Hace una semana ya que, en un día frío, desapacible, nos fuimos a ver la versión original de esta película, dirigida por Pablo Larraín, de la que habíamos escuchado maravillas. Especialmente por la interpretación de su protagonista, Kristen Stewart, que hace todo lo que puede por sacudirse de encima la nada entre dos aguas que fueron desde el punto de vista artístico su trilogía vampírica (trilogía de cuatro, creo) que le sirvió de lanzadera a la fama. Conste que yo ya le he visto algún trabajo en el que, con sobriedad, mostraba muy muy buenas maneras. El es que, ya lo adelanto,… tanto la película como Stewart nos dejaron… más fríos todavía.

Cierto es que el tema no nos interesaba mucho. Se ha escrito tanto sobre Diana Spencer y la familia real británica… Y me creo tan poco… Se han instalado tantos tópicos sobre la relación entre toda esa gente… Larraín nos traslada a la Navidad de 1991, la última que Diana Spencer pasaría como miembro de los Windsor. Y desarrolla un relato ficticio, presuntamente plausible de lo que allí pudo pasar. Supongo que algunas fuentes habrá que nos permitan suponer que algunos de los hechos narrados está basados en la realidad. Aparte de que estuvieron todos reunidos en algún palacio en medio de la brumosa Inglaterra.
El caso es que la película desarrolla minuciosamente todos y cada uno de los lugares comunes que se han instalado en la cultura popular sobre toda esta gente, sin aportar realmente ningún dato o reflexión nueva. Ella era una buena chica. Ellos unos acartonados, viviendo en el pasado y bastante bordes. Lo de siempre. En la serie de Netflix todo esto se cuenta… mucho mejor. Hay dos escenas, no consecutivas pero lo suficientemente cerca una de otra como para que el espectador las correlacione y decida que menuda tontería ha ido a ver, que definen la calidad conceptual de la película, salvo que la tomemos como una parodia del personaje principal, que no parece ser la intención. Las voy a destripar. Muy avanzada ya la película, en su soliloquio continuo, haya o no otras figuras humanas a su alrededor, Diana afirma que ella sólo es una chica normal y corriente, con gustos corrientes de clase media, que nunca pretendió oropel alguno ni boatos de ninguna clase. Poco después, finalizando la película, la vemos abandonando el palacio con sus dos hijos montada en un Porsche descapotable, descapotado en pleno invierno. Muy clase media. Todo el mundo en la clase media va por el mundo con un Porsche descapotable. Claro.

Y luego esta la interpretación, monopolizando la película de una Stewart considerablemente pasada de frenada, tremendamente histriónica, tremendamente afectada, careciendo desde mi punto de vista de toda naturalidad y credibilidad, salvo que la auténtica Diana fuese así… en cuyo caso desconozco porqué narices se hizo tan popular en lugar de aborrecible.
En resumen, a ninguna de las cuatro personas que fuimos a ver la película nos gustó. Tal cual. Ya está. Dicho queda. Y el poso que ha quedado siete días después, no mejora nada la cosa. Al contrario. Peor todavía.
Valoración
- Dirección: ***
- Interpretación: ***
- Valoración subjetiva: **
