Por fin, tras varios retrasos por miedo al mal tiempo. Nos encaminamos hacia el Jungfraujoch. Es un complejo turístico científico situado a unos 3500 metros de altitud en la cresta que une dos de los picos del macizo de la Jungfrau, el Jungfrau propiamente dicho y el Mönch. El tercer pico en discordia del macizo es el famosísimo Eiger y su terrible cara norte que tantos alpinistas se ha llevado por delante. Uno de los motivos también para intentar garantizar un poco de buen tiempo es que los sucesivos trenes, entre normales y de cremallera, que hay que coger hasta semejante altitud, cuestan en su conjunto un huevo y parte del otro. Pero bueno, el viaje es entretenido.
Una vez allí, pues a fotografíar montes se ha dicho. Hacía relativamente bueno. -3ºC, pero con sol y sin viento. Así que no se notaban mucho. Pero algunas nubes ligeras pasaban de vez en cuando por las cumbres. Una incluso nos ha dejado cinco minutos de nevada. Ni un minuto más. El Jungfrau estaba tímido y apenas se ha dejado ver entre las nubes. El Mönch estaba mucho más aparente. El Eiger, tapado por el Mönch. Pero lo que más me ha impresionado ha sido el inmenso glaciar que fluía, muy lentamente, a nuestros pies. Como anécdota, hay un palacio de hielo, muy frío, con distintas esculturas. Una de ellas, con sorpresa… pues para mi gusto un poco cutre. Pero yo soy así.
Hemos vuelto por Grindelwald con el fin de admirar la cara norte del Eiger, pero estaba cubierta por las nubes casi por completo. Mala suerte. Nos hemos tenido que conformar con lo vislumbrado por la mañana subiendo. Eso sí, en Grindelwald, una banda musical de niños animaba la tarde, y lo hacían muy bien.
Finalmente, llegados a Interlaken, la tarde era muy bonita por lo que nos hemos dado un amplio paseo antes de cenar, observando la bonita ciudad turística entre dos lagos.
Para volver, un ICE alemán. Toma ya. No sé hasta donde iría. Estos suizos son muy suyos y ponía destino Basilea. Pero siendo ésta una ciudad fronteriza, seguro que seguiría hasta alguna ciudad importante alemana.