Sigue siendo muy complejo ir al cine, al de gran pantalla, en estos pandémicos tiempos. Y no tiene tanto que ver con el hecho físico de ir, cuanto con la limitada oferta y la naturaleza de la misma. Pero la semana pasada encontrábamos en un horario razonable y versión original subtitulada una película alemana protagonizada por Paula Beer, una joven actriz de esa nacionalidad, que nos sorprendió por su trabajo muy agradablemente en una bella película de François Ozon, muy premiada en el ámbito de los festivales del momento. Así que nos fuimos a verla
Berlín, claro. Aunque el Berlín de la película no es de días claros y soleados. Más de esos días de otoño/invierno con sus nubes, que no llegan a ser grises pero casi.
Dirigida por Christian Petzold, la película revisa una de las diversas leyendas o mitos que encontramos en Europa, y especialmente en los países germánicos, sobre el mito de Ondina o de las ondinas, ninfa o ninfas de los ríos y lagos. Hay varias versiones o variantes que se han traducido a cuentos populares con diversos tonos. De hecho, la famosa sirenita no es más que una variante, pero con una nereida marina, en lugar de una náyade o ninfa de agua dulce. Y muchas de estas leyenda tienen que ver con seres humanos y bellas ondinas que se enamoran, en una relación que se ve como imposible, muy difícil o que exige grandes sacrificios. La variante sobre la que trabaja el también guionista Petzold, actualizando el mito a los tiempos modernos, es la de la náyade, Undine (Paula Beer) que se ha unido por amor a un hombre mortal, pero con la condición de que si este rompe la relación, debe matarlo y regresar a su naturaleza de ser acuático. Pero Undine, una historiadora que realiza visitas guiadas sobre el urbanismos de Berlín, al ser rechazada por su amado, prorroga su situación al caer inmediatamente enamorada de un buzo profesional, con quien inicia una nueva relación, hasta que…
Sí. Estamos ante un cuento. Sin más. O sin menos. Un cuento romántico basado en las leyendas tradicionales, pero actualizado a los tiempos modernos. Con gente que no son príncipes ni princesas, sino que tienen el aspecto de gente cotidiana, que va a trabajar todos los días, que se enamora y se desenamora. Que sufre y se alegran. Unos más honestos, otros menos. Y que con una realización sobria y unas interpretaciones con oficio, nos ofrece una resolución clásica de amores entre mortales y seres legendarios, pero con un giro final razonablemente optimista.
El principal problema de la película… no es en sí mismo un problema. La cuestión es que no va más allá. Equilibrada la historia entre el romance y el drama, sales del cine con la sensación de haber conocido a una gente maja, que te cae bien, casi todos, has visto un retazo de sus vidas, un acontecer puntual, a caballo entre la realidad cotidiana y el mundo de lo fantástico, y ya está. Quizá peca de poca ambición. Pero es agradable de ver. A este director le he visto alguna película con más miga.
En las últimas semanas me han llegado varias publicaciones para añadir a mi biblioteca fotográfica, así que las recomendaciones fotográficas de esta semana tendrán forma de libros… o cuadernos… o postales. Ahora os cuento.
A través de la página Photography of China, conocí la actividad como coleccionista de fotografía de esa nacionalidad de Thomas Sauvin, con su colección Beijin Silvermine, que sufraga con la comercialización en forma de libro u otros productos de lo más granado de su colección. Son productos de calidad… y por lo tanto caros. Y en su mayor parte es fotografía de la que llaman ahora vernácula. Es decir, fotos tomadas de la vida cotidiana con un fin distintos del de los tradicionales fotógrafos documentales o artistas. Puede ser las fotos de una abuela a sus nietos, de un médico a sus pacientes, las fotos de la NASA al universo, o las que sistematizan los «logros» del Partido Comunista Chino… por poner algunos ejemplos. De los productos más asequibles que tiene, están los desplegables de postales de la serie SIX, de los que hay publicados tres números, de los que he adquirido ejemplares.
Recibí recientemente mi libro de fotos del viaje a Oporto en septiembre. Y ahora estoy trabajando en el de Andalucía de octubre. En el que entrarán algunas fotografías de una tarde entre el Parque de María Luisa y la isla de la Cartuja.
El Six 01 es How I felt in love with my phisioterapist, y son una serie de fotos documentales de una modelo en mallas de gimnasia rojo comunista, con su fisioterapeuta, demostrando distintas técnicas de trabajo sobre articulaciones. Resultan hipnóticas. Realizadas en Pekín en agosto de 1988.
El Six 02 es Soldiers, en la que la serie de postales, una vez desplegadas, constituyen una única imagen de una multitud de jóvenes de ambos sexos, aunque predominan los hombres, en uniforme, posando para una foto colectiva. Dentro de la aparente uniformidad y despersonalización de la situación, sorprende comprobar cómo cada individuo tiene una expresión propia, singular. Unos sonríen, otros están serios, otros… simplemente aburridos. Realizada abril de 1950, poco después del final de la guerra civil china, no dice dónde.
