Cambio el orden previsto que tenía de comentarios televisivos. Dejo lo que me quedaba de aventuras espaciales y ciencia ficción para otra semana y hoy me centro en dos series que, por muy distintas razones, me han tenido de lo más entretenido. Lo cual ya está muy bien.
Lo primero. Lo más importante. No entiendo cómo he podido vivir hasta ahora sin Villanelle (Jodie Comer) y Eve Polastri (Sandra Oh). Killing Eve lleva ya dos años pululando por el mundo televisivo. Producido para la BBC América y distribuido mundialmente por HBO, ha recibido el aplauso prácticamente de la crítica y el público. Pero por algún motivo que no puedo entender, a mí no me había atraído. Hasta que hace menos de dos semanas le di una oportunidad al primer episodio. Y ya me enganche de forma que he visto los 16 episodios de 45 minutos que conforman las dos primeras temporadas en prácticamente diez días. O quizá menos. No sé. Muy deprisa. Bien hecha, bien interpretada, con un guion que en muchas ocasiones es un no parar, con humor, con personajes carismáticos. Tomando todos los tópicos del cine de espías y de asesinos, asesina en este caso, sociópatas, asumiéndolos y, al mismo tiempo, poniéndolos boca abajo. Espero con ansiedad la tercera temporada que se ha anunciado para dentro de una semana. Un par de semanas antes de lo previsto. Algo de bueno tenía que tener el coronavirus. Sólo encuentro un motivo de crítica, algo en lo que discrepo totalmente. ¿De dónde coño se sacan que Villanelle tiene las tetas pequeñas y está delgada? Que conste que yo no le pondría ni quitaría absolutamente nada, y que su principal atractivo está en otras cuestiones más importantes. Pero vamos… Se me olvidaba, menciones especiales para los secundarios, especialmente para el danés Kim Bodnia, cuyo buenhacer pudimos comprobar en las primeras temporadas de Bron/Broen.

En otro orden de cosas, me he merendado las épicas aventuras de la surcoreana Naui Nara [나의 나라; mi país], conocida en Netflix con el título «internacional», o sea, en inglés, de My country; the new age. Situada la acción en la transición entre el reino o dinastía de Goryeo y el reino o dinastía de Joseon, a finales del siglo XIV. La trama sigue las aventuras y, sobre todo, desventuras de dos jóvenes. Uno, Seo Hwi (Yang Sejong), huérfano de un famoso general que fue acusado injustamente y obligado a suicidarse, quedando sus hijos en desgracia. El otro, Nam Seonho (Woo Dohwan), hijo bastardo de un intrigante ministro de la corte. Está la chica, Han Heejae (Kim Seolhyun), una muy guapa cantante pop reconvertida en actriz que, afortunadamente, es más que un florero en la trama. Todo ellos rodeados de unos malos muy malos, y de unos compañeros más o menos serios más o menos cómicos, para relax de las muchas tragedias y maldades que suceden. Con algunas cosas ridículas como… los extras y secundarios se mueren en cuanto les enseñas la espada, mientras que los principales pueden recibir infinidad de cuchilladas y atravesamientos de espada, incluso con veneno, y aun así sobrevivir, lo cierto es que es muy dinámica y entretenida. Y se nota que han echado el resto en el esfuerzo de producción. Bajo el sello de Netflix para el mundo mundial, es de lo mejor que ha impulsado esta cadena, aunque las interpretaciones, especialmente de los actores y actrices más jóvenes sean manifiestamente mejorables. De todos modos… está muy bien… para ser surcoreana. Que conste y que nadie se llame a engaño.
