice unas fotos tras su «inauguración», cuyo comentario técnico podéis encontrar en Paisaje urbano con película ortocromática – Plaubel Makina 67 con Ilford Ortho Plus.
Entrecomillo lo de «inauguración», porque claramente son unas obras inacabadas. Probablemente lo que quede no sea obra de envergadura, pero son frecuentes las vayas de obras y los elementos a medio terminar. Sin hablar de los raquíticos árboles, de los parterres sin apenas vegetación y de la enorme cantidad de cemento propia de la obra pública barata. Pero había que inaugurar, porque estamos en año electoral, y hay que hacerse la foto aprisa y corriendo antes de que se prohibiesen las inauguraciones por la proximidad de la cita electoral que ya fue este domingo. Que sensación de cutredad y poco nivel dan los políticos de este país. De cualquier color o partido.
En los dos últimos meses he acumulado bastante series cuyas temporadas he terminado. Y parece que he cogido un ritmo de series cortas que puede aumentar la cosa. Por lo que he acumulado retraso… Y me empiezo a olvidar de lagunas de ellas. No de las que traigo aquí hoy, que son bastante interesantes.
Por diversos motivos, las fotos más adecuadas para ilustrar esta entrada eran algunas de la ciudad de Londres. Como así veréis. Pero no he podido sustraerme a esta foto con Yoda que me hice hace unos días en San Francisco. Brrrrrr, qué poco me gustan las fotos que me hacen otras personas, pero es lo que hay.
The Mandalorian es probablemente el mayor pelotazo que ha dado Disney en la adaptación del universo Star Wars al medio televisivo. No la mejor, categoría que reservaría a otra que ha pasado mucho más desapercibida, pero muy entretenida en sus dos primeras temporadas. La trama de la tercera temporada ha ido de la unión y reunión del pueblo mandaloriano disperso por la galaxia. Y por supuesto, el avance hacia el surgimiento de la Nueva Orden, o como se llame, y la insurgencia de la nueva rebelión, o como se llame. Entretenida, sí. Visible, también. Entrañable, como las dos temporadas anteriores, nop. De hecho, la presencia de Baby Joda en esta temporada esta cogida muy por los pelos. Pero es que han debido considerar que si el muñequito la serie todavía tendría menos tirón. En fin. Serie que todavía se mantiene pero que empieza a languidecer.
Carnival Row es una serie de fantasía, un steam-punk alternativo de finales del siglo XIX y principios del XX, con personajes fantásticos distintos de los humanos, con un reparto interesante encabezado por Orlando Bloom y Cara Delevingne. El primero lo hace muy bien, la segunda no lo hace nada mal. Pero con un cuadro de personajes secundarios que también son muy sólidos. El caso es que la primera temporada me pareció una simple presentación de lugar y tiempo que habría de desarrollarse en futuras temporadas. Pero no ha habido futuras temporadas. Ha habido una temporada más que ha puesto punto final a la serie. Por lo menos ha habido un cierre. Ha sido muy entretenida, yo me lo he pasado bien. Y han tenido la sensatez de pasar la trama romántica a un segundo plano, sólo funcionaba bien a ratos, y dedicar el tiempo a la trama política y a la aventura. Globalmente me ha gustado, me ha dejado con ganas de más, hay muchos temas que se han insinuado o presentado con rapidez, pero que merecían más detalle… y es una pena que no le hayan dado un par de temporadas más, pero es lo que hay. El apresuramiento final ha lastrado una serie con una gran potencialidad. Se ve en Amazon Prime Video.
Y finalmente tenemos The diplomat, serie de Netflix que reúne dos pesos pesados de las series de la década pasada, Keri Russell, estupenda en The Americans, y Rufus Sewell, no menos estupendo en The Man in the High Castle. En esta ocasión tenemos un trama política-diplomática con un tono ligero, en el que va saltando entre la comedia y el drama. Como consecuencia de un ataque contra un portaviones británico, con el trasfondo de la invasión rusa en Ucrania, hay una escalada de la tensión política en el mundo, y Estado Unido enviado a una diplomática de carrera especialidad en Oriente Medio como embajadora a Londres (Russell), casada con otro diplomático de carrera de gran prestigio (Sewell), un matrimonio con sus más y sus menos. El entorno es de políticos ficticios pero reconocibles; da igual el nombre que les den en la serie, podemos identificar al destalentado primer ministro británico, el añoso presidente norteamericano, a la vicepresidenta de este país y a otros personajes de la actualidad. La serie es de la factoría Shondaland y se nota en la agilidad de los guiones y los diálogos, que son llevados a la perfección por un reparto que, más allá de sus protagonistas, es muy solvente. Yo me lo he pasado de maravilla. Tanto con las tramas principales de los protagonistas, como las tramas secundarias de los personajes de apoyo. Y después del enorme cliffhanger con el que terminó la primera temporada, estoy deseando que llegue la segunda. Una de las series que más he disfrutado en los últimos tiempos.
