[Libro] La experiencia de leer – C. S. Lewis

Literatura

Los domingos no suelo hablar de libros. Suelo hablar de fotografía. De la que hacen otros, mucho mejores que yo. En los que creo que hay que fijarse para intentar, muchas veces sin éxito, mejorar. Pero con estas semanas pasadas viajando, no tengo mucho preparado. Y por otro lado, con el de hoy, tengo nueve libros ya leídos pendientes de comentario. Un montón. Este año voy mucho más entonado con esto de la lectura. Esperemos que dure. En vacaciones leo mucho. Y cuando no estoy de vacaciones, he cambiado algunas rutinas para permitirme espacios para la lectura. Pero vamos con lo de hoy… que es un ensayo. Apareció de oferta en algún sitio, y su tema me pareció interesante. Y se lee en seguida. Su autor, el escritor británico C. S. Lewis, muy conocido por sus libros de Las crónicas de Narnia, y menos por otros que se mueven en la ciencia ficción. Hasta el momento, no me ha atraído mucho. Y no he leído ninguna obra de ficción suya. Pero es que sus adaptaciones al cine me han alejado de ellas.

En un viaje en agosto de 1989 por París y la Gran Bretaña, visitamos Oxford. Pero no tengo ninguna foto escaneada de este lugar. Sí de otros puntos del viaje. Tengo que revisar aquellos negativos. O volver a Oxford y hacer algunas fotos. Pero últimamente el Reino Unido no apetece mucho…

En otro orden de cosas, fue un académico que ejerció su actividad como profesor de literatura en la Universidad de Oxford. Y en ese ámbito hay que contemplar este ensayo. El título en castellano no se corresponde con el original en inglés. An experiment in criticism. En cualquier caso, el debate que plantea es que la calidad de los libros no se mide sobre la forma en que están escritos sino sobre la forma en que son leídos. El autor diferencia dos tipos de lectores. Uno de ellos sería el intelectual, el que lee pausadamente, con abundante reflexión y que, llegado el caso, vuelve una y otra vez al texto, extrayendo todo el potencial del mismo. Si un libro atrae este tipo de lectura sería un buen libro. Por otro lado, existe el lector que busca un entretenimiento, que lee su libro una vez, sin darle muchas vueltas, que raramente vuelve a releerlo, porque quiere pasar a la siguiente aventura. Si un libro sólo atrae este tipo de lectores… pues sería, literariamente hablando, flojito.

El ensayo contiene algunas ideas interesantes. Es obvio que existen libros, de ficción o de no ficción, que tienen diversos fines. Los libros de literatura más popular, los superventas, tiene claramente el objetivo de procurar entretenimiento a un número alto de personas, potenciales lectores. Y de hacer mucho dinero. Por el contrario, hay otros libros que buscan atraer un lector más reflexivo, provocar una reacción, un debate, o que el lector lo perciba como un obra realmente artística por la belleza de su lenguaje. Pero la división que hace Lewis de los lectores es demasiado binomial. O se es de unos o de los otros. Y clasista. Es obvio que desprecia a determinado tipo de lector. Y consecuentemente las obras que lee. Y yo no estoy de acuerdo.

En la literatura, como en el cine o en otras artes, existe productos de consumo que pueden tener una alta calidad, que pueden atraer a lectores de niveles de cultura más básicos, pero también al lector culto y más instruido. Entretenimiento y calidad artística no tienen por qué estar reñidos. Aunque es difícil que autores que publican libros como churros puedan mantener esa calidad. Existe en el mundo editorial demasiadas obras formulaicas, carentes de originalidad, que repiten esquemas, y que sin embargo son leídas con avidez por cierto público. Como pasa en la ficción televisiva o cinematográfica. Pero los límites no son precisos entre la lectura como entretenimiento y la lectura como reflexión artística o filosófica. Es más, no deben serlos. Y se debe aspirar a la calidad en todo el campo. Y de esa forma el lector puede progresar, y poco a poco acceder a una mayor variedad de obras literarias. Esa es la forma también para acabar con el clasismo de Lewis entre los lectores como el y sus colegas intelectuales, y todos los demás. Lewis se aparta en realidad de la sociedad. Es el ejemplo por excelencia del académico universitario que no vive la realidad social.

