Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Apartándonos de las atracciones turísticas de Matsumoto.
Esta semana he descontrolado un poco en mi organización y planificación de las entradas de este Cuaderno de ruta. Bueno… en realidad, esta semana he descontrolado en un montón de pequeñas cositas que han dotado a estos siete días de un sabor caótico, no siempre desagradable, pero, a la larga, muy cansado. Sin embargo, aunque en esta mañana de domingo me apetecía hacer el vago más que otra cosa, he decidido sacudirme la pereza y hablar de un libro que ya terminé de leer hace más de un mes. Y que tenía intención de haber dejado comentado hace ya unos días. Así que, en un domingo, día poco habitual para mis comentarios literarios, os vengo a hablar de este libro de Genki Kawamura (fr), un éxito de ventas en su país, fue adaptado al cine ya hace unos años, y que cuenta con abundantes traducciones a otros idiomas.

Como veréis en el enlace anterior, esa entrada de Wikipedia en francés que está muy incompleta, de lo que más se habla de su trabajo como productor cinematográfico. Tiene página web, en japonés principalmente, y si se revisa su página en IMDb, se confirma que como productor ha participado en bastantes películas, muchas de animación, y con un nivel promedio relativamente alto en calidad y éxito de público. No pocas de ellas han llegado con éxito a las pantallas españolas. Pero también ha dirigido alguna cosa y ha escrito algún guion. Como ya he mencionado sus novelas se venden, y parece que esta gatuna novela es la de más éxito y fue la primera que escribió, en 2012. Por lo tanto, un tipo importante en la cultura audiovisual y literaria contemporánea en Japón.
A pesar de eso, reconociendo que esta novela que os traigo aquí tiene no pocos méritos… al final no sé muy bien porqué, me dejó un poquito frío. Su protagonista es un hombre relativamente joven, a quien han diagnosticado un tumor cerebral inoperable, y que acabará con su vida en poco tiempo. Vive sólo, con un gato que heredó de su madre difunta, y vive extrañado de su padre. Tuvo una novia a quien quiso, pero de la que acabó separándose lo que le ha causado un vacío en su vida. En su apartamento, sólo, se le aparecerá un demonio con su misma apariencia que le propone un trato. Le quedan siete días de vida. Cada día puede elegir un objeto que desaparezca del mundo. El objeto singular, pero también todos los demás. Si escoge su teléfono móvil, desaparecerán todos los teléfonos móviles. Y por cada día en el que elija un objeto que desaparezca podrá prolongar su vida un día más. Y ahí comienza un recorrido que resuena más a un examen de conciencia de lo que ha sido su vida, y de los «qué hubiera pasado si en vez de…»

No es infrecuente en la literatura japonesa contemporánea el realismo fantástico. Se habla mucho de Haruki Murakami con el exponente de este género en el País del Sol Naciente. Pero, en realidad, su folklore con una rica tradición de historias con espíritus diversos, demonios, monstruos y demás elementos mágicos, es causa suficiente para explicar que el género esté arraigado en su literatura, o que con el tiempo se haya llegado a ello. Y a ello se añaden los temas tradicionales de la literatura contemporánea japonesa, especialmente la alienación de la persona en la gran ciudad. La tendencia a sentirse solo. O directamente a estar solo entre millones de persona. Y la incapacidad de permanecer unido a quienes nos podrían suponer una tabla de salvación para esta soledad.
Como ya he dicho, el libro tiene el tono de repaso a una vida y aquellos momentos en los que se tomaron decisiones, o dejaron de tomarse, de los que el protagonista se arrepiente. He visto no pocos comentarios sobre este libro en los que los lectores ven rayitos de esperanza para alcanzar una vida más satisfactoria. Pero no es mi filosofía la de la constante mirada atrás. Lo que ha sucedido y queda en el pasado, ya no puede cambiarse. Por lo que el arrepentimiento poco sentido tiene. Hay que vivir con las consecuencias y hacerlo de la mejor forma posible. Hay que tener cuidado también con las miradas atrás. El tiempo me ha enseñado que el pasado no está «fijado». Los acontecimientos del pasado cambian de significado con las experiencias posteriores, lo que pareció trascendente puede convertirse simplemente en una pequeña parte de los que somos. Pequeños acontecimientos del pasado, que muchas veces ignoramos, sin embargo, pueden ser la base de acontecimientos trascendentes en nuestro presente. Es difícil evaluar con objetividad, porque nuestras percepciones de lo pasado cambian. Así que no queda más remedio que vivir pensando en el presente y, un tanto, en el futuro. Y si no hay futuro, como al protagonista de la novela… en el presente, mientras dure.

