Bueno, aquí y ahora, en Oporto. Porque las de los «alrededores» están reveladas pero todavía no están digitalizadas. En cualquier caso, quien quiera conocer los detalles y tribulaciones técnicas de la experiencia pueden dirigirse a En Oporto (y más) con Pentax MX + Ilford HP5 Plus 400.
Para los que pasáis de la técnica fotográfica y sólo os interesan las fotos, aquí las dejo.
Me encuentro con que, poco después de mi vuelta de viaje, entre la que vi antes del mismo y las que he visto después, tengo tres películas de estreno para comentar. Una es una aventureta ligera y las otras dos, dos estrenos tardíos de Terrence Malick. Como hoy no tengo la cabeza para comentar películas de Malick, voy con la aventureta ligera. Aunque no sea la película que tengo en espera desde hace más tiempo.
Desde su éxito en la primera temporada de Stranger Things, la adolescente Millie Bobby Brown se ha convertido en un valioso recurso para Netflix a la hora de atraer espectadores. Yo no tengo claro todavía que la niña de aquella primera temporada de la serie de éxito en la plataforma de vídeo bajo demanda se vaya a convertir en una gran actriz. Tampoco tengo claro que no vaya a ser así. Es cierto que aquella niña tenía presencia visual. Pero tampoco se le pedía mucho más desde el punto de vista interpretativo. El caso es que la niña, inglesita nacida en Málaga, y que con sus dieciséis añitos ya no es tan niña, parece que tiene vista para los negocios. Y se fijó en un pastiche literario, producto de una espabilada que se inventó una hermana de Sherlock Holmes para atraer a los lectores adolescentes y, como tantas sagas de libros para este público, susceptible de ser adaptada a la gran pantalla. Y ahí tenemos a la Brown. No sólo como protagonista absoluta del filme, sino como productora. Es decir. Se llevará un porcentaje de taquilla además de lo que haya cobrado. Pensada la película para su estreno en salas, gracias a la pandemia de marras, cayó inmediatamente en las garras de Netflix, ya que se ajusta como anillo al dedo a su estilo. Y ale… a presumir de taquillazo virtual.
Nos daremos un paseo por Londres con Enola, pasando por Baker Street, presunto hogar de su hermano Sherlock, aunque no sale. Parece que ni siquiera ha conocido todavía al Dr. Watson.
Y así tenemos la película dirigida por Harry Bradbeer, director que se mueve más por la televisión, en buenas series, que en las producciones para la gran pantalla. Enola (Brown) es la hermana pequeña de Sherlock (Henry Cavill) y Mycroft Holmes (Sam Claflin), que son mucho más mayores, y vive con su escéntrica madre (Helena Bonham Carter). La repentina desaparición de esta será el mcguffin que llevará a la jovencita a sus primeras aventuras, especialmente protegiendo a un joven lord (Louis Partridge) de un malo de opereta (Burn Gorman) que lo quiere apiolar.
No hagáis mucho caso de los nombre famosos en el reparto. Salen poco y con poca trascendencia. Su creadora decidió que fuese la hermana de Sherlock Holmes, pero lo mismo podría haber sido la hija de Oscar Wilde, la sobrina de Jack el Destripador, la bastarda del príncipe Eduardo o la nieta de las Brönte… cualquier personaje más o menos famoso de la segunda mitad del siglo XIX, cercano al XX. La cuestión era crear un pastiche con una chavalilla aventurera, darle un tono «progre» feminista con sufragistas por medio (lo justo para no molestar a los sectores más conservadores, aunque muy agresivas para el tono familiar de la película), generar un rollete entre adolescentes seudoromántico porque la cosa no pasa de posar una mano sobre otra, y «demostrar» que la chica es tan lista o más que cualquier hombre. Todo ello con una realización correcta, es lo que tienen los británicos, que las películas de época las hacen bien, y unas interpretaciones… normales. Sigo sin decantarme sobre la calidad interpretativa de la Brown. No lo hace mal. Pero tampoco lo hace tan bien. Normal.
¿Es recomendable? Pues oye… si estáis suscritos a Netflix, se deja ver con agrado. Es un poco larga. Más de 120 minutos para contar una historia muy básica en el género de aventuras. Pero siendo en Netflix, aunque suene a herejía a los cinéfilos más talibanes, se puede ver como una miniserie, dividiéndola más o menos en tres episodios de 40 minutos. En este caso, no pasa nada por ello. Y ahora,… temamos por posibles secuelas…
Nota: En los «carteles» virtuales que pone la plataforma para anunciar la película, el rostro de Millie Bobby Brown aparece muy retocado y «embellecido», hasta tal punto que casi no parece ella. Como si una adolescente de quince años necesitara tal cosa. Ahí se viene abajo todo el mensaje presuntamente feminista de la película.