El Six 03 es Space Beauties Calendar, y es la más divertida. Especialmente, porque es muy kitsch. U hortera, que diríamos en estos lares. Un conjunto de postales con modelos femeninas con unos vestidos pretendidamente futuristas, delante de unos fondos con planetas, estrellas y naves espaciales, todo muy colorido y chillón. Heroínas espaciales, de clara inspiración en las películas de aventuras espaciales, pero con un estilo… indefinible. Fechadas en Pekín en 1992.
El número 013, está firmado por Andy Feltham (instagram), con el título Picture of Health. En él, el autor recorre los pasillos y salas abandonados de un hospital del National Health Service NHS inglés. Otrora «joya» de la corona del estado del bienestar británico, hoy en dia decadente por las políticas liberales que comenzaron ya en los años ochenta con Thatcher, y que no han parado ningún gobierno de ningún signo desde entonces.
El número 014 lo firma Frances Scott (instagram), y lleva el austero título de A9. Con fotografías en blanco y negro, la autora recorre la carretera más larga de Escocia, desde las Tierras Bajas hasta la costa norte escocesa. Unen las raíces de su madre en el sur de Escocia con las de su padre en el norte. Sumado a que la fotógrafa se afincó en un momento dado en las Orcadas hasta que ya independiente y adulta volvió al sur.
El número 015 es del fotógrafo Emile Holba, que presenta su trabajo Arktisk Grenseland. Fascinado por la esa zona del Ártico que es conocida como mar de Barents, lugar de encuentro nórdico entre Occidente y Rusia. Finalmente, su trabajo se centró en la península de Varenger, en el norte noruego, lejos de las rutas turísticas, escasamente poblado, próximo a las fronteras con Finlandia y Rusia, y al mismo tiempo, extrañamente tranquilo, pacífico y equilibrado.
En otro orden de cosas, encontré una referencia reciente a una colaboración entre el alemán Jürgen Teller y el japonés Nobuyoshi Araki. Ambos fotógrafos son amigos y se admiran mutuamente. Esta colaboración desembocó en una exposición y un libro, Leben und Tod 死生, vida y muerte, publicado por Steidl. Las fotografías de Teller están realizadas en su hogar familiar en Alemania, durante un invierno en el que murió un tío suyo, ya anciano, con quien estuvo muy unido, y que también sirvió para volver a conectar con su madre. También incluye elementos de su viaje por Bután, donde se sorprendió por la imaginería asociada a los ciclos vitales. Araki, por su parte, le pidió que le prestase objetos de su infancia y vida familiar, y con ellos, y sumados a sus propios fetiches, construye unas peculiares naturalezas muertas, que se intercalan entre las fotos de Teller. Un trabajo muy intimista, muy simbólico, para degustar muy despacio si se le quiere coger el tranquillo.
Finalmente, la edición blanca, más económica, del libro publicado por Eyeshot, Shin Noguchi in color in Japan. Hace tiempo que soy seguidor en instagram del fotógrafo japonés Shin Noguchi. Radicado entre Kamakura y Tokio, Noguchi hace una fotografía documental en la calle llena de humanismo y buen humor, con una gran dominio del color más natural. Particularmente cercano y empático resulta cuando se acerca al mundo de los niños, a quienes sabe mirar como adulto que no ha perdido ciertas virtudes de la mirada infantil. Perfectamente presentado, con fotografías que dialogan entre sí en páginas enfrentadas, y con dobles páginas para aquellas con valores estéticos más potentes, es un libro para hojear una y otra vez. Y también para soñar que pronto podamos volver a viajar y a visitar aquellas tierras que tan buenos momentos nos han deparado a alguno.
Los largometrajes japoneses de estreno en Netflix nos dan algunas de cal y otras de arena. Hemos podido ver algún título muy interesante, y otros,… por ser benévolo… no tanto. Sin embargo, esta película recientemente estrenada, firmada por Tatsushi Ohmori, tenía buenas pintas. Así que me decidí a verla. En castellano, se la ha llamado Maternidad. El tema de la familia es un tema recurrente en la filmografía japonesa. Una sociedad muy tradicional en muchos aspectos, y conservadora, ha ido viendo cómo una de las estructuras fundamentales de este tipo de sociedades se iba desestructurando. Hoy en día, las estadísticas de pobreza y abandono de madres solteras y de niños son excesivas para un país desarrollado. Y supongo que este es el motivo por el que algunos directores traten estos temas.
