Hacia mediados de los años 90 me empezó a entrar el gusanillo de las cámaras clásicas. Afición que tardaría mucho en eclosionar, pero que de la que hoy disfruto. En 1995, Julio Álvarez de la Galería Spectrum Sotos de Zaragoza, donde hice los cursos de fotografía que me introdujeron en el mundo de la fotografía con cierta seriedad a principios de los 90, montó el certamen de fotografía Huesca Imagen, que se vino celebrando en la primavera oscense durante unos diez años. No sé exactamente. Había exposiciones, seminarios, cursos,… y en torno al 1º de mayo se organizaba una feria de material clásico y de ocasión. La mayor parte de quienes venían a vender eran franceses. Al principio se hacía en casetas en el bonito parque de Huesca, luego pasó a los porches de la Diputación, y finalmente en una iglesia en el Coso Alto, desacralizada, cuyo nombre ahora se me escapa y no lo encuentro en Google.
Cuando asistí por primera vez en 1995 a la feria, me apetecía mucho tener alguno de aquellos venerables aparatos clásicos. Pero no tenía ni idea de cuál sería el adecuado. Así que me abstuve de comprar. Por aquel entonces, la editorial Omnicon (esta gente tiene una página web como si todavía estuviéramos en aquella época, en los 90) publicó la versión en castellano de Cómo coleccionar y usar las cámaras clásicas de Ivor Matanle. Y me lo compré. Y al año siguiente, nuevamente a primeros de mayo, en la feria, compré una Zeiss Ikon Contessa que desde entonces utilicé de vez en cuando. Tarde años, en decidirme a seguir adquiriendo y probando cámaras clásicas.
El caso es que a las dos semanas de la compra, un buen amigo se examinó como piloto de vuelo sin motor en el aeródromo de Monflorite, actualmente convertido en aeropuerto sin sentido de los que salpican la geografía española. Y me pidió que hiciera las fotos del evento. Con la Canon EOS 100 hice unas diapositivas que se quedó él. Pero con la Contessa hice unos negativos en color que ahora he recuperado. Y os enseño algunas de las fotos que hice con tan divertida cámara.