Fuera de la literatura, y a propósito de mi reciente viaje a Japón, podemos considerar un cierto fenómeno en el ámbito de la pintura. Hokusai. O Hirosige. U otros artistas del período Edo que practicaron el grabado en madera. Hoy en día se los considera grandes artistas, cuyas exposiciones o sus obras en los museos atraen muchos visitantes y sesudos comentarios académicos. Pero en su momento, eran más bien artesanos populares, que vendían sus obras a través de los estampadores, obras que se reproducían indefinidamente mientras hubiera demanda, a la burguesía comerciante de las grandes ciudades japonesas. Lo curioso es que en una sociedad de castas, tan jerarquizada como la japonesa del periodo Edo, donde los militares, los samurais, estaban en la cúspide de la pirámide social, los comerciantes estaban en la base. Eran casta baja. Pero tenían dinero. Estos artistas que hoy están tan bien considerados, trabajaban para decorar las casas de la casta más baja. Eran productos de consumo. Quizá el C. S. Lewis japonés de la época los hubiera despreciado, por la extracción social de sus consumidores. No nos engañemos, nivel cultural y educativo siempre está correlacionado con el nivel socioeconómico. Hoy en día, sin embargo… son admirados. Qué cosas, no.

Por supuesto que hay obras buenas y malas. Pero cuidado con cargar esa definición por el objetivo que persiguen o por la «calidad» de sus lectores. A mí eso me huele a un cierto elitismo, un poquito rancio.

[TV] Cosas de series; dictadores feudales japoneses y el fin del mundo van bien para las vacaciones

Televisión

Tengo unas cuantas series de televisión pendientes de comentario de antes de cogerme las vacaciones. Pero en la tónica de estos días, me apetece comentar cositas que he visto durante, o aprovechando, estas vacaciones. Porque en un viaje largo siempre hay tiempos muertos, o un rato antes de dormir, en los que aparte de la posibilidad de leer algo, puedes ver algo de lo que llevas en tu tableta por si acaso. Las dos series que comento las llevaba empezadas de antes del viaje a Japón, pero las he terminado durante el viaje.

Jongmar-ui babo [종말의 바보, el tonto del fin del mundo] es una serie surcoreana preapocalíptica, que en inglés se ha titulado Goodbye Earth y en castellano Adiós, Tierra. O sea, lo mismo que en inglés. Es una producción de Netflix que se basa en una novela japonesa que estoy dudando si leer o no, creo que no adapta exactamente la historia, se inspira en ella, y que en en doce episodios nos cuenta lo que pasa en una ciudad coreana en los 200 días que faltan para que quede destruida por la colisión con la Tierra de un asteroide. Pero antes de seguir, quiesiera hacer algunas puntualizaciones terminológicas. Que últimamente el personal adjetiva la ficción cinematográfica o televisiva.

En primer lugar, sí, he dicho preapocaliptica. No posapocalíptica como se puede leer en algunas reseñas o comentarios. La catástrofe no ha sucedido. Sucederá. Incluso se puede prever minimizar las consecuencias de la misma. Pero lo que analiza la serie no es lo que pasa después de la catástrofe. Lo que analiza es la descomposición de la sociedad cuando hay amenazas graves sobre la misma. Y eso puede ser de carácter catastrófico natural, pero podría ser por otros motivos. A lo largo de la historia de la humanidad, las sociedades, aparentemente estables y prósperas, se han desmoronado, los tejidos sociales destruidos, y la civilización se ha venido abajo. Sucedió en Mesoamérica con los mayas, sucedió en muchos lugares de Europa con el derrumbe del Imperio Romano, sucedió en el Mediterráneo oriental en la Edad de Bronce,… civilizaciones potentes, avanzadas para su época, que se desmoronan, hay un declive demográfico, y un abandono de la grandes ciudades y vuelta a la subsistencia básica. Pero antes de que eso suceda, hay un periodo de advenimiento del caos social.