La que hoy nos ocupa, además, está basada en una truculenta historia de crímenes que sucedió en la realidad. Aunque la película no es tanto la historia de esos crímenes, cuanto del camino hacia ellos. Akiko (Masami Nagasawa) es madre de Shuhei (Sho Gunji, niño; Daiken Okudaira, adolescente), luego también de una niña más pequeña. Pero viven en los márgenes de la sociedad. Sin trabajo, malviviendo de subsidios, sin hogar en muchas ocasiones, extrañados de una familia harta de sus sablazos y desconsideraciones, y con relaciones tóxicas con hombres, especialmente con Ryo (Sadao Abe), el padre de la pequeña. A pesar de estas circunstancias, Akiko ejerce una fuerte influencia y dominio sobre su hijo Shuhei, incluso en su adolescencia avanzada.
Estamos ante una película difícil de ver. Porque estamos constantemente presenciando las inconsistencias, los errores de una madre que es prácticamente la antítesis de lo que entendemos por el concepto de maternidad. Una película «sucia», con unas relaciones materno-filiales extremadamente tóxicas. Una situación difícil de encajar en sociedades que consideramos modernas y avanzadas. Pero que se dan.
Si la película tiene una realización correcta, dentro de la sobriedad de las películas niponas, donde destaca el largometraje, quizá algo excesivo en su duración, es en las interpretaciones. Para Nagasawa, actriz de 33 años, que hay sido también modelo y conocida por su buena apariencia (ya vi en su momento una película de Koreeda en la que actuaba), es probablemente su momento de decir soy algo más que una cara bonita y afronta un personaje arriesgado, antipático, desastrado. Y lo hace francamente muy bien. Pero sobretodo por la fragilidad que demuestran los dos actores, niño y adolescente, que interpretan a Shuhei.
Difícil decir si es recomendable o no. A mí me vale. No llega a la brillantez de otras película japonesas que tratan el tema de la familia y que se han podido ver recientemente, especialmente de Koreeda, pero tiene fondo y formas. Sin embargo, como digo, no es nada amable, y causará desasosiego en no pocos espectadores. Allá cada cual.
En el baúl de los recuerdos familiar hay cartas. Sí. Esos textos que se escribían sobre cuartillas o folios, generalmente de papel no muy grueso para evitar un peso excesivo, se introducían en un sobre y se remitían por correos a una persona conocida para dar noticias de nuestras vidas y de las de los allegados comunes. Como las redes sociales de ahora, pero con días y días de espera para recibir los mensajes. Y que dieron lugar a un género literario propio, el género epistolar. Hoy. No se escriben cartas. Llamamos cartas a los sobres con recibos, facturas o extractos bancarios, también en desaparición por los trámites en línea, o comunicados más o menos comerciales de distintas organizaciones. Pero eso, realmente, no son cartas. Son otra cosa.
Reproducir aquí alguna de las cartas que hay en el baúl de los recuerdos… pues aunque no desvelen secretos, ni haya cotilleos malignos, ni escabrosidades de ningún tipo… no me parece del todo bien. Al fin y al cabo son comunicaciones interpersonales que, al cabo, interesaban a los dos corresponsales. Pero bueno. Seleccioné una. De febrero de 1951. Mi madre acababa de cumplir 22 años en enero. Y vivía en Barcelona. Y recibe una carta de un primo suyo. Que no sé quién es. La firma es ilegible. Que trabaja en un empresa de agua mineral. No se corta en usar el papel con membretes oficiales de la empresa para su correspondencia privada. Incluso presume en la postdata de haber recibido un aumento de sueldo. Y es un indicador de lo que podía ser la vida de la familia de mi madre antes de la guerra civil. Unos pijos. Montañero, esquiador (en aquella época), bien situado,… Lamentablemente, la guerra afectó mucho a las familias de mis padres. Para mal. Que es como afectan las guerras a la mayoría.
Y una cuestión curiosa en los tiempos que corren. Escribiéndole en febrero, habla de la gente que ha estado enferma entre los conocidos en fechas recientes. Están en plena temporada anual de gripe. Y habla de la «coreana». En 1950-51 no consta ninguna pandemia de gripe. Hasta 1957 no llegaría la pandemia de «gripe asiática» (H2N2). Pero en aquel momento estaba en todo su apogeo la guerra de Corea, que había comenzado unos meses antes. Pocas semanas antes se había estabilizado, más o menos, el frente no muy lejos de dónde está la frontera actual entre las dos Coreas. Así que no sería de extrañar que los medios atribuyeran la gripe de aquel año al martirizado país asiático, tristemente de moda en aquel momento. Aunque he encontrado un artículo brasileño que habla de «gripe coreana» en 1951.
Unos años más tarde, mi madre volvería a Zaragoza. Y hasta que se casó, trabajó de dependienta en una zapatería en la calle Hernán Cortés, esquina con la calle del Carmen. Ya no existe. Ni el edificio en cuyos bajos se encontraba. Hay un edificio nuevo. De niño me llevaba a saludar de vez en cuando a la señora Adela. ¿O Adelina? No recuerdo. No sé si era la propietaria o la encargada. Pero era una visita agradable. Se tenían afecto. Os dejo una foto dentro de la foto.
