Uno de los efectos que ha tenido la epidemia de covid-19 es que he empezado a gastar mis días de vacaciones y asuntos propios muy tarde en el año. Algún día suelto en julio, sin mucho que hacer, y primera tanda de días de vacaciones en agosto. Segunda en septiembre… y a principios de octubre, haciendo balance, me encuentro con que no me quedan seis días para imprevistos y navidades sino ocho días.
Ante esta situación, decido que me cojo un par de días antes del cambio de la hora oficial para que, si es posible viajar, poder tener más tiempo de luz por las tardes. Finalmente, me pongo de acuerdo con una buena amiga, compañera de muchos viajes, que actualmente reside en Sevilla, y decido que me voy del 22 al 25 de octubre a la capital andaluza. Sé que hay un AVE directo sin pasar por Madrid que hace el recorrido entre Zaragoza y Sevilla en poco más de tres horas y media.
El día que voy a sacar el billete de tren desde casa, por internet, compruebo que hay dos trenes a Sevilla en esas condiciones; uno por lo mañana, que era el que pensaba coger y otro por la tarde, a las 17:30, aproximadamente. Decido que para aprovechar mejor los días, y puesto que a esas hora ya he abandonado el trabajo, me iré el miércoles 21.

Todo eso supeditado a que se pueda viajar… claro. Porque todas las informaciones indican que la segunda ola de la epidemia de covid-19 está avanzando en toda Europa, incluido España, a toda velocidad. Ingenuo de mí, creo que las restricciones comenzarán en vísperas del puente festivo del 1 de noviembre. Pero no es así… el Gobierno de Aragón decide adelantar las restricciones.

La cosa se empieza a pone curiosa para mí… porque empiezo a no saber cuándo van a empezar las restricciones, cual será su alcance y si ponen en peligro mi viaje. La semana se estrena con dos decretos-leyes que permiten aplicar legalmente restricciones que hasta el fin de semana del Pilar eran tumbadas por los tribunales de justicia. Que a veces son fieles al espíritu de la ley, y entienden que la salud y las vidas de los ciudadanos están por encima de intereses particulares, y otras son fieles a la letra pura y dura y tiran por el otro lado. En Aragón… fieles a la letra… da igual lo de la salud y las vidas. En otras comunidades no es así. Cuando los tribunales superiores de justicia de distintas comunidades autónomas fallan de forma distinta ante similares propuestas… algo falla en el sistema legal o en la justicia en España. Sin entrar en el debate de «jueces haciendo política».
Según los últimos datos que he leído, publicados y comentados por profesionales de la salud pública, no por políticos o prensa, el 30 % de los casos se transmiten en el seno de las familias, y otro 30 % en actividades sociales (bares, restaurantes, celebraciones,…). Para los que se quejan de la ocupación de los transportes públicos, el grupo de entornos varios en el que están estos transportes y otros entornos diversos, supondrían alrededor de un 10 % de los contagios. Pero los españoles,… «antes muertos que sin bares». Y una semana después de la «no celebración» de las fiestas del Pilar, en Zaragoza hay un pico considerable de casos.
Finalmente, las decisiones trascendentes son conocidas en la mañana del miércoles 21 de octubre. Zaragoza quedará sometida a confinamiento perimetral a partir de las 0:00 horas del jueves 22 de octubre. Seis horas y media DESPUÉS de que salga mi tren hacia Sevilla. Dos horas y media después de que llegue a la capital andaluza.
A partir de ahí, cuatro días de descanso y relax. Las zonas turísticas de Sevilla están vacías. No hago vida social, más allá de alojarme con mi amiga que vive sola. Como mucho, ver a su hermano y su cuñada prudentemente picando algo antes de coger el tren el domingo. Todo con mucho cuidado, sin efusiones y con mucha solución hidroalcohólica por medio. Manteniendo las distancias a pesar de lo mucho que nos alegramos de vernos.

Quienes sigan habitualmente este Cuaderno de ruta, conocerán mi recorrido por tierras andaluces, tras una visita de rigor a Sevilla, siempre hermosa, aunque creo que me resultaría difícil a vivir en ella, hago una estupenda visita a Doñana. Desde los arrozales próximos, por las dehesas y bosques, hasta las dunas en las playa y con una parada en la «aldea» del Rocío, un lugar que me parece surrealista.

El sábado no escapamos también a Cádiz. Había estado en una ocasión, pero muy poquito rato y hace veinte años, y conservaba poco recuerdo del lugar. Una ciudad muy bonita. Y en la que la gente, como en el resto de España, lo de la recomendación de evitar las concentraciones sociales en los bares se lo pasan por… allí.
Por lo menos, tuvimos un tiempo privilegiado, pude probar unos de los más ricos salmorejos que he comido en mi vida, muy fino y con trocitos de atún rojo, y disfrutar de una bella puesta de sol, de las que te ilumina un poco en estos tiempos tan achuchados.
La última mañana en Sevilla la dediqué, acompañado, a recorrer de nuevo el barrio de Santa Cruz, muy lluvioso el primer día de estancia. Y a buscar algún sitio donde comprar recuerdos para mis allegados. Y con tranquilidad, al tren. Y a Zaragoza. A encerrarse durante vete tú a saber cuánto tiempo. Por lo menos de momento podemos caminar por la calle para algo más que para ir a trabajar. Podemos caminar. Que no es poco.