Hoy rompo la dinámica habitual de este Cuaderno de Ruta. Creo que tocaba hablar de televisión. Pero está un siendo un día muy distinto. Aunque poco a poco se va calmando. Ahora me siento cansado. Por la liberación de tensión acumulada. Aun me iré a jugar al tenis un ratito, para terminar de desfogarme. Si no llueve.
El caso es que tras casi 11 años, desde el 1 de junio de 2001 hasta hoy, mi puesto de trabajo ha estado en Huesca. Yo vivo en Zaragoza. No voy a entrar en detalles. No suelo hablar de trabajo en este blog. Hablar de las alegrías me parece impúdico por la gran cantidad de gente que hoy en día lo pasa mal en el aspecto. Hablar de mis tristezas también me parece impúdico, porque de momento me siento un privilegiado respecto a esa gente; tengo trabajo, y la mayor parte del tiempo, me gusta. Respetemos a los muchos que no pueden decir lo mismo.
Pero once años yendo y viniendo entre las dos principales ciudades aragonesas marcan mucho. Marca la tarea. Marca el camino. La A-23. Y sobretodo marcan las gentes. Conforme me vaya relajando, soy consciente que tendré que meditar un poco en estas gentes. En como evitar en que caigan el olvido. En mi olvido. Porque no lo merecen. Hoy en la despedida, son muchos los que a su estilo, muy diversos, lo han demostrado. Pero bueno. Basta de rollo. Me despido de la capital altoaragonesa con algunas fotos tomadas en estos años. Que es como me expreso mejor, con mis fotos, que garantiza el recuerdo de muchos momentos.

Uno de los muchos amaneceres desde la autovía al poco de entrar en la provincia de Huesca, viniendo desde Zaragoza.

Aerogeneradores; los he visto circular por la autovía, ser instalados, girar al viento,... brillar al sol.

Demasiadas conversaciones sobre los estorninos, en esta ocasión entre las antenas de telefonía en la bajada de las Canteras, sentido Huesca.

Varias nevadas. Al menos una al año. De diversa intensidad. Menos este último invierno. Sin nieve. ¿Sin bienes?

A veces la nieve la encontrabas a la vuelta, mientras habías pasado la mañana protegido de la inclemencia en el despacho.

Despacho con abundante luz de ventanas detrás de cuyos cristales, alguna vez, llueve y llueve, como en las canciones de Serrat.