La semana pasada terminé de ver muchas temporadas de series que llevaba pendientes y arrastrando. Algunas me las merendé con gran rapidez y otras fueron más progresivas. En cualquier caso, las que toca comentar hoy son dos de los platos fuertes de la temporada, por no decir del año.
El año pasado The Boys en Amazon Prime Video fue todo un descubrimiento. Unos superhéroes, claramente espejos desagradables de los más conocidos del mundo comiquero y peliculero, se convierten en objetos de explotación comercial, al mismo tiempo que trasladan a su dialéctica populista los peores conceptos de los populismos fascistoides que abundan en muchos países presuntamente democráticos actuales. Frente a ellos, una panda de esgarramantas, los «muchachos» del título, que sin medios, sin ideas y sin mucha cohesión intenta enfrentarse a ellos, siendo tildados de «superterroristas». La primera temporada estuvo bien; pero la segunda ha estado mucho mejor. Con mejoras en los guiones, en el dinamismo de la serie, en la definición de los personajes, incluyendo algún nuevo personaje (estupenda Aya Cash) que da frescura a unas situaciones que evitan así resultar repetitivos, y con mucha mala leche, entre la sátira, la parodia, el humor negro y la crítica sociopolítica demoledora. Esperando ya la tercera temporada.
París también tiene su momento en la ajedrecística serie de hoy. Así que nos daremos un paseo por la ciudad-luz.
Pero sin duda, la gran y agradable sorpresa del año para mí ha sido una miniserie de Netflix, The Queen’s Gambit. Con su protagonista Anya Taylor-Joy, en absoluto estado de gracia, interpretando a una niña/joven prodigio del ajedrez a la que vamos siguiendo desde que entra en una institución de acogida a niñas huérfanas hasta que llega a… donde sea que llegue con veinte años en el mundo del ajedrez. No es la única intérprete en estado de gracia en esta serie, hay muchos otros. Aunque a mí me gustaría cita a, Marielle Heller, la madrastra… ¿buueeenaaa?… Sí a su modo.
Pero el mundo del ajedrez es el macguffin de la historia. Es el motor del personaje. Pero NO es el tema de la serie. Se nos dice y se nos recalca la gran fidelidad y el cuidado al detalle en las partidas de ajedrez, y se nos cuenta la participación de no sé cuántos grandes maestros como asesores de la serie. Pero NO es lo importante de la serie, ni del desarrollo del personaje. La serie trata sobre la identidad personal, sobre su desarrollo, las inseguridades de una niña y una adolescente con referentes difíciles. Trata sobre las adicciones como sustitutos de lo que nos da seguridad en la vida. Sea alcohol, sean fármacos, sean otro tipo de drogas. Trata sobre la necesidad de los otros para poder avanzar en la vida. NO trata sobre el ajedrez. Lo que pasa es que la habilidad con la que se ruedan esas partidas, cada una de las cuales supone un punto de inflexión en la vida de la joven Beth Harmon, da un plus de emoción y de calidad a la serie, nada despreciable.
Si ya he dicho que las interpretaciones son excelentes, hay que hacer mención a otros aspectos técnicos de la producción. El diseño de producción, el vestuario, el maquillaje, la fotografía, el sonido,… todo está redondo, de modo que, incluso cuando en los acertadamente contenidos siete episodios de la serie, existe algún altibajo, es llevadero y lo asumes como una transición a algo que va a pasar.
Me entran algunas dudas sobre la verosimilitud de lo que acontece ante nuestros ojos. Y NO me refiero a los rollos relacionados con el ajedrez. Me refiero a las personas de las que se nos habla. Pero está tan bien hecha, que me da igual. Y me sabe a poco. Me quedo con más ganas. ¿Es factible que pudieran plantearse ante el éxito de la miniserie una segunda temporada? Pues sí. ¿Deberían hacerlo? Rotundamente, no. Más vale quedarse con ganas que defraudarse con una continuación que seguramente no tendría más sentido que explotar comercialmente el éxito del personaje.
Al margen ya de todo lo anterior, acabo de leer que Anya Taylor-Joy no se considera guapa. ¿Quién lo es entonces?
Aquellas Olympus, las hay también de otras marcas, pero menos populares, de las que obtenías 72 fotos de un carrete de 36. No hay milagros. Simplemente, cada negativo era la mitad de los «normales». Pero siendo cámara de tamaño muy contenido y con tantas fotos por rollo, las puedes llevar durante días en la mochila, mientras deambulas por la ciudad en todo tipo de situaciones, antes de terminar el rollo.
Os dejo aquí una muestras, una sexta parte aproximadamente, de las fotos de mi último rollo expuesto en estas condiciones. Los detalles técnicos los podéis leer, si os interesan, en Ilford FP4 Plus 125 a IE 400 – En Olympus Pen F.
