[Fotos] Resumen fotográfico del viaje a Basilea (y más)

Viajes

Si alguien tiene interés en conocer algunos detalles técnicos sobre las fotografías que aquí muestro, puede visitar la página Viajando con la pequeña compacta como única cámara digital – Sony ZV-1, donde conocerá mejor mi planteamiento fotográfico para esta escapada de Semana Santa, que terminó ayer. Aquí voy a resumir con fotos el viaje, aunque reproduciré alguno de los párrafos que en ese artículo incluyo.

El viaje surgió en enero. Desde hace unos años tengo un corresponsal en Kreutzlingen, Suiza, junto a la ciudad alemana de Constanza, con quien dialogo sobre fotografía con película tradicional a través de las redes sociales. Es un tío majo. A tal punto que ya me he ido un par de veces a pasar unos días en Constanza, para conocernos personalmente, recorrer lugares interesantes, y hablar de fotografía. En primavera de 2017 y en el verano de 2018. En ese último viaje, ya fue una cámara para película tradicional mi principal interés. En enero se puso en contacto conmigo y me propuso volver a quedar en esta Semana Santa . En ese momento los billetes de avión a Zúrich tenían un precio razonable y los saqué. Aunque hasta mucho después no determinamos exactamente lo que íbamos a hacer. Finalmente hemos estado en Basilea. De haberlo sabido con tiempo, hubiera volado directamente a esta ciudad, aunque con el coste del desplazamiento en tren desde Zúrich a Basilea incluido, dudo que me hubiese resultado mejor.

En la ciudad suiza fronteriza con la Alsacia francesa y el Baden-Wurtemberg alemán coincidimos con una pareja alemana, conocida de Andreas, un matrimonio de aficionados a la fotografía con película tradicional. Aunque se alojaron en un hotel distinto, lo cierto es que hemos hecho todo el viaje en común. Cada cual con sus equipos preferidos de fotografía analógica, como se le llama ahora. Las fotografías que he mostrado hasta ahora corresponden a la ciudad de Basilea, y a los dos museos de esta ciudad que visitamos, el Kunstmuseum Basel y la Fondation Beyeler. Esta animada ciudad suiza tiene una fuerte relación con el mundo del arte, especialmente el arte moderno y contemporáneo.

También dedicamos un día a Breisach y Friburgo de Brisgovia, ciudades alemanas cercanas, con tiempos de desplazamiento a esta última entre 30 minutos y una hora, según viajes en un moderno ICE, sin paradas intermedias, o en un tren local o regional, con frecuentes paradas, y a la mitad de precio. No son baratos los trenes en estos países, aunque tienen frecuencias altas, son cómodos y muy convenientes.

Otra tarde, después de haber pasado la mañana en el Kunstmuseum Basel, y después de comer, opíparamente, me resulta un poco pesada la cocina tradicional de los países germánicos, nos trasladamos a Rheinfelden. Que en realidad son dos poblaciones con el mismo nombre, una a cada lado de la frontera que supone el Rin, unidas por un puente peatonal.

La tarde del día siguiente, después de visitar por la mañana la Fondation Beyeler, y con una ligera comida en el tren, nos acercamos a la bonita ciudad alsaciana de Colmar, en Francia por lo tanto. Yo ya la conocía. Pero mis sensaciones fueron muy distintas. Cuando yo la visité, a principios de julio de 2010, estaba muy tranquila. Sin agobios. Pero en esta ocasión había mucho gentío. No sólo turistas. También muchos locales, que salieron a celebrar la Pascua, con abundancia de mercadillos y artesanías. Sólo España y otras regiones del Mediterráneo celebran la parte tétrica de la Semana Santa. En el resto del subcontinente europeo se opta por celebrar lo alegre, la Pascua, con abundancia de golosinas, huevos de colores y conejitos de Pascua.

