Dejamos la montaña, y nos vamos a la capital, o así, a Berna quiero decir

Viajes

Ayer por la noche, aún hubo alguna cosa interesante antes de cenar, paseando por Zermatt. La primera es que, oh sorpresa, el Cervino mostró por un instante su cumbre soleada por el sol del atardecer. No me pillo con la mejor cámara para inmortalizar el suceso, pero algo es algo. Después  visité el cementerio de los alpinistas muertos en las montañas de los alrededores.  Jo, qué cantidad de ingleses la han palmado por aquí. Y finalmente, después de cenar, me encontré con un coro de estos que hacen gorgoritos tipo tirolés. Pero sin el gorro con la pluma.

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La cima soleada del Cervino asoma entre jirones de nubes.

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Tumbas de los alpinistas muertos subiendo o bajando las cimas de los Alpes en los alrededores de Zermatt.

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Pues cantaban bien los veteranos miembros de este coro.

Hoy ya he cogido el tren de vuelta a Berna, la presunta capital del país. Digo presunta porque aquí no se toman muy en serio estas cosas. Esque estan muy descentralizados, ellos. Y sin que pase nada, oiga. La principal atracción es el conjunto de calles formado por la Marktgasse y sus continuaciones por ambos extremos. Tiene un par de torres con sus relojes y esas cosas, y hay un montón de estatuas policromadas con diversos motivos que alegran el ambiente. Es peligrosa, te puede atropellar un autobús, o un trolebús, o el tranvía, o te puedes caer a una zanja con agua. ¡Y eso que son peatonales!

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Un amenazador tranvía enfila por la Marktgasse de Berna.

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Si no mueres atropellado, caes en alguna zanja.

También hemos visto que en las paredes de las casas hay todo tipo de cosas entretenidas. Desde marcianos de videojuegos a señoritas que leen atentamente en posiciones que a nosotros no nos han parecido del todo recomendables. ¡Y encima fumando!

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¡Un marcianito! ¡De los de antaño! Bip, bip, bip...

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No creáis, no, que no estaba a ras de suelo; igual era un tercero o un cuarto piso.

Después, hemos subido a la rosaleda, donde además de rosas, que no parecen rosas en ocasiones, hemos contemplado las vistas del casco antiguo de Berna que se encuentra en un meandro del río Aare. Mientras, se empezaba a organizar una buena tormenta. ¿Caería?

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Dicen que esta flor de la rosaleda de Berna es una rosa; pues bueno, es bonita.

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Un amor con vistas... a Berna; y con nubarrones en el horizonte.

Pues sí. Y de lo lindo. Esto nos ha tenido un rato entretenidos buscando donde guarecernos. Menos mal que Berna está lleno de calles porticadas. Estos suizos, que lo tienen todo previsto. Hasta las tormentas. En una de estas, hemos caído junto a un escaparate, donde había un objeto del deseo.

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Los porticos de la Jurgensgasse con sus cucas tiendas.

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Un grupo de turistas prepara sus paraguas para defenderse de la lluvia.

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La lluvia es demasiado fuerte, y las calles y plazas se quedan vacías.

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Una Olympus E-P1, recién salida; en España no se ven. Detrás una Leica... que en realidad es igual que la cámara que ha hecho la foto, pero en pijo.

Una vez finalizada, a salido un ratito el sol, por lo que hemos vuelto a dar otra vueltecica, antes de cenar algo e irnos al hotel. A descansar un rato. Por cierto, que estamos en la última planta… ¡y hace calor!

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Tras la tempestad viene la calma, y se aprecian mejor los policromados de las figuras en las calles de Berna.