Siguiendo el turno de riguroso orden de lectura, hoy tendría que estar hablándoos de un interesante libro de Mariko Koike. Pero lo dejaré para otro día. Me apetecía el doble comentario de dos novelas muy distintas, pero al mismo tiempo con importantes cosas en común. Estas son Penelope y las doce criadas de Margaret Atwood y Crónicas de una diosa de Natsuo Kirino.
Penélope y las doce criadas
La canadiense Márgaret Atwood hace tiempo que es una escritora muy respetada en lengua inglesa. Pero su popularidad en todo el mundo aumentó en los últimos años por la adaptación televisiva de su novela, de género distópico, más conocida. Mientras el mundo editorial anda fijándose en la relativamente reciente publicación de la segunda parte de esa historia, que no leeré puesto que no creo que necesitase segundas partes la novela original, a mí me llama la atención un libro suyo de 2005, cuyo título original se traduce como la Penelopiada, a imitación de obras clásicas como ilíadas, odiseas, eneidas y similares.
Junto al santuario Okitama, se alzan las Meoto Iwa, las rocas desposadas, representación de las deidades masculina, Izanaki, y femenina, Izanami, unidas por un soga que representa la unión conyugal. Aunque el final del matrimonio entre estas deidades no fue especialmente feliz. Pero el lugar es estupendo. Y no se encuentra lejos del gran santuario de Ise, dedicado a la diosa Amaterasu, engendrada por Izanaki al regreso de su incursión en el mundo de las sombras, pero no de Izanami. La familia imperial japonesa sería descendiente de Amaterasu… por ende… de Izanaki. Pero no de Izanami.
Y la Penélope del título es la conocida esposa, fiel y responsable, del caradura y astuto aventurero por excelencia de los poemas épicos homéricos, Odiseo (o Ulises) de Ítaca. Por su capacidad para ser fiel a Odiseo durante los veinte años de ausencia, diez de la guerra de Troya y diez de aventuras por el Mediterráneo, ha sido siempre el símbolo de la fidelidad conyugal. Pero frente a una historia sobre hombres contada por hombres y desde el punto de vista de los hombres, Atwood decide contar la historia desde el punto de vista de Penélope. Y eso conlleva una relectura de los textos homéricos, y una crítica activa del papel de la mujer en la sociedad clásica y, por extensión, de las modernas sociedades occidentales que de ella descienden.
Tiene un tono irónico, paródico, en el que voluntariamente busca pensamientos y expresiones más propios de personas actuales. Y es contada desde el punto de vista de una Penélope ya muerta, viviendo en el Hades, en la pradera de los asfodelos, más allá del río Aqueronte. Por donde se pasea también su bella prima Helena, conocida como «de Troya», aunque también espartana de origen como Penélope.
Crónicas de una diosa
También en esta novela descenderemos al reino de los muertos. Los mitos en los que nos moveremos son los del shinto japonés. En concreto, los de la pareja de dioses formada por Izanami, la diosa del título, y su esposo Izanaki, a veces transcrito como Izanagi. Descendientes de los dioses primordiales del panteón shinto, son los dioses creadores del mundo por excelencia. Entendiendo como mundo el archipiélago japonés (que no incluía en origen la isla de Hokkaido). Pero Izanami murió al engendrar a la personificación del fuego y descendió al mundo de los muertos en las sombras. En un giro argumental con semejanzas con el de Orfeo y Eurídice, Izanaki baja el mundo de los muertos para recuperar a su esposa,… pero fracasa. Y encima se lleva consigo una maldición. Izanami matará cada día a 1000 seres humanos. Izanaki, como compensación, engendrará a un mayor número de los mismos.
El acercamiento de Kirino es a través de una joven sacerdotisa, en una bella pero pobre isla de las más pequeñas del archipiélago nipón, que no se resigna a su papel de guardiana de los muertos de la isla y a renunciar a su amor por un apuesto joven. Pero será traicionada y acabará muerta. Y por hacerlo con rencor, no podrá ascender al cielo, y acabará en el mundo de las sombras como sirvienta de Izanami.
Lejos del tono paródico, e incluso cómico, de Atwood a la hora de reinterpretar su mito, el tono de Kirino es triste e incluso trágico, aunque sin renunciar nunca a la esperanza. No sólo reinterpreta desde una luz y perspectiva femenina el mito de Izanami e Izanaki, si que además desmitifica el valor de la divinidad, abrazando la oportunidad de ser humano y estar vivo, y ser capaz de sentir, amar y dar vida.
