
La cosa no pintaba muy bien. Unos vecinos de habitación, mejicanos, nos han despertado a hora intempestiva, poniendo la televisión a todo volumen. ¿Cómo sabemos que eran mejicanos? Ya digo que se oía perfectamente el contenido de la programación. En el comedor, al desayunar, los hemos localizado. Les hemos dicho lo que pasaba. Y entonces uno de ellos, ya mayor, ha respondido: "Y... ¿exactamente cuál es el problema?" Mi compañera de fatigas se ha desternillado la risa, y se ha hecho imposible la discusión. Así que hemos llegado prontísimo a la estación de Budapest-Nyugati, y hemos aprovechado para sacar billetes para dentro de dos días a Pécs. No hay mal que por bien no venga.

Hemos cogido un moderno tren regional hasta Nagymaros-Visegrad. Lo más moderno en materia ferroviaria que hemos visto hasta ahora. Y cómodamente, remontando el curso del Danubio, hemos llegado hasta esta estación...

... que está en la orilla equivocada del gran río europeo. Por lo que hemos tenido que coger un transbordador para ir donde nos interesaba. De lo más entretenido.

Y aquí han comenzado los problemas fotográficos. Porque si uno coge vacaciones en otoño es porque piensa que la luz va a ser más suave, va a haber nubecitas, todo va a resultar fotográficamente mejor. Pero no. Como si fuese pleno verano. Luz durísima, brumilla por la inversión térmica del anticiclonazo,... una ruina. Y eso que el paisaje es notable desde la fortaleza de Visegrad. Pero no veáis que sudores para sacar algo de contraste en esta foto.

Así que hemos visitado la fortaleza, que está bastante más ruinosa de lo que pensábamos. De hecho, sólo merece la pena subir por la vista de los meandros del Danubio.

Hemos bajado de nuevo a la población, y nos hemos reído un rato con los perros "harapientos". Bueno. Acabo de mirar en el traductor de guguel. Ahí, en realidad, dice que el perro muerde. Vale.

Hemos visitado a continuación el palacio real de la dinastía de los Anjou, que en realidad está muy, muy, muy reconstruido. Pero es razonablemente agradable de visitar. Aunque tampoco es para tirar cohetes.

Así que hemos comido, y mientras esperábamos al autobús que nos iba a llevar al siguiente destino, hemos dado otra vuelta por el pueblo, que tiene cosas muy monas, aunque sus monumentos defrauden un poco.

El siguiente destino ha sido Szentendre, una población próxima a Budapest, en la que se establecieron inmigrantes serbios hace unos siglos. Como atestiguan algunas inscripciones en serbo-croata con alfabeto cirílico.

Los más mono que hemos visto ha sido un pequeña iglesia ortodoxa, en la que curiosamente estábamos solos. Curiosamente digo, porque el pueblo estaba lleno de turistas y no turistas pasando la tarde del domingo.

Conseguir imágenes en las que no saliesen mil turistas, de los cuales la mitad japoneses, y otras mil tiendas de artesanía y recuerdos, es casi misión imposible. Pero todo se consigue con un poco de esfuerzo. Y además, aprovechando que han aparecido nubecillas, y que ya están llegando los colores del otoño. Más lo que esperábamos, aunque en dosis pequeñas.

La otra cosa estupenda del lugar es el paseo a orillas el Danubio, ideal para relajarse, pasear, y desestresarse un poco.

Cuando íbamos hacia el tren de vuelta, hemos descubierto que todos los turistas se habían ido, y hemos disfrutado un poquito de la belleza de las calles del lugar, pero con pocos minutos de luz para volver a recorrer lo que un par de horas antes estaba imposible de gente.



