[TV] Cosas de series; culebrones Shondaland y drama legal japonés

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Como ya he comentado en alguna ocasión, la productora y creadora de series Shonda Rhimes es una de las más exitosas de Hollywood. Pero está especializada en las series con un toque culebronesco, que fácilmente entran dentro del espectro de los guilty pleasures, esos placeres culpables que ves a pesar de que sabes que, por muy lujosa que sea su producción, hacen aguas por muchos lados. Interpretación, guiones, mensajes… todos ellos suelen presentar goteras, defectos que deberían ser obvios para muchos, y sin embargo son obviados, y tienen éxito. Pues vamos con dos de ellas. Y añadiremos un drama legal japonés que terminé de ver recientemente.

Sigo sin poder explicara con claridad por qué sigo viendo Grey’s Anatomy, de la que hemos podido ver su vigésima temporada. Probablemente hace dieciséis que dejó de tener sentido. Pero quizá por costumbre, porque fue una de las primeras series a las que me enganché cuando empezó eso que algunos llaman la edad de oro de las series televisivas de ficción. Esta vigésima temporada sido la más corta de todas, diez episodios, solo superada en escasez de entregas por su primera temporada, con nueve episodios, porque comenzó muy avanzada la temporada regular de emisiones de las televisiones norteamericanas, como sustituta de alguna otra que se canceló. Si no recuerdo mal. Y la verdad es que la calidad de la serie, en sus guiones y en sus interpretaciones ha ido en constante declive. Sin embargo, ahí sigue. Supongo que porque vende y sale rentable. Siempre me planteo que hasta aquí he llegado con ella. Pero es como uno de esos parientes que hay en todas las familias, que es una pesadez, que no interesa, pero que como es de la familia… pues ahí lo tienes.

Continúo explotando las fotos del reciente viaje a Japón. En este caso a propósito de que la ficticia universidad en la que se conocen los protagonistas de la serie japonesa parece estar en una ciudad que podría corresponderse con Matsumoto.

Por el contrario, también de la misma factoría, Bridgerton, es una de las series estrella en la actualidad de Netflix. Esta ucronía de la Inglaterra de la época georgiana de la historia de este país, en la que las reinas consortes de origen alemán tiene la piel negra, todo sea por la representación en pantalla de la diversidad de la sociedad, estrenó recientemente su tercera temporada. Que conste que la diversidad de los orígenes étnicos de los intérpretes de la serie me trae sin cuidado. Llama la atención al principio, pero realmente creo que ni aporta ni quita. Sin los intérpretes son buenos funcionan, y si no, no funcionan. Por mucho que nos empeñemos. Y esta es una serie donde hay algunos intérpretes que está bien… y otros que no. De todos los colores de piel. Chirrían el presunto mensaje progresista de la serie, con la realidad de sus argumentos. Puesto que al fin y al cabo, todo circula con la rancia motivación de haber si casamos bien a la niña con un noble guapo y con tierras y buenas rentas. Leves tramas sobre mujeres pretendidamente independientes o en busca de su independencia, pero que al final acaban en lo mismo, en un matrimonio con un mozo con posibles, más o menos mono. Como en las dos primeras temporadas, de lo que va es de cómo van a casarse algunos de los hermanos de la prolífica familia Bridgerton, en esta ocasión dos de ellos. Pero al cabo, es más de lo mismo. Con el agravante que han acabado con uno de los pocos puntos de interés de la serie, el anonimato de la chismosa oficiosa de la alta sociedad inglesa. Nunca he sido muy fan de esta serie, pero tiene esos elementos de placer culpable que he mencionado y la veo. Aunque cada vez con menos entusiasmo. Es curioso que lo mejor que se ha hecho de este peculiar universo es la derivada, a modo de precuela, que centraba su interés en la reina alemana y negra. Ni siquiera me di cuenta de que uno de los personajes protagonistas de esta temporada, una de las hermanas casadera, había cambiado de actriz y tenía otra cara. Pero es que es uno de los personajes más mortalmente aburridos de los que han protagonizado los intentos casamenteros de los guionistas de la serie.

Finalmente, Destiny es un drama judicial japonés, que distribuye Netflix internacionalmente. Al contrario que otros dramas japoneses que se estrenan en Netflix un tiempo después de su emisión en la cadena japonesa que los produce, esta se ha ido estrenando simultáneamente, semana a semana. La vi porque sus primeros episodios parecía que prometían, y después de varias series del mismo país que recientemente me habían entretenido bastante, aunque no tenga la calidad global que las de otras nacionalidades. Una joven fiscal (Satomi Ishihara) en Yokohama se encuentra de repente con la tarea de investigar al que fue su novio (Masanobu Andō) durante la universidad. Un largo flashback nos contará cómo la joven estudiante de derecho encontró su sitio entre un grupo de compañeros de clase con los que hizo amistad. Con algunos de ellos mantiene relación todavía. Pero la buena época terminó cuando en un accidente de coche murió una de las chicas, y en el que estaba también implicado el novio de la joven, que desapareció de su vida. Cuando reaparece es para descubrir que detrás de la caída en desgracia y suicidio de su padre, también fiscal, veinte años atrás, hay un misterio, en el que está implicado el padre de su antiguo novio. Como ya digo, el comienzo presentó su interés. Pero lo cierto es que conforme avanzan los episodios, nueve en total de una hora aproximadamente de duración, el interés se estanca. Probablemente porque la premisa inicial no da para tanto… y al final se vuelve morosa. Las interpretaciones son mejorable, y hay un problema con el personaje protagonista, la fiscal, con la que es difícil empatizar. Y es que no basta ser mona. Tiene que haber un personaje con sustancia, y mayores capacidades interpretativas. Si Ishihara las tiene… en esta serie no se le aprecian siempre.