Para ambos libros:
Ambos libros parten de tradiciones mitológica muy distintas. Si bien, en ambas encontramos arquetipos que se dan en muchas de las culturas que se han desarrollado en los numerosos grupos étnicos que surgen como consecuencia de la dispersión del ser humano por la faz de la Tierra. Ambas autoras parten de una sociedad patriarcal, todavía más fuertemente patriarcal en el Japón actual, pese al muy posible origen matriarcal de su cultura. Lo podemos ver en la estructura de poder de la isla de las Serpientes Marinas, origen de uno de los personajes protagonista, o en el hecho de que una de las deidades descendientes de Inazaki, y una de las principales del panteón japonés, Amaterasu, deidad solar, se represente como una deidad femenina. Y esta sociedad patriarcal interpreta los mitos para acomodar esta estructura. Ambas autoras se revelan y reinterpretan. Con mayor intensidad Atwood, con mayor sutileza Kirino.
Ambos libros están contados, en todo o en parte, desde el mundo de las sombras, desde el mundo de los muertos. Donde encontramos a nuestras Penélope/Izanami (con su joven servidora). En ambos se cuestiona el matrimonio en su forma tradicional. El libro japonés tiene una visión de la solidaridad entre mujeres, entre hermanas, más optimista.
Y sobretodo, ambos libros son tremendamente amenos e interesantes de leer. Por el tono, la picardía y la astucia de una Penélope, a la par con la de su ilustre marido, aunque ambos acaben machándose con al tragedia de las doce jóvenes criadas. Por las aventuras que vivimos entre las islas del sur del archipiélago japonés y el reino de Yamato, origen del actual Japón, situado en la actual isla de Honshu. Ambas son muy muy recomendables. Y demuestran una cosa. Que una obra literaria tenga un valor universal depende más de lo que cuenta que del país o cultura de la que procede, o de la lengua en que fue escrita originalmente.
Hoy puedo tomarme con tranquilidad la escritura de estas recomendaciones fotográficas. Estoy a la espera de un paquete, que llegará hoy, pero no sé a qué hora. Supongo que en algún momento antes de la hora de la comida o del café. Así que hoy saldré por la tarde, y dedicaré la mañana a asuntos más domésticos. O que se puedan hacer ante el ordenador. Por ejemplo, empezar en serio mi álbum de fotografías de Andalucía.
Voy a aprovechar para recordar que constantemente, cada tres días, actualizo mi Instagram viajero, revisando mi fototeca de viajes de 1989 a 2020, de más moderno a más antiguo. Tras terminar hace unas semanas mi primera vuelta, volví a empezar y ahora estoy revisando las fotos del otoño de 2018, que irán apareciendo en mi mural en los próximos días; Taiwán y los Pirineos aragoneses.
Pero antes de empezar me sorprende un dato que ya me estaba persiguiendo desde hace unas semanas. El momento en que más visitas recibió este Cuaderno de ruta fue entre los años 2011 y 2013, con su máximo en 2012. Nunca muchas puesto que sus pretensiones son muy limitadas. Estoy hablando de unos pocos cientos al día. Nada que ver con los blogs comerciales y sus miles o incluso millones de visitas diarias. Pero a partir de 2013, el auge de las redes sociales llevó el languidecimiento de muchos blogs. Y enlazar los blogs en las redes sociales tampoco ha servido nunca para atraer visitas. Ya digo que no es que me importe mucho. No es la pretensión de estas páginas ser popular. Siempre ha sido la de dedicar un tiempo a parar dentro de la vorágine cotidiana, hablar de otra cosa distinta de las preocupaciones de ese vida diaria y estimular mi capacidad de escribir y de tomar fotografías. Dos actividades que si no se entrenan, se oxidan. Pues bien… Después de languidecer hasta un punto en que raro era el día en los últimos años que mis páginas recibían las 100 visitas diarias, en las últimas semanas, desde mediados de octubre, he regresado a los niveles de 2013. Y no tengo ni idea de porqué. Ale. Vamos con la fotografía.
En Cartier-Bresson nos es un reloj nos hablan de una carta, escrita por un profesor de fotografía a sus alumnos en 1923, que pone las bases de la práctica moderna de la fotografía. Profesional o como afición. Y que es totalmente pertinente casi 100 años después. Quizá por la enorme cantidad de fotografías que se realizan cotidianamente en la actualidad. Que se olvidan a los minutos o a las horas de haber cumplido su misión de decir «estoy aquí, muérete de envidia» o «mira que guapo/a estoy, ¿a que tú no?» Por que básicamente estos son los mensajes de muchísimas fotos de las redes sociales. Quien escribió la carta fue Paul Strand, que revolucionó la fotografía, rechazando el pictorialismo, buscó la personalidad propia del medio frente a las de otras artes e inició un camino de exploración del medio, sus límites y sus reglas. Uno de los grandes de la historia de la fotografía.
