Ruido, ruido, tanto ruido

ciudad, sociedad

Vengo de hacer compras por Zaragoza. Ya al final de la tarde, me encuentro con una amiga relacionada con el trabajo. En El Corte Inglés. Los dos a lo mismo. Compras socorridas. Charramos un rato. Buen rollo. En ese momento, ella para la conversación. Una llamada al móvil. Conversa. Observa que tenía dos llamadas perdidas. No las ha/hemos oído. Hay mucho ruido. En el ambiente, por todas partes; hace unos comentarios al respecto. Seguimos nuestra conversación, nos despedimos cordialmente, y…

Desde ese momento no puedo evitarlo. En la calle. En el autobús camino de casa. En la televisión. En la radio. Todo el mundo va pasado de decibelios. La gente, cuando conversa, alza la voz. No puedes evitar oir (quien sabe si escuchar) los diálogos ajenos. No digamos ya si dos adolescentes se encuentran. Los dos con sus auriculares, especialmente aptos y eficientes para difundir su música a los demás. No se los quitan, se saludan y se hablan a gritos. Más ruido. Ambulancias. Según por donde vayas, con frecuencia. Más ruido. Pones la televisión; ves un rato una película. Corte publicitario. Sube el volumén de la emisión. Más ruido.

Decía San Juan de la Cruz, «Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido…» ¡A ver si va a tener razón el santito!

La imagen de hoy, recién tomada esta Semana Santa, unos atentos progenitores «acostumbran» a este simpático niño al estruendo de los tambores de las Siete Palabras en la Calle Alfonso de Zaragoza. A mi de niño, los capirotes me daban miedo…

Vuelta a la semana santa

ciudad, sociedad

Ya ha empezado. Los primeros atascos. El ruido de los tambores. La lluvia para jorobar las vacaciones. Un montón de «snobs» preguntándose unos a otros «si salen o no salen» (en la procesión). Lucir el capirote bajo el brazo mientras se toman un cubata. Presumir de nudillos sangrantes, empuñando orgullosamente el mazo del bombo.

Vamos. Religiosidad y recogimiento… Maldita sea, de vuelta a la Semana Santa.

En la foto de hoy unos niños, muchos menores de 10 años, procesionan ya bien entrada la noche por las calles de Zaragoza. Esta y otras fotografías en mi Sala de Exposiciones Temporales.

Los colores del anochecer (y III)

ciudad, Fotografía personal

Al caer de la tarde, con la luna de testigo, las gentes se afanan en sus últimos quehaceres. La noche será fría, pero la ciudad todavía mantiene el calor de la actividad humana. Los coches circulan presurosos, para acabar parados en los eternos semáforos.

Para muchos, es el momento de ir volviendo al calor del hogar. Para otros, el momento de encontrarse con los amigos, tomar algo, tal vez ir al cine…

En cualquier caso, los colores de la noche se hacen dueños del ambiente y de la percepción del fotógrafo.

Los colores del anochecer (II)

ciudad, Fotografía personal

Tras la nieve, volvemos a nuestro anochecer favorito. La ciudad nos ofrece oportunidades impensables. Qué fotógrafo no ha soñado con tener a esas mujeres con «físicos de ensueño», bellezas de papel couché o de celuloide, para poder demostrar que «realmente» es un gran fotógrafo.

¡Pero que lejos quedan!

Al rescate viene la noche. La ciudad y la noche. Nuestras modelos soñadas están ahí. Nos rodean. Nos tientan. Perfumes. Leves prendas que sugieren más que esconden. Vehículos que nos dan «la libertad». Y nos las ponen a nuestro alcance. Posan para nosotros.

Llega la noche. La iluminación la pone la ciudad. El fotógrafo hábil sabrá aprovecharla.

¡Ah! ¡Quién tuviera a su alcance a Charlize Theron!

Los colores del anochecer (I)

ciudad, Fotografía personal

No son pocas las personas que asocian la noche con la oscuridad, con la desaparición de la luz y por lo tanto de los colores. Sin embargo, la luz forma parte de la experiencia vital del ser humano en todo momento, y en numerosas ocasiones esa sensación de oscuridad, de negritud, de conversión a la visión en blanco y negro, monocroma, no es más que una expresión de las limitaciones físiológicas de la visión humana.

El ser humano, en estado de vigilia, necesita de la luz y de los colores. Todo un código de señales explícitas e implícitas se desarrolla en torno a lo que vemos, a lo que percibimos. Y es en la ciudad, invento social por excelencia, donde como especie nos rebelamos contra ese axioma que nos habla de que la noche es igual a la oscuridad, a lo monocromo.

Un paseo por el anochecer zaragozano, en un frío mes de febrero. Una pequeña cámara en el bolsillo, y podemos encontrar algunas pruebas de lo que digo.