Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta puede verse, comentada desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata.
Comenté hace casi cuatro semanas mi escapada en el día a Madrid. Una de esas escapadas frecuentes sin un propósito específico de ver algo, visitar algo, ni nada de esto. Hacer algunas compras, ver a la gente que quiero y que, por algún motivo que nunca entenderé, vive en semejante lugar… airearme en general. Viví un año en la capital, estudiando mi especialidad y haciendo estudios de posgrado, y luego la he visitado en numerosas ocasiones.




Por supuesto, siempre hago fotos. Incluso cuando paso por enésima vez por paisaje muy conocidos y muy trillados. Siempre hay alguna cosa que me llama la atención. O nuevas condiciones de luz. O algo que ha cambiado. Ningún paisaje, y menos los urbanos, son inmutables. Y como de costumbre en los últimos tiempos, dedico especialmente mi afición fotográfica a la película sensible tradicional.




Lo más destacado de ese día es que estuvimos caminando un rato, mientras mirábamos algunas tiendas y nos desplazábamos a otra zona de la ciudad, por Malasaña. Un entorno habitualmente animado, aunque no entre las tres y las cuatro de la tarde. Pero siempre surgen oportunidades. Y luego, conforme volvíamos por la tarde en dirección a tomar alguna cerveza y volver a la estación, por esa colección de reyes medievales de los reinos hispánicos, anacrónicos en sus atuendos y modales, que ornamentan la plaza de Oriente, frente al lateral del Palacio Real. Siempre nos generan alguna risa por su absurdo y falta de rigor histórico.