Alessandra Sanguinetti es una muy respetada fotógrafa argentina que se dio a conocer con su trabajo sobre dos adolescentes de las áreas rurales de su país. Las conoció cuando tenían 9 años, y su trabajo trató de su paso a la y por la adolescencia. En Magnum Photos nos cuentan que tras el trabajo original publicado en 2010, con aquellas niñas ya en la juventud, ha seguido adelante con el proyecto y ahora ya nos presenta la visión de aquellas mujeres en las que se han convertido. Impresionante proyecto que lleva ya más de 20 años en marcha. Por poner las cosas en perspectiva. En 1999, la fotógrafa tenía 28 años. En 2020, las chicas, las mujeres, tiene 30 años.
Bertrand Cavalier es un fotógrafo francés que se interroga por la interrelación entre las personas y su entorno. Y en American Suburb X nos hablan de uno de sus trabajo en los que dedica su mirada al impacto que los grandes conflictos bélicos en las ciudades europeas. En las que todavía es posible encontrar cicatrices de aquellas terribles guerras que asolaron el continente, pero también en las que encontramos construcciones y estilos arquitectónicos derivados o consecuencia de aquella, con el cemento como gran protagonista. Me ha parecido una reflexión interesante.
Más de una vez lo he dicho. Me encantaría tener habilidad para crear collages significativos. Pero cuando lo he intentado, nunca he quedado satisfecho. Pero me gusta el medio. Por lo menos, como espectador. Esta semana Lenscratch ha dedicado varios artículos a artistas que practican el collage fotográfico. Así nos han presentado los trabajos de Tya Alisa Anthony (web de la autora, Instagram), que investiga sobre el devenir de las comunidades negras en Estados Unidos tras la guerra civil; Daria Birang (web de la autora, Instagram), con temas tan variados como la lucha por los derechos civiles en EE.UU., el mundo de la moda o las revoluciones árabes; y Autumn Elizabeth Clark (web de la autora, Instagram), que utiliza sus collages para reflexionar sobre los condicionantes de género y el erotismo, revisando la imaginería de la públicaciones con desnudos femeninos, entre otras cosas. Necesariamente, además de mostrar la potencia del collage como forma de expresión, también suponen una reflexión sobre el apropiacionismo en el arte.
Desde hace unos días voy siguiendo una revista en línea Landscape Stories, aunque su último número data de diciembre de 2019. Pero tienen en sus páginas muchos trabajos de muchos fotógrafos interesantes, y publican cotidianamente recomendaciones, muchas de libros, en su Tumblr. Y publican interesantes fotografías de distintos autores en Instagram.
Y pasamos a temas más breves.
En Old Skull me han encantado las fotografías de ballenas en blanco y negro de Jem Creswell. Una maravilla.
En el panel de Instagram de la Maison Européenne de la Photographie, han mostrado el trabajo de la japonesa Mari Katayama, que ya me había llamado la atención con anterioridad. Con nueve años, una enfermedad rara forzó que le fueran amputadas parcialmente sus extremidades inferiores. Y su trabajo, en el que ella es sujeto y objeto, reflexiona sobre su relación con su cuerpo.
En Petapixel nos han hablado de un fotógrafo japonés, que responde en redes sociales bajo el identificador @wagoimages, que forzado por la recesión debida a la covid-19 a vender su cámara de gran formato, se ha construido una con piezas de LEGO. Y funciona razonablemente bien, al parecer. Como me gustaría ser hábil con las manos. No os perdáis su Instagram, en el que no sólo nos muestra las fotografías; también su proceso de toma de fotografías.
En una serie de rollos de película que llevo haciendo desde el mes pasado, probando nuevas soluciones fotográficas con película tradicional, el domingo pasado mis paso me llevaron por ese lugar donde la ciudad deja de ser la ciudad y pasa a ser lo que llamamos «el campo». Un lugar impreciso, a veces extraño, que no sabe qué quiere ser. Más si la mañana no se decide si quiere ser tristona y gris bajo la niebla, o radiante y luminosa bajo el sol. Los detalles técnicos en Ilford FP4 Plus 125 a IE 400 – En Fujifilm GS645S Wide60.
En un año en el que «gracias» a nuestro «amigo» el nuevo coronavirus que acaba de cumplir un añito, aunque no fue presentado en sociedad hasta que no cumplió los dos mesecitos, no tenemos grandes taquillazos de cine, ni temporada de películas que aspiran a premios, en el que la taquilla languidece con sólo algún que otro título llamativo de vez en cuando, para bien o para mal, tenemos que mirar a las plataformas de cine en internet para encontrar… de todo. Pero esta vez… de lo mejor. Porque aunque las películas de juicios no es un género que me entusiasme, a pesar de algunos peliculones que se pueden ver sobre el tema, lo último de Aaron Sorkin realmente merece la pena.
Los disturbios de Chicago surgieron en los parques de dicha ciudad norteamericana. Pero como no he tenido ocasión de visitarla, habrá que contentarse con el parque neoyorquino por excelencia, Central Park.