Despedimos el viaje con un soleado día por el Jura suiza. Jura… suave cordillera montañosa al norte de los Alpes de donde viene el apelativo jurásico, ya que los estratos sedimentarios que conservan dinosaurios y otros fósiles que se crearon durante esta división de los tiempos geológicos, quedaron al descubierto con el plegamiento que dio lugar a estas montañitas, de menos de 1800 metros sobre el nivel del mar en su punto más alto. Pero no visitamos la cuestión geológica, sino las coquetas poblaciones de Delémont, Porrentruy y St-Ursanne. Y con esto cerramos el viaje. Hasta el próximo.

[Fotos] El 2021 en fotos; de viaje con la cámara al hombro

Fotografía, Viajes

Como todos los años desde 2007, llega el momento de comenzar con el resumen del año. En aquel momento, era simplemente una entrada que publiqué el 31 de diciembre bajo el título «12 meses, 12 fotos». Y fue en 2012 cuando por primera vez extendí esa entrada a dos más; la dedicada a la fotografía con película tradicional y la dedicada a los viajes del año, grandes o pequeños. Y aquí estamos terminando este 2021,… que algunos consideran como 2020 temporada 2ª. Quizá hay demasiada gente que piensa que el final de un año y el comienzo de otro es algo significativo, cuando la realidad es que el tiempo es un continuo, y el universo sigue adelante sin importarle gran cosa nuestras arbitrarias divisiones del calendario.

Este año no he hecho excursiones. Durante buena parte del año todavía hubo muchas restricciones al tráfico. Las actividades asociativas no se han reactivado a los niveles anteriores. A mí me da mucha pereza coger el coche y conducir. Y gente con la que solía salir en pequeñas excursiones de día,… pues no están a mano. No están cerca o no están disponibles. Las consecuencias de la pandemia nos han afectado más de lo que creemos, incluso a aquellos que no hemos sido diagnosticados de la enfermedad. Vete tú a saber si nos hemos infectado o no. Mañana tengo «excursión» al centro de salud para el refuerzo vacunal. Con un poco de «suerte» pasaré el final de año con fiebre y modorro en la cama.

Viajes, grandes o pequeños

Hasta que no llegó el verano, no pudimos tener claro en qué medida podríamos viajar o no. Fuera de Europa siempre estuvo difícil. Y a la Europa «unida» le costó llegar a acuerdos sobre el certificado COVID y su aplicación en el movimiento de gente transfronterizo. Y la onda epidémica del verano colocó a España en los peores colores del semáforo de advertencia.

No obstante, con sólo una semana de antelación, conseguimos montar un viaje a Suiza, con tres viajeros desde España, y otros tres desde Italia en parte del viaje. Un viaje que nos supo a gloria. En el que por fin sentimos algo de libertad. En parte por la racionalidad de las medidas contra la covid en el país helvético, adecuadas pero no agobiantes, en parte por el aire fresco de los Alpes, en parte por los reencuentros entre personas que se quieren, que llevan tiempo sin verse, salvo a través de las pantallas de ordenadores, tabletas y teléfonos móviles, y que se alegran de abrazarse por fin. Dado que todos estábamos vacunados en ese momento.

Una de las consecuencias de la apertura de fronteras europea fue que una de mis amistades con las que más viajo, pudo hacer un breve viaje a Dinamarca, a Copenhague, por motivos de trabajo. Y fui de acompañante. Si en Suiza las medidas de prevención entraban en lo razonable, en Dinamarca estaban convencidos que ya podían hacer vida normal, y nada era obligatorio, salvo para entrar al país. Aunque nunca nos pidieron que mostráramos nuestro certificado COVID. El caso es que hizo unos días excelentes, todo estaba racionalmente animado y lo pasamos realmente bien.