Ya mostré algunas fotos de esta prueba deportiva hace unas semanas, aprovechando unas recomendaciones fotográficas, de las que hice con cámara electrónica digital. Mientras estaba de viaje en estas vacaciones me llegaron los resultados del revelado de algunos rollos de película hechos en el mes de abril, y tengo más fotos de ese día. El comentario técnico lo podéis encontrar en XVI Maratón de Zaragoza – Canon EOS 3 con Lomography Color Negative 800. Aquí os dejo algunas fotos de aquel día, de la prueba y alguna cosita más.
Con un total de prácticamente 27 horas acumuladas de avión para ir y venir a San Francisco vía Múnich, hay mucho tiempo para leer libros. Incluso si pierdes en uno de estos vuelos el lector de libros electrónicos. Menos mal que siempre se puede usar el teléfono móvil para el mismo fin… aunque no es idóneo. El caso es que al comenzar el viaje de estas vacaciones de primavera tenía ya empezado desde hace unas semanas un libro de Will Gompertz, periodista británico especializado en el mundo del arte, y del que ya había leído un par de libros que me gustaron muchos, especialmente este, aunque también este. Si además se complementa con el hecho de que una visita fija en el viaje era el San Francisco Museum of Modern Art SFMoMA (instagram)… pues queda de lo más apropiado hablar aquí y ahora de este libro. Las fotografías corresponden a la visita a este interesante museo, casi tan veterano como el famoso MoMA de Nueva York (instagram). Si el de la Gran Manzana es de 1929, el de la ciudad californiana es de 1935, con su edificio actual de 1995, ampliado y reabierto en 2016.
En esta ocasión, lo que pretende Gompertz es que entendamos que los artistas no ven, o miran, el mundo de la misma forma que el resto de los mortales. Que ellos encuentran en detalles que a nosotros se nos escapan o pueden parecernos banales, fuentes de reflexión o inspiración. Que saben ver lo que mueve su actividad artística en lugares insospechados para los demás. Y cuando digo «lugares» no me refiero sólo a lugares físicos, sino también mentales, sociales o espirituales. Para ello hace un repaso a un total de 17 artistas de diversas épocas, aunque predominan los del siglo XX. No en vano su libro más popular y conocido trata sobre el arte moderno y contemporáneo. Y en pocas páginas, y partiendo de una obra emblemática de cada artista, hace un repaso a su forma de mirar, a su obra y a sus compromisos.
Cada capítulo, como digo dedicado a un artista, no es muy extenso. Pero tampoco telegráfico o superficial. Gompertz va directo al grano. La obra u obras que considera el punto de partida para el comentario y reflexión, algunos apuntes biográficos y de contexto histórico y social, y lo que diferencia la forma de mirar del artista de otros artistas o de las personas comunes. Todo ello, como es habitual en él, escrito con agilidad o amenidad. Si el tema te interesa, te engancha. A mí me enganchó. Y la verdad es que debo mucho a Gompertz a estas alturas en lo que se refiere a desasnarme en lo que se refiere al mundo del arte.
Quizá no tan profundo o interesante como los dos anteriores, realmente no es menos recomendable. Es distinto. Es otro enfoque. Y aprendes mucho. Y no sólo de arte. También de historia. De los conflictos sociales y personales. Gompertz abraza la diversidad humana y, por lo tanto, artística. Por lo que, de forma natural, no forzada, incluye artistas de distintos orígenes étnicos o nacionales, o también diversos desde otras dimensiones de la persona. Lo busqué porque hace unas semanas supe que había publicado, en inglés de momento, un nuevo libro que entiendo que es continuación del que hoy os presento. En cuanto tenga un momento lo buscaré y seguiré leyendo a Gompertz. Merece mucho la pena.