Con un reparto coral y variado en el que no me voy a detener por no cometer la injusticia de dejarme a nadie, ni aburriros nombrando a todos, Sorkin recrea la histórica triste parodia de juicio que siguió a los graves altercados que acompañaron la convención demócrata de 1968, previa a la elección en la que los norteamericanos, en medio de lo peor de la guerra del Vietnam, tuvieron la ocurrencia de elegir al infame Richard Nixon. ¿De verdad alguien se cree que lo de Trump es una casualidad única? Porque un repaso a la historia de los Estados Unidos en los últimos 60 años muestra que la posibilidad de elegir a un indeseable como presidente es relativamente alta. No me voy a detener. Tampoco voy a comentar el mencionado juicio. Ved la película.
Con un guion en el que las narraciones de los testigos son la excusa para los flashbacks que no cuentan la historia de los tumultos violentos, a veces de forma coincidente, a veces de forma nada coincidente, tenemos un ejercicio de reflexión política en el cine brillante, acompañado de una serie de interpretaciones en estado de gracia. Venga, voy a mencionar a algunos. Frank Langella, por encima de todos, con el personaje más infame del tinglado. Sacha Baron Cohen, habitualmente demasiado histrión para mi gusto, en su punto. Michael Keaton, en una intervención breve, pero significativa. Hasta el soso de Eddie Redmayne nos ofrece momentos estupendos. Todos.
Esta película es una de las películas que hay que ver en este 2020. Hay que hacerlo en Netflix. Pero es de esas películas que aunque hubiese sido indudablemente mejor en el cine, se puede ver si menoscabo en la pantalla pequeña. A por ella.
Desde julio no he publicado ninguna entrada basada en la serie de fotografías que realicé con la Hasselblad 500CM durante el periodo de confinamiento en Semana Santa de algunos objetos y documentos del «baúl de los recuerdos» familiar y que con tanto cariño cuidaba mi madre. Ocho de estos artículos publiqué entre abril y julio. Pero tengo material para cuatro más.
Hoy volveré a mi abuelo Agustín de quien ya os hablé. De todos mis abuelos y abuelas, fue al único al que conocí. Y lo recuerdo con cariño. Aunque la vida familiar no siempre fuera fácil en relación con él. Pero de eso no hablaré. Vivimos en el barrio de Torrero hasta pocos días de mi quinto cumpleaños; mis padres, mi abuelo y yo. En la calle López Landa, número 4. ¿Sabéis que no recuerdo haber vuelto a pasar por esa calle desde que nos mudamos? Cosas que pasan. Y no es porque no haya pasado cientos de veces por las proximidades.
De lo que recuerdo de aquella época, es que mi abuelo Agustín me llevaba a pasear por los pinares de Venecia con cierta frecuencia. Y mi recuerdo de aquellos paseos era bueno. Que mi abuelo me quería es algo que nunca he puesto en duda. Falleció con ochenta años cuando yo tenía diez. Como yo era muy pequeño en aquellos paseos, no era frecuente que llegásemos muy lejos. Pero en mi memoria se grabaron lugares «míticos» como la fuente de la Junquera y la fuente de la Caña. Surgimientos de agua en las proximidades del río Huerva, cuando este entra en la ciudad de Zaragoza, y que eran lugares frecuentes para ir a merendar o para que los jubilados se juntaran en su «mentideros». Según mis entendederas, la fuente de la Caña, más próxima al Parque Grande y al que en aquellos años era el casco urbano de Zaragoza, ya no es un paraje como tal. La fuente de la Junquera, más alejada, sí. Aunque está totalmente urbanizada a su alrededor.
Una cosa que le gustaba a mi madre era coleccionar recortes de prensa en los que por algún motivo apareciéramos alguien de la familia. Ahora sólo conservo uno de aquellos recortes. Porque el resto no los guardaba en el «baúl de los recuerdos» y no se dónde fueron a parar. El que conservo mencionaba a mi abuelo Agustín. El artículo, publicado por el Heraldo de Aragón, es muy gracioso de leer… por el provincianismo y el papanatismo propio de la mediocre España de la dictadura franquista. Un agua, la de la fuente de la Caña, «muy buena y recomendable para lavar ‘nylon'», según «una americana»… subtitulaba el articulista. Y es que mi abuelo Agustín, junto con otros seis jubilados, se dedicaron a adecentar altruistamente el entorno de aquella fuente, para el mejor disfrute de los zaragozanos que allí iban a merendar o a pasear.
Este domingo fue un día interesante para caminar con alguna(s) cámara(s) de fotos. Amaneció con niebla. Llorona, de la que empapa el entorno. Pero a partir de las once y media de la mañana, fue levantándose, dejando algún banco aislado aquí y allá, generando un día agradable de sol, pero también una luz difusa o mezclada, que siempre es mejor para hacer fotos que el gris absoluto de la niebla sin detalle o que el sol radiante absoluto.