Han sido seis días de viaje, para cinco de pleno aprovechamiento por el centro de Italia. Alojados en Perugia, en su casco histórico, en un hotel con sus habituaciones distribuidas por un edificio del siglo XIV, con lo de divertido y de incómodo que puede ser eso… Por decirlo de alguna manera, si estábamos en el planta segunda,… algunas habitaciones de esa planta estaban más o menos a esa altura, algunas casi en la tercera y otras casi en la primera… No sé si me explico.
Pero eso sí, con algunas salas estupendas, pintadas con frescos, unos más acertados y otros menos.

Sala de lectura del «albergo».
En los próximos días comenzaré a redactar mi diario de viaje en las páginas que tengo habilitadas a tal fin. Pero de momento dejaré aquí unas impresiones generales del viaje con unas cuantas fotografías para ilustrarlas.
En primer lugar, hemos recorrido algunas ciudades de las regiones italianas de la Umbria y Toscana, regiones vecinas que comparte elementos culturales en común. Varios cascos históricos de origen medieval muy bien conservados, desde la populosa Perugia hasta la tranquila Gubbio.

Vista de Perugia, Umbria, al anochecer.

Murallas y castillo en Assisi, Umbria, o Asís, en castellano.

El casco histórico de Gubbio, Umbria, domina la llanura próxima.

Una soleada y agradable mañana en Arezzo, Toscana.

Laberíntica y escarpada Crotona, Toscana.

Paseando por el casco viejo de Orvieto, Umbria.

Orvieto se encuentra sobre una meseta elevada sobre su entorno.
Las ciudades italiana destacan sobre las españolas en que muchas veces la arquitectura civil puede ser tan vistosa como sus edificios religiosos. Pero desde luego sobre abundan las ermitas, iglesias, santuarios, monasterios, catedrales y demás,… indudablemente, se nota la cercanía de Roma y la influencia del papado sobre estas regiones.

En un enclave natural privilegiado encontramos el eremitorio de las Cárceles (eremo delle Carceri), a unos cinco kilómetros de la basílica de San Francisco en Assisi. No hay transporte público salvo que te quieras pagar un taxi. La ida cuesta arriba, la vuelta cuesta abajo. Un buen paseo, que incluye atravesar el casco histórico de Assisi. O Asís.

Contrasta la rica decoración de las dos plantas de la basílica de San Francesco en Assisi con la teórica pobreza de la que hacen gala los monjes de la orden que fundó el considerado santo por la Iglesia católica.

No muy lejos, la iglesia del monasterio de la abadía de San Pietro muestra una austeridad que se ajusta más a lo que uno esperaba encontrar en la ciudad del austero monje.

Perturbadoras las pequeñas pinturas de la basílica de San Pietro de Perugia, más propias de la ilustración de un libro del marqués de Sade que otra cosa, y que parece que corresponden, tras un poco de investigación, a las ocho torturas de Santa Cristina de Bolsena. Qué afición al gore tienen estos curas, oye.

Más elegante, esbelta y estilosa la catedral de Orvieto… aunque también encontramos algunas escenas apocalípticas con diablos y condenados muy divertidas.

Siempre he preferido los templos más sencillos, como la iglesia con planta de basílica de San Giovenale en Orvieto, de 1004, con frescos de los siglos XII y XIII.
Por supuesto, hemos dedicado algún tiempo a la riqueza artística, siempre tan amplia, de las regiones italianas, con visita a algún museo o algún lugar de especial significación artística. Más allá de lo mucho que hemos encontrado en los edificios mencionados.

Nos preguntamos un buen rato si esta señora china sabría porque esta pintura del Perugino, una Anunciación, es realmente importante y merecía un lugar de honor en la Galleria Nazionale dell’Umbria, instalada en el Palazzo del Priori de Perugia. Un maravilla de pequeña pintura por otra parte.