A pesar de los frecuentes bloqueos de lectura que he sufrido a lo largo del año, en estos momentos llevo bastante retraso en el comentario de los que he llevado a buen término. En concreto, aparte del de la entrada de hoy, tengo otros cuatro a la espera de comentario. Así que me tendré que poner las pilas de alguna forma, porque si no, acabaré por olvidarme de lo que tengo que contar sobre ellos.
El fenómeno cultural de las «idols» siempre ha sido de los que más repelús o rechazo me ha causado de la cultura japonesa. Como ya he comentado en alguna ocasión, en Osaka nos encontramos con un grupo de ellas, varias noches, realizando acciones de promoción en Dotonbori.
El libro de hoy es una curiosidad que leí en poco más tiempo de lo que fue el viaje de regreso de mis vacaciones en la isla de la Palma, a finales de agosto. A principios de año, en enero, tuve la ocasión de ver por primera vez en pantalla grande de cine una de las mejores películas de animación que conozco y que ya había visto previamente un par de veces en vídeo. La obra maestra de Kon Satoshi (hoy estoy usando la convención oriental de colocar primero el apellido) se basa, muy libremente, en el libro que comento hoy. Y que tuve la curiosidad de adquirir en su formato electrónico, y en idioma inglés, que yo sepa no está disponible en castellano, por el precio era muy razonable. Pero luego me costó meses encontrar un momento para leerla, había otras cosas que me interesaban más.
Entendámonos. Las premisas de partida de este libro no son de las que normalmente me lleven a leer un libro. Sólo la curiosidad de compararla con la obra cinematográfica de animación me llevó al texto escrito. En principio, la película comparte con la novela en que se basa algunos elementos. La «pop idol» [アイドル, aidoru], cantante japonesa de música pop ligera y de poca calidad, que por su aspecto inocente y aniñado atrae a una pequeña legión de fans, en general maromos entre la treintena y la cuarentena, y que llevada por su propia inquietud y la de la agencia que le representa, quiere dar un giro a su carrera, buscando unas canciones de más calidad y una imagen más adulta. En la película de Kon, la «pop idol» deja su carrera musical por una dedicada a la interpretación. Y esto atrae la atención de uno de sus fans que quiere evitar la pérdida de la inocencia de la joven de 20 años. Lo que pasa es que este fan… es un sociópata.
Las chicas, muchas de ellas adolescentes o poco más; sus fans, señores ya talluditos que podrían ser sus padres. ¿A que sí que da repelús?
El libro difiere de la película de animación en que, mientras esta llevaba la trama por el conflicto psicológico, por la confusión de realidades y por la múltiple interpretación posible de lo narrado, el material escrito es sota, caballo y rey. Y lleva la trama al ámbito del terror gore, con momentos realmente estremecedores por su grafismo… «sangriento». El resultado es muy distino.
Como digo, normalmente, no es un libro que me hubiera interesado y llamado la atención. Pero lo cierto es que no lo pasé mal leyéndolo, me entretuvo. Tiene unas bases argumentales muy simples, pero consigue un tercer acto de acción bastante trepidante, también bastante inverosímil si he de ser sincero, pero muy entretenido. No es especialmente recomendable. Pero tampoco me ha parecido ningún horror más allá del que con intención pretende producir en el lector con su argumento.
Como digo en el encabezado, en mi segunda mitad de vacaciones, he hecho una escapada a la bonita ciudad portuguesa de Oporto. Ya la había visitado hace 22 años, en un viaje más largo que nos llevó desde Valença do Minho en la frontera con Galicia hasta la Lisboa de la Exposición Internacional de 1998. Un viaje que recuerdo con cariño, pero del que conservo una memoria muy selectiva. Hay cosas de aquel viaje de las que me acuerdo mucho y con detalle y de otras que apenas recuerdo. No sé muy bien cómo me funciona la memoria.
Estación de São Bento, Oporto.
