Durante mi infancia, y especialmente adolescencia, mis estancias en la costa del Mediterráneo en la provincia de Tarragona fueron frecuentes. Fueron la norma en materia de vacaciones. Entre mis 3 y mis 8 años de edad, durante seis años consecutivos, veranee con mis padres en Benicarló, provincia de Castellón. Pero cuando nació mi hermana, yo con 9 años de edad, comenzó un ciclo de vacaciones veraniegas en la costa de la provincia de Tarragona, hasta que cumplí los 18 años y entre en la universidad. En ese momento, dejó de interesarme ir de vacaciones con la familia, y mis visitas a la costa mediterránea se hicieron más esporádicas y de otra forma. En aquellos 9 años aproximadamente, recorrimos algunos lugares de la provincia de Tarragona, incluida la capital. Aunque no mucho. Mis padres quería descansar y tomar el sol. No hacer turismo.

Pero sí que visitamos Tarragona en alguna ocasión. Mis recuerdos se reducía al famoso «balcón del Mediterráneo», de cuya vista los tarraconenses presumían mucho, aunque a mí me dejaba un poco frío, y a pasear por la murallas y ver desde arriba el anfiteatro romano. Y que siendo un niño, me molestaba mucho que fuese una ciudad llena de cuestas. Un engorro. Obviamente, no es para tanto. Como luego concluiré, en general, lo que puede visitar un viajero o turista, es bastante agradable. Aunque la vista desde el «balcón del Mediterráneo» sigue dejándome un poco frío. No así otros puntos de interés de la ciudad. Como el día anterior, me centré mucho en hacer fotos con película fotográfica tradicional. Pero también me llevé la muy conveniente Sony ZV-1, con la que hice bastantes fotografías, especialmente en interiores, aunque no únicamente. Muchas más que en Madrid.

Es ya una tradición desde 2017 que, con algunas amistades, nos cogemos de fiesta el día siguiente a San Valero, el festivo local, y nos vamos a algún lugar a pasar el día, visitar algo interesante si es posible y relajarnos. También suele ser germen de los planes de vacacionales del año correspondiente, aunque en esta ocasión ya íbamos muy adelantado en eso. Ya tengo los billetes para la escapada de la Semana de Pascua, volveré a las riberas del lago de Constanza, y de las vacaciones de primavera, volveremos al País del Sol Naciente. En cualquier caso, en muchas ocasiones habíamos hablado de aprovechar la alta velocidad ferroviaria para visitar Tarragona. Las informaciones que recibíamos en los últimos tiempos es que era un destino adecuado para una escapada de un día. De más, si quieres recorrer algo de la provincia, como los monasterios cistercienses, o algún punto de la costa. Aunque la costa está muy machacada por el efecto del turismo y las nefastas legislaciones que sobre protección de la misma ha ido desarrollando el gobierno catalán.

Ir a Tarragona en tren de alta velocidad tiene su punto de absurdo. Como pasa con otros destinos con estación de alta velocidad, y que se encuentran fuera del casco urbano de la ciudad, a kilómetros de distancia, en medio de la nada, aparentemente. Vamos a ver… no es grave, hay una línea de autobuses interurbanos que conecta con el centro de Tarragona. Con una frecuencia irregular, pero al parecer suficiente. Aunque resultó sorprendente que si llegó el tren a la estación de Camp de Tarragona puntualmente a las 10:04 de la mañana, cuando estábamos a poco más de 10 metros del autobús que tenía prevista su salida a las 10:10, este saliese para hacer su recorrido, sin viajeros a bordo, a las 10:08. El que hubiera un nuevo autobús a las 10:20 nos consoló en parte… pero en general nos pareció una situación… no grave, pero muy absurda.

La visita fue muy agradable. El tiempo, primaveral. Con nubes a primera hora de la mañana, cuando llegamos al primer lugar que visitamos, casi a las 11:30, ya teníamos luz de sol asomándose entre las nubes. Tuvimos la suerte, no buscada, de que el último martes de cada mes, los lugares dependientes del Museo de Historia de Tarragona (web sólo en catalán, aunque con un enlace para el traductor de Google, una solución poco elegante,… cutre incluso) tengan la entrada gratis. No es que nos hubiera importada pagar los 15 euros del bono que incluye todas sus dependencias… pero oye, eso que nos llevamos por delante. Lo más destacado de Tarragona son los lugares arqueológicos de la Tarraco romana, declarados Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Y que están bien en general. Es fácil establecer una ruta para ir visitándolos, al mismo tiempo que aprecias el centro histórico de la ciudad, que está muy aseado y muy agradable de pasear. También visitamos una casa que antaño perteneció al nobleza/alta burguesía de la ciudad. Fuera de estos elementos arqueológicos y civiles, visitamos al catedral.

La diócesis tarraconense fue la más importante de la Cataluña medieval, e incluso de la Corona de Aragón. Durante un tiempo, fue establecido que los reyes de Aragón, que también eran condes de Barcelona y soberanos del resto de los territorios de la Corona, fueran coronados en la catedral de Zaragoza, pero por el arzobispo de Tarragona. En un momento dado se planteó que la archidiócesis tarraconense fuera la primada de España, en lugar de Toledo, porque Tarraco fue la principal ciudad de la Hispania romana, y así lo fue su diócesis. Pero ya sabemos con funciona el centralismo en España. El caso es que la catedral refleja el estatus que tuvo la diócesis. Es grandota, con un bonito claustro y un museo diocesano con obras de calidad. Para mi gusto, la restauración del interior de la catedral está un poco pasada de frenada… no según las tendencias actuales que tienden a respetar las huellas del tiempo, aunque frenen el deterioro y den seguridad y esplendor y valor al edificio histórico. En cualquier caso, los curas no imitan a los museos del lugar, y no hay entrada gratis el último martes de mes.

Nos llamó la atención la escasa oferta de servicios hosteleros. El 90 %, o más, de los establecimientos de restauración gastronómica del centro histórico estaban cerrados. El lugar donde al final comimos unas raciones de ventresca de atún y queso, ni siquiera tenían ingredientes para hacer ensaladas, a pesar del preminente lugar que estas tenían en su carta. En realidad, las calles del centro histórico estaban prácticamente vacías, a pesar de la animación que se percibía en la Rambla Nova y más allá. No parece tener lugar este barrio de la ciudad en la vida cotidiana de la ciudad. Lo cual contrasta con el bullicio habitual de otros centros históricos. Como el de Zaragoza, por no ir más allá, y por hablar de nuestra ciudad y la segunda ciudad en importancia durante los tiempos de la provincia romana Tarraconense. Y mantengo mi sensación de antaño. Las gentes son formalmente corteses… pero siempre sientes una cierta frialdad en el trato. Hay una distancia marcada que siempre sientes. Quizá por eso durante décadas, y a pesar de la proximidad, hemos ignorado estos lugares. Debo hacer excepción la tremendamente animosa y simpática trabajadora de la oficina de información turística de la Rambla Nova. Un encanto. En fin… misión cumplida.

