Parece que todo comenzó en Italia. Un escritor más bien ñoño, por las referencias que tengo, describía en alguna de sus novelas cómo dos enamorados, más bien jovencitos, más simbolizar su amor eterno, cerraban un candado en las barras de un puente sobre el río Tíber, y a continuación tiraban las llaves al río, para que nada ni nadie pudiese abrir el férreo símbolo de tan duradera pasión.
Muy romántico. Quizá un poco despistados sobre lo que realmente duran los amores eternos, pero muy romántico.
El caso es que ya había oído yo que esta práctica se estaba transmitiendo a diversos lugares del mundo, para desesperación de las autoridades públicas, ya que un exceso de candados, es decir de peso, pueden dañar las instalaciones y hace más costosa su mantenimiento. Qué tristeza. Siempre está ahí el vil metal monetario, para apagar la pasión reflejada en el colorido metal de los apasionados candaditos.
El caso es que incluso en Zaragoza, en un puente tan poco romántico como el puente de Santiago, gloria del viejo régimen en materia de obras públicas en la capital aragonesa, se han visto algunos de estos candados, aunque de momento no se ha convertido en un fenómeno espectacular. Motivo por el cual, tampoco le había dado yo mucha vueltas al asunto.
Pero al llegar a Colonia la cosa nos sorprendió. El prusiano puente Hohenzollern tiene la verja que separa las vías férroviarias del paso peatonal en su lado sur absolutamente plagada de candados de distintas formas, tamaños y colores.
Desde luego, lo más habitual es la combinación de chico quiere chica o viceversa, ya que no hay un consenso establecido para el orden de los apasionados amantes. Y esto produce en seguida cierta monotonía en la observación de estos objetos, al principio curiosos, pero que en seguida te pueden llevar al aburrimiento. Sin embargo, no hay que descartar que de vez en cuando haya ejemplos que muestran la variabilidad de la sociedad occidental. Afortunadamente, y pese lo que pese a las mentes más reaccionarias, hay cierta tendencia a que la gente se mezcle y que la diversidad, pese a las trabas, se imponga.
Pero claro, no se trata de ponerse serio con estas cosas, que ya sabemos como acaban los amores para siempre. En un porcentaje notable de ocasiones en la sala de un juzgado de familia. Y como hemos tirado al río la llave, no podemos deshacerlo de forma civilizada y hay que tirar de serrucho o de martillo para ir por la tremenda. Curioso hasta que punto funciona la metáfora ¿no? Pues no. También hay ejemplos de sobra para tomárselo con humor. Y con ellos nos quedaremos. Que total, para lo que dura esta vida, tampoco es cuestión de tomársela en serio. Total, como decía áquel, nadie sale vivo de ella.