En esta ocasión, aunque la posibilidad de volver a la ciudad de la desembocadura del Duero la llevaba en mente desde hace tiempo, la decisión la tomé sobre la marcha, tres días antes de salir de viaje. Estamos en lo que estamos. Y nos dejan entrar en pocos países con facilidad a los españoles en estos momentos. En muy pocos. En la mayor parte de Europa, o hay que autoaislarse unos días al llegar, o llevar certificados con PCR negativas u otros incordios. Así que la cosa era entre Francia, Portugal… o España. Pero sinceramente, después de vivir todo el año en este país,… me cansa. Y mientras pueda… me voy de vacaciones a otro.
Visitando bodegas de vino de Oporto y arte callejero en los parques de la ciudad.
No es que crea que otros países sean mejores o peores. Como decía un amigo, viajando se curan dos graves enfermedades; el nacionalismo y los complejos de inferioridad. Siempre y cuando viajes con los ojos y los oídos abiertos y dispuestos, claro. Otro problema con el turista español por el mundo, y en este viaje me he encontrado con algún ejemplo, es cuando se empeña en que el resto del mundo funcione como está acostumbrado en su pueblo. Y como no es así,… va y se enfada. En fin… Que cansadico estoy de la idiosincrasia nacional…
Plaza de Almeida Garrett, Oporto.
El viaje ha ido bien. El tiempo ha sido bastante más que razonablemente bueno. En los primeros días del otoño siempre es de esperar en esas latitudes de la Península Ibérica algo de lluvia. Bueno… pues tan apenas. No he llegado a abrir el paraguas. Y sólo el último día, en el que se levantó el viento, hube de poner una chaqueta cortavientos. Temperaturas máximas entre 18 y 22 ºC son muy agradables para viajar. El 80 % del tiempo con sol o nubes y claros.
Fachadas pintadas en Costa Nova, ría de Aveiro.
La nota negativa la puso mi afición a la fotografía. El jueves, dos días antes de volver, extravié mi cámara digital, prácticamente nueva, en Aveiro. Me lie con las cosas que llevaba encima, creía que la llevaba dentro de la mochila, y me la dejé en un banco en una parada de autobús. Así que perdí las fotos de cuatro días de viaje. Me quedan los seis rollos de película en blanco y negro que he ido haciendo y que ya he empezado a revelar, y las fotos que hice ese día y al siguiente con el teléfono móvil. Y las dos docenas que subí a redes sociales en los días anteriores. Si lo siento es por las fotos y por el objetivo que llevaba la cámara en ese momento. Un recuerdo que me traje de Tokio en 2014 y que iba muy bien. Ya veremos cómo lo suplo, si lo suplo. Igual que la cámara… que a lo mejor no me molesto en sustituirla… Aunque tenía sus ventajas para estas escapadas urbanitas, por su poco volumen y peso.
Praia da Barra, ría de Aveiro.
Decir que además de Oporto he visitado Guimaraes y Aveiro con alguna localidad en el entorno de la ría del mismo nombre. Todo muy tranquilo. Sin prisas, sin agobios. Sin batir records de visitar atracciones turísticas. Además ya había estado por allí. Comer y cenar bien, pasear, ver alguna cosa nueva y relajarse. He dormido como un tronco todos estos días… ya veremos ahora a la vuelta.
Normalmente repaso los marcadores sobre fotografía los domingos. Pero si todo va bien, y dejan pasar por Madrid, que parece que sí, me voy unos días fuera. De vacaciones. Ya os contaré. Pero pasaré a partir de mañana a modo sólo fotos en este Cuaderno de Ruta. Así que ese repaso lo he trasladado al sábado, aunque por cuestión de tiempo, habrá de ser más telegráficos.
Utilizaré fotos realizadas con mi recientemente adquirida Canon EOS RP para ilustrar la entrada. Realizadas paseando por la ciudad mientras comprobaba que todo fuera bien con la cámara y las ópticas destinadas a ella.
Cindy Sherman es una fotógrafa de la que hay trabajos que me gustan mucho y otros que me dejan muy frio. En cualquier caso, es uno de los referentes de la fotografía contemporánea. Y para quienes quiera saber sobre qué hace últimamente, autorretratos, claro, pero que en esta ocasión tienen carácter andrógino, puede leer y ver en Creative Boom.
Conocí el trabajo de la japonesa Ishiuchi Miyako cuando visité el museo memorial de la bomba atomica de Hiroshima. Uno de sus trabajos fue fotografiar objetos recogidos en dicho museo. Luego me hice con un libro suyo, una retrospectiva publicada por la Fundación Hasselblad con motivo de un premio concedido por los suecos. Y me gustó mucho. Aquí os dejo un par de vídeos que se pueden encontrar en Youtube (en inglés) y que os pueden dar una idea del trabajo de la japonesa. Me parece una fotógrafa poderosamente honesta.