[TV] Cosas de series; las aventuras y desventuras de dos «princesas» de ficción

Televisión

Hoy tenemos dos series, muy distintas, con protagonistas femeninas. Protagonistas nacidas, al parecer, para ser «princesas». E insisto en las comillas porque, como veremos, las «princesas» de los cuentos… no parecen existir o, al menos, encontrarse con facilidad.

Nacida en Rusia, la vida infantil y adolescente de Anna Sorokin transcurrió en algún lugar de las regiones occidentales o noroccidentales de Alemania, donde están tomadas estas fotografías.

Disenchantment, serie de animación de Matt Groening, que por lo que algunos han investigado sucedería en uno de los ciclos de regeneración de un mismo universo cíclico en el que sucedía Futurama, quien sabe si también The Simpsons, ha llegado ya a su cuarta temporada de diez episodios. Ambientada en un reino ubicado en una edad media mágica, nos habla de las aventuras y, más bien, desventuras, de la princesa Tiabeanie Mariabeanie de la Rochambeau Grunkwitz (voz de Abbi Jacobson), familiarmente conocida como Bean, en compañía de Luci, su demonio particular, y Elfo… un elfo mestizo con trol si no recuerdo mal. Pendenciera, alcohólica y drogadicta, sufre una familia, con su padre el rey Zøg al frente, y una serie de parientes y cortesanos que provocarían el suicidio a cualquiera. Resumir en estos momentos el hilo argumental de la serie me parece complicado… y poco útil. Simplemente decir que es una serie que ha ido de menos a más, que me lo paso estupendamente, que es una crítica ácida y conveniente a muchos aspectos de las convenciones familiares, sociales y políticas del mundo contemporáneo, y que es imprescindible para los aficionados a la ficción adulta.

Y por otro lado tenemos, también en Netflix, la miniserie de nueve episodios Inventing Anna, de la factoría de Shonda Rhimes, que construyó su prestigio e imperio seriéfilo sobre el éxito de Grey’s Anatomy, y que se sale un poco de lo que es el tono habitual de las series de esta productora. Y la serie se fija en la joven Anna Sorokin (Julia Garner), ciudadana alemana de origen ruso, que aterriza en Nueva York asegurando que tiene un proyecto estupendo para generar un entorno de mecenazgo y protección de artistas de alto nivel, para el que busca apoyos y financiación, enredando durante un tiempo a destacadas figuras de las finanzas y de la alta sociedad neoyorquina. Como aval, aseguró que su padre era adinedaro y que ella misma tenía una importante cantidad de dinero en forma de fideicomiso. La historia se cuenta a partir de la periodista quiso saber más, Vivian Kent (Anna Chlumsky) como alter ego de la periodista real Jessica Pressler, y la investigación que hizo del caso cuando Sorokin estaba a la espera de juicio por estafadora. Y se cuenta a través del testimonio de la gente con quien se relacionó; abogados, mecenas, artistas, amigas… La serie no es perfecta, pero merece la pena echarle un vistazo, especialmente por el estupendo trabajo actoral, destacando el de Garner, una actriz más habitual del medio televisivo que del cinematográfico, pero que me parece muy solvente.

[TV] Cosas de series; series británicas (o así) para las vísperas del Brexit

Televisión

Con fecha 1 de enero quedó perpetrado el Brexit, el divorcio, atribulado como tantos divorcios, entre el Reino Unido y la Unión Europea. Un divorcio a petición de una de las partes, que siempre se ha sentido poco comprometida con este poliamoroso matrimonio con ventitantos cónyuges. Y motivado más por intereses particules, y espoleado por los populismos fascistas o cuasifascitas que remueven el mundo. Pero la vida sigue, y entre las series de televisión, siempre hay alguna británica que destaca en la cartelera seriéfila. Y en las vísperas del Brexit, esto no ha sido una excepción.

Como digo en el texto, claramente una de las serie de hoy está rodada en Margate, sur de Inglaterra, lugar que visité en octubre de 2013 y del que os dejo unas vistas.

Las series británicas, especialmente aquellas de tono más amable o familiar, tienen especiales navideños. Y la nueva recreación de All creatures great and small no ha escapado a esta tradición. Y además han aprovechado para «corregir» cierto «desaguisado romántico» que nos habían dejado con el fin de la temporada «normal». En fin… buen rollo a raudales para esta serie cuyo principal objetivo es,… ese. Generar buen rollo. Hay que recordar que se puede ver en Filmin.