En segundo lugar, el maldito término distopía/distópico que ahora se aplica a todo. Sobre la película sobre una hipotética guerra civil en Estados Unidos que comenté recientemente vi y comenté, la mayor parte de los medios hablan de una situación distópica. No tal. Es un escenario histórico alternativo o teórico, más bien una ucronía a futuro. Pero sobre una sociedad no diferente en esencia de la actual. Y a la serie actual también se le aplica en algunos medios el término distópica. No tal. Es un derrumbe social. No una distopía. Aunque ahora ha degenerado el término para abarcar muchas situaciones muy distintas, incluso los artículo en inglés y en castellano se lían mucho, originalmente la distopía se refería a sociedades que bajo la apariencia de una utopía, o sociedad ideal, se trata de sociedades o sistemas sociales y políticos deshumanizadores, que anulan la persona. Por lo tanto, relatos posapocalípticos, preapocalípticos, ucronías, o relatos sobre dictaduras hechas y derechas, sobre todo derechas, no son distopías. Lo importante, filosóficamente, de la distopía es su apariencia de sociedad ideal… cuando es todo lo contrario. No estamos en la situación.

Cuando comienza la serie, hace más de 150 días que se sabe que un asteroide colisionará contra la Tierra en algún lugar muy próximo a la península de Corea, por algún mapa que sacan en lo que la mayor parte del mundo llama el mar de Japón, y que ellos llaman el mar del Este… denominación que sólo tiene sentido para ellos, claro. Pero bueno, también al mar del Norte se le llama así aunque sólo tenga sentido para los europeos occidentales que no viven en los países escandinavos. En fin, no nos extenderemos mucho sobre el hecho de que la nomenclatura cartográfica está condicionada por el histórico impulso colonizador de la Europa occidental. Aquí estamos de nuevo. En esos 150 días, sabiendo que Corea, ambas Coreas, van a desaparecer como nación, en la del sur se ha producido una guerra civil y una descomposición del tejido social. Algunos coreanos son acogidos como refugiados en otros países, pero los criterios son egoístas, arbitrarios, injustos,… y no van a alcanzar a toda la población. Al mismo tiempo, mafias criminales campan por el país, y es infame la trata de personas, especialmente de niños y adolescentes.

En ese entorno, nos encontramos con cuatro amigos. Una profesora de educación intermedia, Ahn Eun-jin, el equivalente a la ESO, que vive con dificultad la desaparición o muerte de todos menos tres alumnos de su clase, víctimas de esas mafias. Su novio, un científico brillante, Yoo Ah-in, que se encuentra en Estados Unidos. Una capitana del ejército, Kim Yoon-hye, con un alto sentido del deber y que pretende proteger a la población de la ciudad. Y que en secreto es lesbiana, y está colada por la profesora. Y un sacerdote católico, Jeon Sung-woo, que tiene que confortar a su parroquia cuando el párroco titular desaparece. Y luego hay una pléyade de secundarios, más o menos habituales en los dramas coreanos, haciendo de buenos vecinos, o de malvados. En los doce episodios, desarrolla una serie de tramas personales, y otras globales, que ponen énfasis en como sobrevivir cuando no hay esperanza, o como mantener una cierta cohesión social, cuando las desigualdades y los egoísmos personales sobresalen en el «sálvese quien pueda». La propuesta es muy interesante, y la serie se deja vez con interés. Especialmente por el buen trabajo de muchos de sus intérpretes. Pero la historia no está siempre bien hilvanada, el peso de la trama está muy desequilibrado a lo largo de los episodios, y algunas situaciones caen en el tópico previsible. Pero algunos de los conflictos éticos que se plantean son interesantes. Al público no le ha gustado mucho. Aparte de los defectos señalados… la gente quiere finales felices. Siento haber destripado el final. Pero es que es obvio y consecuente. Es lo que hay.