Hace una década hubo un movimiento de apertura de las poblaciones de los países árabes que se conoció con el nombre de Primavera árabe. Aunque en la actualidad, todos tenemos la impresión de que quedó en nada. En Picture Show de la NPR reflexionan sobre el tema a partir de las fotografías de Nicole Tung. Especialmente en cómo quedó afectada la juventud de estos países. Tung es una fotógrafa de Hong Kong muy bregada en zonas de conflicto.
Uno de los (muchos) problemas del capitalismo es que genera crecimiento en las sociedades, a veces muy deprisa, pero poco sostenible en el largo plazo y creando desigualdades notables en la población. En Booooooom podemos ver el trabajo de la fotógrafa Olga Sokal sobre las consecuencias del final de la minería del carbón en la región natural y cultural de norteamérica denominada Appalachia.
No soy especialmente partidario de poner enlaces aquí de sitios dedicados a ensalzar determinadas marcas. Pero me hizo gracia ver cómo uno de los directores coreano de moda, Park Chan-wook, usa su cámara Leica monocroma para documentar sus lugares de rodaje. No es infrecuente saber de directores de cine aficionados a la fotografía y buenos fotógrafos.
Y recientemente ha habido una polémica cuando una fotógrafa, Tonika Lewis Johnson, acusaba de plagio a otro fotógrafo, ya consagrado, como Alec Soth. Me extrañó,… porque Soth me ha dado siempre la pinta de ser un tipo honesto. Donde lo cuentan bien es en Cartier-Bresson es un reloj. Pero en esencia, ¿de verdad se puede considerar plagio que un fotógrafo trabaje un tema parecido, similar a otro? Porque cada uno hace sus propias fotografías y tiene su propio estilo. No creo que los temas de reflexión sean propiedad de nadie. En fin. Parece que Johnson venía haciendo un proyecto de largo recorrido sobre el contraste entre dos barrios, socioculturalmente muy distintos, de Chicago, cuando el New York Times encargó recientemente un trabajo sobre un tema similar a Soth. Leed el artículo que os he vinculado y opinad.
Tras la excelente película de la semana anterior, los nuevos estrenos no traen nada especialmente atractivo a la cartelera. Las salas de cine están abiertas, pero las distribuidoras no arriesgan, y la oferta que llega es muy anémica. Nos llama la atención una película británica dirigida por Jessica Swale, su primer largometraje de ficción, y protagonizada por la interesante Gemma Arterton. No hay comentarios entusiastas sobre ella en ninguna parte, pero pensamos que con los británicos es difícil equivocarse mucho.
Las fotos de hoy están tomadas en distintos lugares del condado de Kent, Inglaterra, donde transcurre la película.
La película nos cuenta como una escritora un tanto misántropa (Arterton), que vive en la costa del canal de la Mancha, se encuentra de repente con que le han asignado un niño refugiado de Londres durante los bombardeos de la capital inglesa. Aunque al principio es remisa y quiere que se haga cargo del niño otra familia, al final, ambos conectarán y lo aceptará de buen grado. Hasta que se lleve la sorpresa de saber que tiempo atrás conoció a la madre del niño, que es quien maniobró para que lo acogiera.
Película con una realización académica, muy correcta y muy funcional, con el buen hacer de los británicos para las películas de época, pero sin mucho más que destacar. Descarga la directora, en realidad, el buen destino de la película en el buen trabajo de los intérpretes. Que como intérpretes británicos que son lo saben hacer muy bien, y el duo formado por Aterton y el niño, Lucas Bond, funciona con eficacia para sacar adelante una historia de buen rollo y buenos sentimientos en tiempos difíciles.
La película, muy políticamente correcta en lo que se refiere a diversidades de orientación sexual y racial, mucho más de lo que sería esperable para la época en la que se desarrolla, se deja ver sin problemas. Pero también es previsible que no deje poso durante mucho tiempo y pase a ser una de tantas películas por el estilo que nos ofrecen de vez en cuando los británicos. Se deja ver. Por cierto, el Summerland del título, en español En busca de Summerland, es un lugar ficticio, una especie del cielo después de la muerte para religiones paganas. Pues vale.