Hoy va de series inglesas. Una muy buena y otra que nos dejó momentos interesantes y que hoy se ha convertido en una anécdota.
La serie británica realmente buena es The End of the F***ing World. Si la primera temporada fue una excelente road movie de dos adolescentes (Jessica Barden y Alex Lawther) con problemas, serios problemas, de adaptación a su entorno o a sus familias, que se convertía en una historia de amor, no menos bella por poco convencional, y que nos dejaba un final que no sabíamos si era un drama o una tragedia, en esta segunda temporada, que comienza unos años después de los hechos acontecidos en la primera, poco se ha aclarado en la cabeza de estos chicos. Porque todavía viven el impacto de lo sucedido unos años antes. Porque todavía no saben cómo asumir la separación. Porque no saben qué sienten realmente el uno por el otro. Y encima aparece un tercer personaje, que no conocíamos, pero que también sufrió las consecuencias de aquellos actos (Naomi Ackie). Con sólo ocho episodios de apenas 25 minutos, esta serie casi se puede ver como una película de tres horas de duración. Si tienes ese tiempo, todo seguido. Y sigue contando con las solidísimas interpretaciones de sus protagonistas. A lo que, por raros que parezcan, no puedes dejar de cogerles un inmenso cariño. Y por muy pesimista que sea la visión de la sociedad que nos muestra, no deja de ponerle una vela de esperanza a la calidad individual de los seres humanos. Muy recomendable. No habrá tercera temporada. No tendría sentido.

En otro frente, llevamos ya un par o tres de años hablando de si las producciones de largometrajes de las cadenas de vídeo bajo demanda cuentan como cine. Hay muchos intereses en mantener el modelo de exhibición actual de los largometrajes cinematográficos, al mismo tiempo que las nuevas tecnología provocan nuevos modos, nuevos tiempos. No voy a entrar en el debate, aunque dejaré las cosas claras en lo que se refiere a mi postura. Me gusta más ver una buena película en la pantalla grande, pero entre que se vea y no se vea una buena película, acepto gustoso las nuevas propuestas. Y hoy estamos ante el fenómeno inverso. Y de hecho, de la misma forma que aquellos largometrajes que me parecen cine aunque se estrenen en la pequeña pantalla los incluyo en mis entradas sobre cine, hoy voy a incluir uno que se ha estrenado en pantalla grande en una de mis entradas televisivas.

Porque el largometraje Downton Abbey me ha parecido eso. Un episodio más de la serie. Una especia de especial de navidad pero sin temática navideña. Un producto destinado a contentar a los fans de la serie, en la que se puede disfrutar de toda la pompa y el boato de estas series del caduco sistema nobiliario británico a principios del siglo XX, con visita real incluida. Más allá de narrar la mencionada visita real, este episodio de lujo de la serie no tiene un argumento definido. Es un producto del tipo un momento en el tiempo. La vida venía y la vida seguirá. Hay pequeñas líneas argumentales, algunas de las cuales ni siquiera aguantan las dos horas largas que dura la película. Un terrorista por aquí, un romance que surge por allá, un problema conyugal por otro lado, una herencia que no sabemos donde va a parar por acullá… y los sirvientes de la casa haciendo el papel de bufones de la función más que nunca, mientras que los señores se dedican a ponerse guapos y pasearse por la pantalla con carísimos vestidos sin que pase absolutamente nada trascendente. Eso sí, mucha pompa, mucho boato, con parada y revista a los húsares reales incluida. Lo dicho. Episodio de lujo al servicio de los incondicionales de la serie, que poco más aporta a la misma. ¿Donde quedará el ingenio de episodios tales como el del diplomático turco?
