Hacía tiempo que tenía ganas de volver a leer algo de Junichirō Tanizaki. Es curioso que lo primero que leí de Tanizaki, un famoso ensayo sobre estética, no me acabó de convencer. Y sin embargo, progresivamente, y especialmente desde que leí su más famosa novela, ha sido un autor que me suele enganchar mucho. En esta ocasión vamos con una novela corta suya, que ya adelanto que me ha parecido estupenda.

Una cuestión… una pequeña digresión… Es frecuente ver escrito el nombre de pila del escritor como Jun’ichirō , con un apóstrofo en medio. Pero no me parece bien. En japonés no se separan las palabras en sílabas sino en moras, que es algo distinto. La transcripción de los kanji del nombre en japonés, 潤一郎, en hiragana sería, じゅんいちろう, donde la n y la i contiguas del nombre son dos moras distintas, ん e い. Si formaran parte de la misma mora, sería ni (に). Pero en la práctica, cuando hablamo,s no hay diferencias, y al transcribir al castellano, adaptamos de acuerdo a como pronunciamos la palabra. Así que creo que Junichirō está bien, sin el apóstrofo, eso sí con el diacrítico en la rō para indicar que son dos moras, una o larga, si se prefiere.
Shunkin fue una mujer de la era Meiji, de buena cuna, culta y refinada, nacida en la burguesía comerciante de Osaka, maestra en el arte de los instrumentos de cuerda tradicionales como el koto y el samisén, que tuvo la desgracia de quedar ciega de niña, lo que frustró su afición a la danza, aunque no abandonó la música, optando por convertirse en virtuosa de los instrumentos mencionados. Y con ella, Sasuke, el criado que la acompañó desde que quedó ciega y durante toda su vida, que a su vez se convirtió también en maestro de estos instrumentos musicales. Y que la sirvió con fidelidad hasta la muerte de ella, incluso tras la desgracia de quedar desfigurada su belleza sin par en un episodio no bien aclarado.

Es una historia de ficción. Shunkin no existió. Sasuke, tampoco. Pero se escribe la narración como si así fuese, como un homenaje al virtuosismo y belleza de la mujer, y a la devoción del hombre. Pero hay algo más, detrás de esa devoción de criado al ama hay un amor dispuesto a soportar lo que haga falta por estar junto a la persona amada. Y por otro lado, la actitud de la mujer, que se sabe dependiente del hombre, primero niño y después joven, y que le ofrece su cuerpo y su intimidad, aunque nunca reconocerá su relación en público más allá de la que estable entre ama y criado, como corresponde al clasismo de la sociedad japonesa de la época, incluso si su familia está en decadencia. Una relación claramente romántica, pero con elementos morbosos, con una relación de dependencia mutua que bordea constantemente ciertos fetichismos, incluso algunos diría el sadomasoquismo, aunque la novela es extremadamente sutil y elegante comparado con la mayoría de las obras que suelen adquirir estas etiquetas.
Tanizaki es un escritor excelente. Y en esta novela corta, disfrazada de texto con un cierto carácter elegíaco, y en ocasiones con un cierto tono poético, es un ejemplo de cómo transitar por una historia disfrazada de otra cosa. De cómo narrar la realidad de una intimidad entre dos amantes, bajo las apariencias adecuadas de una moral conservadora y, como consecuencia, hipócrita. Muy hipócrita. Uno de esos textos que crece con el recuerdo. Que tal vez mereciera una segunda lectura, para recuperar los detalles que puedan quedar perdidos en la primera, más cuando se hizo en el transcurso de un viaje, sometido a estímulos externos múltiples. No llevaría mucho tiempo. Una tarde dedicado a la lectura, no más. Tal vez lo haga.

