Hace un par de meses o tres estaba yo leyendo un artículo sobre lo que ya se considera ciencia ficción clásica, aquella que se escribió en los años 60 y 70, en la que surgieron escritores que se bregaban en una ciencia ficción dura, en la que trataban de contar historias plausibles a la luz del conocimiento científico, y con mayor o menor éxito a la hora de crear al mismo tiempo un relato que entretuviera y que tuviese una suficiente profundidad para hacernos reflexionar sobre nosotros mismos. La mejor ciencia ficción siempre nos plantea escenarios futuristas y avanzados científicamente para hablar de nuestra identidad como seres humanos o de nuestros problemas actuales como sociedad o como especie. Véase al respecto la novela de Poul Anderson que comenté en septiembre de 2022, o la estupenda Cita con Rama de Clarke, un clásico entre los clásicos. Pero estos son sólo dos ejemplos que me han venido a la memoria sobre la marcha, sin pensarlo mucho, de los muchos que hubo. Coincidió que yo, a finales de los años 70 y principios de los 80, estaba en mi final de la adolescencia y principio de los años de universidad, y como buen chico de ciencias, me apasionaba este tipo de lecturas.

Sin embargo, había mucha oferta. Había una diversidad de colecciones de obras de ciencia ficción en varias editoriales que ofrecían abundancia de obras, muchas de ellas en formato de bolsillo, más económicas, y adecuadas a la pobre economía de un estudiante. Y hubo muchas cosas interesantes que se quedaron en el tintero. Es cierto que hoy en día, esas obras hay que leerlas con una cierta perspectiva y comprensión. Las ciencias han avanzado, y las propuestas de aquellos autores, entonces ingeniosas e innovadoras dentro de los paradigmas de la ciencia real, pueden resultar ingenuas o francamente descarriladas. Uno de estos autores, al que no accedí en aquella época, fue el británico James P. Hogan, un escritor relativamente prolífico, especialmente conocido por su serie de los Gigantes, y sobre el que no había leído. nada. En ese artículo que he mencionado al principio, y que soy incapaz de enlazar porque no recuerdo donde lo leí, recomendaba algunos libros de esta serie, y decidí leer al menos el primero de ellos, que os traigo hoy a comentario. En su original en inglés.
La acción nos sitúa en el año 2027, cincuenta años después del año en el que se publicó, momento en el que el autor, ingenuamente, imaginaba que la guerra fría habría terminado y habría comenzado una colaboración internacional para el desarrollo de la ciencia y la exploración del espacio, al que habrían ido los presupuestos destinados a los ejércitos. Inspirada por el 2001, A Space Odissey de Kubrick, que Arthur C. Clark adaptó a una novela con una trama muy similar, aunque con algunas diferencias en el argumento, tras una introducción que nos habla de ciertos acontecimientos en un pasado remoto, se nos habla de un hallazgo en la luna. El cadáver momificado de un astronauta en la Luna, con miles de años de antigüedad, pero inequívocamente humano. Un equipo de científicos de lo que sería la sucesora multinacional de la NASA acomete la tarea de estudiar el hallazgo y darle un sentido, ante su improbabilidad. Un posterior hallazgo en Ganímedes, satélite de Júpiter, de una nave claramente alienígena, compleja la tarea de dar sentido al conjunto. [Obsérvese el paralelismo con 2001; en aquella, se encuentran dos monolitos, uno enterrado en el cráter Tycho de la luna, y el otro en órbita alrededor de Júpiter (versión cinematográfica) o en Iapeto, satélite de Saturno (versión literaria)]
La novela es en general muy entretenida. No hay acción propiamente dicha, más allá de alguna reconstrucción de lo sucedido en el pasado remoto del que proceden los restos del astronauta lunar. Lo que vamos siguiendo es el proceso científico de generación de hipótesis a partir de los restos encontrados y su análisis, contrastados con el conocimiento científico establecido, para proceder al proceso de contrastar la fortaleza de esas hipótesis, para sustituirlas por otras cuando no funcionan, o para modificar el paradigma científico cuando es necesario. Intervienen todo tipo de científicos, biólogos, químicos, físicos, geólogos, paleontólogos,… también lingüistas e historiadores que aportan sus métodos de estudio a los elementos culturales de los restos. No hay villanos. Aunque haya personajes que nos caigan mejor o peor, el biólogo es uno de ellos porque parece intransigente, pero todos aportan. Y al cabo, el biólogo acaba resultando un científico serio, de los de ante hipótesis extraordinarias, las pruebas han de ser también extraordinarias. Escrita con una prosa muy directa y funcional, se lee fácil, con interés, en más de un caso me encontré trasnochando más de la cuenta por culpa de ese querer saber qué es lo que van a deducir.

Al mismo tiempo, las hipótesis que plantea el escritor resultan un tanto ingenuas desde el punto de vista del conocimiento actual. Por ejemplo, volviendo a la biología evolutiva, frente al hecho de que en los años 70 del siglo XX el fuerte del análisis de los restos paleontológicos estaba en el estudio morfológico de los fósiles, poco a poco fueron sustituidos, cuando esto fue posible, con las técnicas de biología molecular, especialmente el de los ácidos nucleicos, sometidos a un cambio por mutaciones en el tiempo, marcados por un reloj evolutivo, que permite establecer las relaciones de parentesco entre especies. Con ese conocimiento, la hipótesis final del libro… resulta implausible en el año 2023, aunque lo fuera en 1977. Lo mismo sucede con el origen de la Luna, aunque la teoría del gran impacto, hoy la favorita de los científicos, ya había sido formulada en aquel momento, y hace que la hipótesis final del libro tampoco sea admisible. Con el cinturón de asteroides pasa algo parecido. Cuando leí mi primer libro de astronomía divulgativa que me compraron siendo un adolescentes, y que devoré numerosas veces hasta casi aprendérmelo de memoria, se hipotetizaba con el origen del cinturón de asteroides como la consecuencia de un planeta en órbita solar entre Marte y Júpiter que hubiese sido destruido. Hoy en día, sabiendo que la masa total de los millones de cuerpos del cinturón se estima en sólo un 4 % de la de la Luna, más bien se considera como un intento fallido de formación de un planeta durante los inicios del Sistema Solar por las perturbaciones gravitatorias introducidas por el gigante Júpiter. En fin… la hipótesis final del libro, ingeniosa, hoy en día también resulta ingenua e implausible.
Bueno… las cosas son así. Las ciencias adelantan. Toda obra de ciencia ficción, especialmente ciencia ficción dura, que parte del conocimiento científico real, o aunque se base en las hipótesis más especulativas, cuando pasa un cierto tiempo queda desfasada y pasa a ser ingenua o simplemente errónea. No quiero decir con esto que toda la ciencia especulativa se quede desfasada. La evolución de Darwin tuvo que esperar décadas para poder conocerse cuál era su base biológica molecular y terminar de confirmarse. O la deriva de los continentes de Wegener tardó mucho en poder medirse y que fuese una teoría plenamente aceptada. Pero la obra es notable en su planteamiento. Y yo me lo he pasado muy bien. Contemplo la posibilidad de seguir con alguno de los siguientes libros de la serie. A ver que nos tenía que contar Hogan sobre este universo alternativo que planteó.