En la plataforma Disney+ han celebrado recientemente su estreno estrella de los tiempos recientes. La producción es de FX, uno de los canales que distribuyen en la plataforma. Y se trata de la segunda adaptación televisiva de una novela superventas de los años 70 del mismo título, Shōgun. La primera fue en los años 80, cuando estaban de moda las series con cierto componente épico que, en TVE, solían venir agrupadas como Grandes relatos, aunque esta denominación se usó también para otros programas. Fue la época de (usaré las denominaciones en España) Raíces, Holocausto, Norte y sur (esta acabó teniendo varias temporadas), Séptima avenida, Hombre rico, hombre pobre, y otras que ahora no me vienen a la memoria. Eran muy populares… porque sólo había una televisión con dos canales, o sea que no podíamos elegir ver otras cosas. Así que eran objeto de comentario habitual por parte de todos tras la emisión del episodio semanal. Todas o casi todas eran adaptaciones de novelas del tipo superventas. O best-sellers para los que no son incapaces de prescindir de la superflua denominación inglesa. Novelas formulaicas, muy entretenidas, aunque de valores literarios discutibles en ocasiones, que seguían esquemas similares. Y que mucha gente, tras la serie, acababa comprando en el Círculo, aunque la mayor parte de esta gente no la llegaba a leer. Pero quedaban bien en las bibliotecas domésticas.

Pues bien, algunas de aquellas historias se están actualizando en nuevas series, más ambiciosas, con más medios técnicos y con la intención de atrapar al espectador para la plataforma de contenidos de turno. Shōgun es una ficcionalización de los acontecimientos históricos que rodearon la llegada al poder de Tokugawa Ieyasu como primer shōgun de su dinastía, que entre 1603 y 1868 procuró un periodo, llamado periodo Edo, por instalarse la sede del gobierno del shogunato en esta ciudad, hoy conocida como Tokio, en el que el país estuvo en paz. La capital oficial del país, donde residía el emperador, sin poder real, seguía siendo Kioto. Fue una dictadura militar, con una sociedad dividida en castas, pero que gozó de estabilidad, y se caracterizó por el mantenimiento de un sistema feudal en el territorio, al mismo tiempo que surgía una casta de comerciantes en las ciudades. Casta que combinaba la contradicción de estar en la base del sistema social, pero que era muy próspera económica y manejaba mucho dinero. Y por ello, aunque supuso un parón en el desarrollo tecnológico del país, fue un periodo de esplendor en la cultura y las artes.

El advenimiento al poder de Tokugawa Ieyasu, del clan Matsudaira, el tercero de los unificadores del país, y el definitivo, tras el convulso periodo Sengoku, se produjo cuando fue expulsado (o se rebeló) del consejo de cinco regentes del que formaba parte, durante la minoría de edad del heredero de Toyotomi Hideyoshi (en la serie Toranaga Yoshii, Hiroyuki Sanada), el segundo de los unificadores, tras Oda Nobunaga, el primero de ellos. Ieyasu fue lugarteniente de ambos, pero en un momento dado sintió que le llegaba el turno. Esta rebelión genero una serie de tensiones que amenazaban el desencadenamiento de una nueva guerra civil entre las dos facciones; el ejército del Este, al mando de Ieyasu, con base en Edo, y el ejército del Oeste, al mando de Ishida Matsunari (en la serie Ishido Kazunari, Takehiro Hira), con base en Osaka. El casus belli fue el intento de Ishida Matsunari de retener como rehenes en el castillo de Osaka a familiares de los señores feudales que apoyaban a Ieyasu en el ejército del Este. En este intento, murió la esposa de uno de los lugartenientes de confianza de Ieyasu, general destacado en su ejército, una mujer de origen noble que había adoptado la religión católica, originalmente llamada Akechi Tama, aunque pasaría a ser conocida como Hosokawa Gracia (en la serie Toda Mariko, Anna Sawai). La serie es ficción, y los nombres de los personajes son distintos pero basados claramente en estos personajes históricos. Y narra una sucesión de acontecimientos ficticia, que no se corresponde con la realidad histórica, que llevan a la muerte de la dama noble en Osaka y el desencadenamiento de la guerra. Mezclados con la llegada a Japón de un piloto naval inglés al servicio de los comerciantes neerlandeses, John Blackthorne (Cosmo Jarvis), que se basa en un la figura del marino William Adams, y que no consta que interviniese en modo alguno en los asuntos históricos que he comentado.