Entre finales de septiembre y la primera quincena de octubre llegó mi segunda parte de vacaciones reglamentarias. Y organizar el viaje fue algo azaroso. En principio reservamos para ir a Lanzarote en las islas Canarias. Pero mi acompañante al viaje tuvo una cuestión que atender y lo suspendimos. Tuve que buscar una alternativa. Otra vez con poco más de una semana de antelación. Y fue bien. Italia fue el destino. La costa de Amalfi, el golfo de Nápoles, Roma y Tívoli fueron los lugares que visitamos. Italia siempre es un buen destino viajero.

Y a finales de octubre, igual que el año anterior, surgió la oportunidad de visitar a una de mis amistades, que vive en Sevilla y además tiene un nuevo piso, más amplio y acogedor. Por lo que no viajé solo desde Zaragoza. Recorrimos Jerez de la Frontera, Río Tinto, la sierra de Aracena, Ronda y, cómo no, Sevilla misma. Empezamos a acostumbrarnos a esta escapada andaluza a finales de octubre, antes del cambio de horario de otoño.

Mañana lo dedicaré a hablar en exclusiva de la fotografía con película tradicional. Pero ya llevo unos años en la que este tipo de fotografía tiene su importancia a la hora de documentar mis viajes. Todas las fotografías en color mostradas hasta ahora son digitales… menos uno. Adivinad cuál es. Cerraré la entrada con cuatro fotografías en blanco y negro, realizadas con al fiel compacta que me ha acompañado en todos mis viajes en este año que se cierra.

Para finalizar, un paseo por alguna ciudad francófona; Friburgo y Neuchâtel

Viajes

Ayer fue el último día del viaje. Por la mañana me despedí en la estación de Berna de mis compañeros de andanzas. Mientras ellos cogían un Cisalpino con destino al otro lado de los Alpes, yo pillaba un tren hacía Friburgo. Una mona ciudad situada a media hora de Berna, y donde para variar, se habla mayoritariamente francés. Mucho más cómodo para mí, la verdad, el hablar a la gente en su idioma natal, y no depender los dos de un tercer idioma, aunque sea uno tan extendido como el del imperio, el inglés. La ciudad vieja, situada en un recodo del río Sarine, es realmente bonita y muy agradable para pasear.

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Una estatua llorosa me recibe nada más bajar del tren en Frinburgo.

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En la catedral de Friburgo encontramos en las cristaleras las escenas de sado-maso que tanto gustan a los católicos.

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La calle de las esposas fieles y los maridos modélicos... dime de lo que presumes y te diré de qué careces.

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Como algunos ya sabíamos, aunque en España se ignora bastante, el Camino de Santiago es algo que se extiende por todo el continente y no sólo entre Roncesvalles y Santiago.

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Recoleta la ciudad antigua de Friburgo, ¿verdad?

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Y para finalizar la visita a Friburgo, un funicular que nos sube hasta la estación.

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Una como ésta está en el museo del transporte de Lucerna; aquí están en exposición en la estación de Friburgo, pero pintadas de rojo en vez de verde.

Tras pasar la mañana en Friburgo, cogí un tren hacia Neuchâtel, también perteneciente a la Suiza francófona. También una ciudad muy mona, situada junto a un gran lago, aunque el paseo por su orilla me tocó bajo un nublado y un vientecillo fresco. Pero previamente había paseado por su bonito y colorido casco antiguo, y había subido al conjunto formado por el castillo, actualmente sede del gobierno cantonal, y una colegiata aneja.

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Unos pasean, otros leen, en las tranquilas calles de Neuchâtel.

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El castillo de Neuchâtel, sede del gobierno cantonal.

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Altar mayor de la colegiata de Neuchâtel.

Hacia las cinco de la tarde cogí un tren de vuelta a Berna, había que hacer alguna compra de última hora, y si el tiempo no lo impedía dar una última vuelta por Berna, por algunos de los lugares que en la primera visita nos pillaron con lluvia y que ahora podían estar soleado.

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El oso, emblema de la ciudad de Berna, lo podemos encontrar hasta en el azud del río Aare.