Dedicamos también un rato, en un día de lluvia por la mañana y viento frío el resto, a las exposiciones del festival de fotografía social y terapéutica que teníamos en el Museo Civico Palazzo della Penna, centro de cultura contemporánea de Perugia.

Habiendo recorrido varias ciudades cuya historia se retrotrae hasta la civilización etrusca, todas las que se encuentran al oeste del Tíber, no podíamos dejar de visitar el Museo Nazionale d’Archeologia de Perugia, con abundantes ejemplos de lo que esta interesante cultura del primer milenio antes de la era común dejó para la posteridad. La fotografía no está al revés. El alfabeto etrusco está a caballo del griego y el latino en la evolución, pero escribían de derecha a izquiera, y las letras las escribían de forma especular a nuestros usos.

Siempre me pregunto qué conseguirán registrar con sus inestables teléfonos móviles en las tenuemente iluminadas como las de la iglesia de Francesco en Arezzo. Regentada por los museos nacionales italianos, dispone tras el altar de un conjunto de frescos de Piero della Francesca de primer nivel.
Algunas curiosidades del viaje. Pues os las cuenta también ahora con algunas fotografías.

Encantados con el minimetro de Perugia, un tendido ferroviario por el que circulan pequeñas cabinas automáticas con una frecuencia muy alta, nunca esperas más de un par de minutos, para salvar los grandes desniveles de la capital umbra.

Salvo en Orvieto, tan apenas hemos encontrado follón turísticos. Aquí vemos algunos escolares franceses en Gubbio. Pero, por ejemplo, normalmente hay que reservar con antelación y con hora para ver los frescos de Piero della Francesca en Arezzo. Cosa que no hicimos y pudimos visitar sin ningún problema. Lo que es salirse de las rutas más convencionales.

Hemos encontrado ciudades subterráneas. Perugia tiene un sistema de escaleras mecánicas para que sus ciudadanos salven los desniveles fuertes que tiene la ciudad. Y algunos de ellos pasan por las antiguas estructuras arquitectónicas de la ciudad como la Rocca Paolina, una antigua fortaleza sobre la que se encuentra construida la parte superior del casco histórico de la ciudad. Estratos sobre estratos de civilización.

La ciudad subterránea de Orvieto es una atracción en sí misma, un sistema de galerías tras los edificios de la ciudad en los que encontramos pozos, prensas para el aceite, bodegas para el vino y otros víveres o columbarios (en el sentido de palomares, no de lugares para las cenizas de los muertos) donde vivían felices los pichones, hasta que el dueño del lugar los cogía para fomentar la rica gastronomía umbro-toscana.

No es que Cortona necesite muchas excusas para ser visitada, siendo como es una ciudad muy bella. Pero esa pequeña «loggia» muestra orgullosa un cartel de haber servido de localización en exteriores para la película «Under the Tuscan Sun (Bajo el sol de la Toscana)», película floja pero protagonizada por una guapa Diane Lane.

Parece que los años pasados tras la Segunda Guerra Mundial en los cuales los italianos se dieron la vuelta y cambiaron de bando no han bastado para que queden todavía infames recordatorios al fascista e infame Eje Berlín-Roma… Bueno, los italianos cambiaban el orden de las capitales, claro…
Por último, sólo me queda decir que hubiera estado bien disfrutar en más momentos de los paisajes entre estas ciudades, tanto la celebrada campiña toscana como los suaves montes Apeninos centrales que ocupan una buena parte de la Umbria. Pero bueno, en los días que hemos estado, menos de una semana, ha dado para lo que ha dado, y algo de paisaje hemos disfrutado, con lo que me despido.

En las faldas de los montes en los que se encuentra Cortona encontramos el típico paisaje toscano, con olivos, cipreses, pinos y otros árboles y plantas mediterráneas.

Y me despido también desde Cortona, donde pudimos disfrutar de un frío pero hermoso ocaso,… sobre el sol de la Toscana.