Sigo con mi crisis seriéfilo-televisiva. Hace ya una serie de semanas que acumulo episodios de algunas series que «quiero»ver, pero que «no me apetece» ver ahora, mientras, en un ataque de nostalgia me dedico a ver casi de tirón las siete temporadas de las Gilmore Girls. Vamos… que voy ya por la mitad.
Pero no creáis. En medio de esta «debacle» me ha dado tiempo a ver los ocho episodios de la primera temporada de una nueva serie que ha levantado cierta expectación; Stranger Things. Esta serie también ha gustado esencialmente porque ha despertado nostalgias. Muchas nostalgias. Ambientada en los años 80 del siglo XX en un pueblo o ciudad pequeña de algún rincón más o menos anodino de los Estados Unidos, ha mezclado varios géneros en uno. Las pandillas de críos metomentodos en bicicleta, los amoríos adolescentes, las conspiraciones gubernamentales, los monstruos de terror e incluso los universos paralelos… sólo ha faltado E.T. A mí no me ha parecido tan entusiasmante, aunque conforme avanzaban los episodios se hacía más entretenida terminando a un nivel razonable. Y como sólo son ocho episodios…

Al igual que en otras entradas televisivas, repaso fotográfico a por donde está pasando mi tumblelog de viajes (enlaces al final). Y pasa por el Museo de la Guerra de Londres (encabezado), o la Piazza del Popolo de Rávena.
Pero si algo tienen en común las dos series mencionadas hasta ahora en esta entrada, y muchas otras que nos llegan desde la otra orilla del océano es el ecosistema de las poblaciones que dan cobijo a la acción. Me da igual que sea la ficticia Stars Hollw, en Connecticut, que la no menos ficticia Hawkins, en Indiana. Es cierto que tiene más presencia Nueva Inglaterra que el Medio Oeste, pero…
Los pueblos o pequeñas ciudades norteamericanas que sirven de marco a las series de televisión tienen una serie de elementos en común, que permiten que cualquier cosa pueda pasar. Al igual que en su momento en España, Crónicas de un pueblo sirvió para establecer el modelo deseado de sociedad franquista rural, diríamos que los productores de televisión norteamericanos tienen un manual de cómo es el modelo de su propia sociedad.
Existe una familia que expresa todas las bondades del «american way of life», con mamá y papá como miembros activos y dignos de la comunidad alguna hija adolescente, un chaval algo más joven, y quizá un tercero de sexo indiferente y poco importante.
Siempre hay algún shérif que, o bien es extremadamente listo o bien extremadamente incompetente. Los ayudantes del shérif tenderán a ser no demasiado inteligentes, salvo que haya alguna chica joven que se encargue de demostrar que sus compañeros varones son especialmente tontos más allá de su afición a los dónuts y la cerveza.

También por las calles de Bergen en Noruega.
El instituto… el instituto es un lugar terrorífico donde los adolescentes se dedican a putearse sin pudor, y aparentemente todo el mundo asume que es algo que es así y no puede cambiar. Se dividen en grupos estereotipados. Si un chico es deportista no puede ser listo. Si es listo no puede ser guapo y seguramente llevará gafas. Las chicas más monas solo piensan en chicos y en estar más monas todavía, menos una que es amiga de las feas y que estudia mucho. Y luego están los que saben de ciencias que por lo demás son una panda de tarados de mucho cuidado. Hay pocas variantes a este esquema general.
Los niños ya mayorcitos pero que no van al instituto van de un lado a otro montados en bicicletas y son mucho más listos que el resto de los habitantes del pueblo juntos. No queda claro en qué momento pierden la inteligencia y quedan sumidos en la medianía general. Seguramente cuando pasen al instituto.

O las playas a orillas del lago Leman en Ginebra.
La virginidad de la adolescente protagonista es un asunto de interés máximo. Sobretodo porque lo más probable es que, en el caso de que haya crímenes, las chicas más precoces sexualmente serán de las primeras en morir y de las formas más desagradables.
En medio de toda esta situación, hay un montón de personajes secundarios, altamente pintorescos, cuando no parecen recién salidos de un frenopático y cuya única misión parece ser ocupar minutos para justificar la duración de la producción o producir confusión.
Por supuesto, sobre las características anteriores podemos empezar a realizar algunas variaciones dando más o menos protagonismo a unos u otros para adaptarlos al tono y público previsibles. Y luego hay extremos, claro. Stars Hollow de las Gilmore Girls, Twin Peaks de la serie del mismo título o Cicely de Northern Exposure probablemente se llevan la palma en cuanto al nivel de excentricidad extrema de sus habitantes. Eureka es especial por definición… todos menos el shérif y su hija son científicos superdotados y con frecuencia de gran torpeza social. Y luego están todas las variantes de poblaciones con características estándar pero con peculiaridades… vampiros, hombres lobos, cúpulas, portales infernales, resurrecciones masivas, muertes masivas, desapariciones masivas, inmortalidades,…
Por lo tanto podemos decir una cosa… es como si en Estados Unidos hubieran decidido que buena parte de las series fueran variantes de Crónicas de un pueblo, pero con sabor «usamericano». E igualmente monolíticas desde el punto de vista ideológico. Lamentablemente. Salvo honrosas excepciones.

O más cerca de casa, por Utrillas, donde mantienen restaurada una simpática locomotora de vapor.