Todos los años vuelvo a ver Casablanca al menos una vez. Es una de las grandes películas de la historia del cine, era una de las preferidas de mi madre, que me contagió el amor por el séptimo arte, está asociada a buenos momentos en mi historia personal, que no me importa, me gusta de hecho, rememorar, y el conjunto de valores que expone y representa superan con mucho los de su planteamiento inicial como película propagandística con la entrada en la contienda mundial de Estados Unidos en 1941. Y gran parte del mérito se ha adjudicado siempre a Michael Curtiz, su director, uno de tantos genios del séptimo arte europeos que se refugiaron en Norteamericana e hicieron posible que Hollywood fuera algo más que un negocio, y fuera también un fuente de creación artística. A pesar, incluso de la propia industria cinematográfica, siempre más interesada en el dinero que en el arte.
Curtiz era húngaro. Nació en tiempos de la biarquía de los últimos Habsburgo. Era de origen judío. Y en los primeros años 20, tras salir relativamente bien parado de la Gran Guerra, aprendió a hacer cine en Europa, para luego seguir una larga, variada e interesante carrera en Hollywood, con gran número de títulos emblemáticos de todo tipo de géneros en su cinematografía. Fue candidato a muchos precios, aunque recibió pocos. Esta película húngara, dirigida por Tamas Yvan Topolanszky, y estrenada en nuestro país en Netflix, se centra en los conflictos del director (Ferenc Lengyel) en la época del rodaje de Casablanca. Su preocupación por sacar adelante una película con muchos incidentes en su rodaje, su preocupación por su familia en una Hungría pro fascista, su relación con las mujeres, y su compleja relación con una de sus hijas naturales (Evelin Dobos). Desconozco en qué medida la película es fiel a la historia, o es una ficcionalización de lo que realmente sucedió en aquella época.

Rodada en blanco y negro,… mmmm… ejem. Rectifico. Rodada en color digital, pero presentada en blanco y negro, imitando a la escuela de los expresionistas alemanes, que influyeron mucho en los directores de fotografía norteamericanos, pero con algún toque de color aquí y allí, tiene más ambiente de película de cine negro que de otra cosa. Pero… eso, desde mi punto de vista, resulta más efectista que eficaz. Lo cierto es que creo que la película, correctamente hecha desde el punto de vista técnico, y correctamente interpretada por un elenco de intérpretes húngaros, con alguno que no lo es, que se desenvuelven bien en inglés, no acaba de enganchar. No acabamos de sentir una empatía o algo que nos haga preocuparnos en exceso de lo que sucedió en aquellos platós de la Warner durante aquel rodaje.
Película por lo tanto que se deja ver,… pero que no deja poso. No va más allá. Y podría haber tenido bastante más fondo del que nos muestra.
Valoración
- Dirección: ***
- Interpretación: ***
- Valoración subjetiva: ***
