Recientemente he vuelto a acumular bastantes series sin comentar. Me pasa de vez en cuando. Cuando pasan semanas, de repente, series que he ido viendo a poco, las termino todas a la vez o en pocos días. Y tengo acumuladas varias de animación. El buen sabor de boca que me dejó Dororo ha hecho que me interese de nuevo por la animación. No es que me haya dejado de interesar en ningún momentos… es que durante un tiempo no he encontrado nada que me llamase mucho la atención de la diversa oferta que existe en series. Tampoco te puedes tragar lo primero que te venga a mano.
A Beastars llegué a través de su banda sonora. Por una de esas causas y azares escuché un tema de una pareja de indie-pop japonés y me interesé por ellos, una cosa puntual sin más trascendencia. Pero una cosa me llevó a la otra, y acabé viendo esta serie de animación japonesa en Netflix, con una premisa curiosa. A priori… una serie de colegiales de instituto. Lo peculiar es que se trata de una sociedad de animales, en la que carnívoros y herbívoros sobreviven gracias a unas rígidas normas sociales sobre alimentación, y en la que un joven adolescente lobo, tras un dramático encuentro, acaba relacionándose con una pequeña coneja enana. Puede sonar un poco a chufla. Pero la serie es principalmente dramática y clasificada para mayores de 16 años, tratando temas como la violencia, la sexualidad y la violencia sexual. Sin dejar de pensar que tiene sus agujeros y alguna inconsistencia, es una producción curiosa e interesante que enseguida me engancho pese a sus defectos. Son ocho episodios y ya están previstos otros ocho que ya se han estrenado en Japón. Llegarán más adelante al resto del mundo a través de la conocida plataforma de vídeo bajo demanda.

Tampoco es precisamente un producto infantil Banana Fish, una serie de animación japonesa en Amazon Prime Video, pero que transcurre íntegramente en Estados Unidos y mayormente en Nueva York. Nos movemos en un mundo de bandas y mafias, con intereses en el mundo de las más sofisticadas drogas de diseño y como ramificaciones en la corrupción política, donde dos jóvenes de 17 y 18 años, uno nortemericano, que ha sobrevivido en un mundo de delincuencia y abusos (sexuales), y otro japonés, que ha vivido protegido y seguro en una sociedad tranquila, entablan una amistad especial. Y en la que a lo largo de los 24 episodios en temporada única se mueven en una línea mal definida sobre si esa amistad es algo más y es una relación homosexual. La serie, conceptualmente es muy interesante. Y quizá el manga en el que se basa tenga sentido la larga duración. Pero en animación, se vuelve excesivamente larga con situaciones repetitivas constantemente que hacen que llegue un momento todo suene a déjà vu. No está mal por eso. Tampoco hace concesiones a la amabilidad en su trama, donde la violencia y las agresiones sexuales están a la orden del día.
Finalmente, seguimos en Nueva York, con una serie de entrevistas de siete episodios, en las que Martin Scorsese, productor y director de la misma, conversa con la escritora, comentarista y actriz Fran Lebowitz. Pretend it’s a city es el título de la serie. Y viene de la frase, os la pongo traducida «supongamos que (Nueva York) es una ciudad». Supongo que la alternativa a que sea una ciudad, lo cual se discute en el primer episodio, es que sea otra cosa. Entre un mundo en sí mismo a un monstruo social. En cualquier caso, a lo largo de los episodios tratan la visión de Lebowitz (no confundir con la fotógrafa Annie Leibovitz) sobre la cultura, el transporte público, el dinero, la salud y el deporte, la idea de diversión, las nuevas tecnologías de la información, o los libros. No voy a decir que me identifique la protagonista de la función. Siempre he pensado que los intelectuales progresistas neoyorquinos a veces tiene cosas que son muy poco progresistas. Pero es muy divertida e invita a la reflexión. Y los episodios son cortos y ágiles. No cuesta nada ver la serie. Muy recomendable.