Bridgerton no es una serie británica. Aunque su reparto sí lo es en buena medida. Supongo que para dar un poco de convicción a este pastiche aparentemente ambientado en la segunda década del siglo XIX, en 1813 si no recuerdo mal, los británicos están enzarzados en España contra los ejércitos napoleónicos. Y nos movemos en la serie entre la alta sociedad inglesa, con tramas aparentemente muy del estilo de las novelas de Jane Austen. Pero como decía es un pastiche. De la factoría de culebrones de Shonda Rhimes, aunque ella no aparezca directamente involucrada en la creación de «esto». En realidad, la serie está más emparentada con cosas como Grey’s Anatomy, Scandal, o How to Get Away with Murder. Romanticismo de instituto, algo de sexo sin pasarse, y los elementos tradicionales de los culebrones. Buenos, malos, guapos, mezquinos, tontos… y todos contra todos. Basada en una saga de novelas «románticas» de una autora americana cuyo nombre ni recuerdo ni me importa, propone un universo alternativo en el que la reina Carlota de Mecklenburg-Strelitz, alemana de nacimiento, es negra, o al menos mezcla, y gracias a ellos los británicos disfrutan de una sociedad igualitaria multirracial. Si yo perteneciera a alguno de los grupos que han sido discriminado por el color de su piel, creo que me cabrearía más esta extraña «puesta en escena políticamente correcta» que la representación de la realidad de cómo era la sociedad británica de la época. Y esto no tiene nada que ver con la tradición del teatro británico de otorgar papeles en las obras dramáticas a buenos intérpretes, haciendo abstracción del color de su piel, lo cual me parece muy bien. A partir de ahí, que nos interpreten la Barcarolle de Los cuentos de Hoffman de Offenbach, en un momento situado 70 años antes de su composición… pues son ya detalles sin importancia. Dejando a un lado que los yanquis de Shondaland se pasen cualquier consideración de respeto histórico por el forro de la entrepierna, ¿se deja ver la serie? Sólo como placer culpable, inconfesable o como lo queráis denominar. Eso sí, se han gastado un pastón en ambientación, vestuario y diseño de producción. Seguro que tiene éxito.

Otra cosa muy distinta es The Singapore Grip, comedia dramática de época, que nos lleva a Singapur en las semanas previas al desastre británico que llevó a la conquista de la península malaya y la ciudad por parte de las tropas japonesas en un tiempo que se podría considerar récord, dada la lejanía de los nipones de sus bases de origen y las naturaleza del terreno. Y esta producción británica incide en ello, los militares británicos, especialmente los de alta graduación, aparecen como unos perfectos y absolutos imbéciles e ineptos. La serie está basada en una novela del mismo título de J. G. Ferrell, un autor del que no he leído nada, y tiene un carácter fundamentalmente satírico. Al fin y al cabo, desde su propio título, juega a la confusión conceptual al comparar una técnica sexual con la situación sociopolítica del Imperio británico en Asia, causada por la tenaza de los capitales occidentales sobre las economías coloniales. Y evidentemente, hay elementos interesantes de crítica anticolonial. Sin embargo, la serie opta por dar más fuerza al trío amoroso entre el idealista heredero de la mitad de una empresa exportadora de caucho que acude a la ciudad asiática al morir su padre (Luke Treadaway), la desaprensiva hija del empresario que posee la otra mitad (Georgia Blizzard) y una joven china (Elizabeth Tan), que huye de los japoneses, y que está mal vista por los británicos, ya que es una joven culta y leída, por lo que probablemente será «comunista». Pero esta trama romántica tiene graves limitaciones, las interpretaciones no están siempre a la misma altura que otras producciones británicas, y hay otras subtramas en el relato que tienen más miga y que quedan muy superficialmente tratadas. Hasta cierto punto es una serie fallida. Aunque la ambientación y el diseño de producción es de lujo y las chicas salen muy guapas.

Y finalmente, Two weeks to live, una corta serie de seis episodios en HBO de 24 minutos de duración cada uno, protagonizada por la «tronada» Maisie Williams. Interpreta a una joven que ha vivido aislada en los bosques de Escocia, alejada del mundo, con su madre y que de repente sale al mundo convencida de que este se acaba para vengarse de los que mataron a su padre. Es como una versión descabalada de Hanna, puesto que el tono es también satírico o al menos paródico, aunque no falta violencia más o menos gore. Transcurre en buena parte en algún lugar a orillas del mar en el sur de Inglaterra, cuya localización es inconfundible para mí, puesto que es un lugar que visité hace unos años. Ver las fotos acompañantes. Es entretenida. Y tiene algún momento muy divertido. Pero tampoco es la octava maravilla. Realizada a mayor gloria de su protagonista… lo cierto es que los intérpretes que han alcanzado celebridad con los «tronos» lo van a tener complicado para encontrar su lugar en otras producciones. Me supongo. Aunque ya hay alguna excepción por ahí para esta afirmación.