La serie es entretenida. Muy entretenida. Pero no me ha gustado tanto como a la peña. De verdad que no. Hay algunos «errores» de reparto. Anna Sawai no lo hace mal. En lo que yo la había visto hasta ahora… la consideraba una actriz mediocre, como en cierta serie de monstruos de Apple TV+. Me dicen que también salía en la excelente Pachinko, pero no en un papel de los más destacados. También salía en una serie de yakuzas en Londres que vi hace un tiempo, pero ni siquiera la mencioné en la reseña, porque no tenía un papel muy trascendente. Se ha movido sobretodo en el cine de acción, y en la serie se le nota más cómoda en las secuencias de acción que le ofrecen. Lo curioso es que hay dos actrices japonesas en la serie, en papeles secundarios, que desde mi punto de vista tenían más potencial, y en lo que les toca lo hacen mejor, como son Saeko Kimura y, especialmente, Fumi Nikaidō. Esta última sería una potencial antagonista para Toranaga en caso que decidieran por una segunda temporada, no prevista inicialmente. Ieyasu y Yodo-dono, la madre del heredero de Toyotomi Hideyoshi, acabaron enfrentándose en el castillo de Osaka catorce años después de la batalla de Sekigahara que fue el punto final a la historia original en la que se basa la serie. Y sobretodo… el inglés no pinta nada en todo esto. Incluso el relato fuerza una relación romántica entre la dama noble católica y el piloto inglés que está fuera de carácter por completo para una noble japonesa de la época, especialmente siendo una católica convencida. Eso me ha chirriado como pocas cosas. La necesidad del escritor original de poner un protagonista occidental para atraer lectores hace que la historia baje un montón de enteros. Existió una personaje real que estuvo por allí. Pero con nula trascendencia real, más allá de lo que algunos quieran ver en el posterior permiso a los holandeses para establecer un puerto franco en una isla frente a Nagasaki. Y hay elementos insuficientemente tratados, o con poca sutileza. Como la influencia del clero católico jesuita predominantemente portugués, pero que sería expulsado años más tarde, y prohibidas las religiones cristianas. Hemos de recordar por otra parte, parece que los ingleses y americanos no se han enterado, que en 1600 Portugal estaba integrado en la Monarquía Hispánica junto con el resto de los reino peninsulares, varios dominios por el resto de Europa y las correspondientes colonias por el resto del Mundo. En aquel momento, durante el periodo entre 1580 y 1640, no tenía sentido de hablar de «España» y «Portugal» como dos entidades políticas distintas en cuestiones internacionales.

En otro orden de cosas, el ambiente tétrico, brumoso permanentemente, oscuro, frío, con unos viñeteos en la fotografía muy excesivos… tampoco me ha convencido mucho. Da la impresión de que de un momento a otro van a empezar a salir dragones, elfos, orcos y demás… por allí. O sus equivalentes nipones. Y es que no es la imagen que tengo yo de un país que ya he visitado en tres ocasiones, y que, aunque llueve con cierta frecuencia… es bastante luminoso. Como decía, muy entretenida… pero no me parece tan maravillosa como algunos la ponen. Ni de lejos.