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En el mismo lugar donde en ese momento tomaban el sol los adolescentes, días atrás caía el diluvio.

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Y antes de irme, un paseo entre las policromadas fuentes bernesas.

Y ya, a las nueve de la noche, tren de vuelta. Pero eso ya es otra historia… y será contada en otra ocasión.

Dejamos la montaña, y nos vamos a la capital, o así, a Berna quiero decir

Viajes

Ayer por la noche, aún hubo alguna cosa interesante antes de cenar, paseando por Zermatt. La primera es que, oh sorpresa, el Cervino mostró por un instante su cumbre soleada por el sol del atardecer. No me pillo con la mejor cámara para inmortalizar el suceso, pero algo es algo. Después  visité el cementerio de los alpinistas muertos en las montañas de los alrededores.  Jo, qué cantidad de ingleses la han palmado por aquí. Y finalmente, después de cenar, me encontré con un coro de estos que hacen gorgoritos tipo tirolés. Pero sin el gorro con la pluma.

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La cima soleada del Cervino asoma entre jirones de nubes.

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Tumbas de los alpinistas muertos subiendo o bajando las cimas de los Alpes en los alrededores de Zermatt.

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Pues cantaban bien los veteranos miembros de este coro.

Hoy ya he cogido el tren de vuelta a Berna, la presunta capital del país. Digo presunta porque aquí no se toman muy en serio estas cosas. Esque estan muy descentralizados, ellos. Y sin que pase nada, oiga. La principal atracción es el conjunto de calles formado por la Marktgasse y sus continuaciones por ambos extremos. Tiene un par de torres con sus relojes y esas cosas, y hay un montón de estatuas policromadas con diversos motivos que alegran el ambiente. Es peligrosa, te puede atropellar un autobús, o un trolebús, o el tranvía, o te puedes caer a una zanja con agua. ¡Y eso que son peatonales!

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Un amenazador tranvía enfila por la Marktgasse de Berna.

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Si no mueres atropellado, caes en alguna zanja.

También hemos visto que en las paredes de las casas hay todo tipo de cosas entretenidas. Desde marcianos de videojuegos a señoritas que leen atentamente en posiciones que a nosotros no nos han parecido del todo recomendables. ¡Y encima fumando!

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¡Un marcianito! ¡De los de antaño! Bip, bip, bip...

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No creáis, no, que no estaba a ras de suelo; igual era un tercero o un cuarto piso.

Después, hemos subido a la rosaleda, donde además de rosas, que no parecen rosas en ocasiones, hemos contemplado las vistas del casco antiguo de Berna que se encuentra en un meandro del río Aare. Mientras, se empezaba a organizar una buena tormenta. ¿Caería?

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Dicen que esta flor de la rosaleda de Berna es una rosa; pues bueno, es bonita.

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Un amor con vistas... a Berna; y con nubarrones en el horizonte.

Pues sí. Y de lo lindo. Esto nos ha tenido un rato entretenidos buscando donde guarecernos. Menos mal que Berna está lleno de calles porticadas. Estos suizos, que lo tienen todo previsto. Hasta las tormentas. En una de estas, hemos caído junto a un escaparate, donde había un objeto del deseo.

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Los porticos de la Jurgensgasse con sus cucas tiendas.

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Un grupo de turistas prepara sus paraguas para defenderse de la lluvia.

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La lluvia es demasiado fuerte, y las calles y plazas se quedan vacías.

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Una Olympus E-P1, recién salida; en España no se ven. Detrás una Leica... que en realidad es igual que la cámara que ha hecho la foto, pero en pijo.

Una vez finalizada, a salido un ratito el sol, por lo que hemos vuelto a dar otra vueltecica, antes de cenar algo e irnos al hotel. A descansar un rato. Por cierto, que estamos en la última planta… ¡y hace calor!

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Tras la tempestad viene la calma, y se aprecian mejor los policromados de las figuras en las calles de Berna.