En las próximas semanas se esperan numerosos e interesantes estrenos. Pero esta semana pasada no sucedió nada realmente destacable en la cartelera zaragozana. Bueno… hay una película que me gustaría ver, para ver como evoluciona su protagonista, una actriz joven que ha mostrado buenas maneras. Pero sus horarios son limitados en versión original, muy tardíos, y el tema que trata no me interesa tanto. Por ello, y aprovechando un rato de compañía en casa, nos dedicamos a un estreno en plataforma de contenidos en internet. Así que afrontamos un policiaco de época en Netflix, dirigido por Scott Cooper, de quien solo recuerdo, vagamente, una película, que no me entusiasmó. Pero el reparto de la de hoy parecía interesante…. y tal… En la versión doblada, la película lleva el estúpido y anodino título de Los crímenes de la academia.
West Point, sea la ciudad sea la academia militar, está situada a orillas del río Hudson, que llega al mar en la ciudad de Nueva York. Por ello ilustro la entrada con fotografías del curso final del Hudson, en el extremo sur de la isla de Manhattan.
Situada la acción hacia 1830, un policía de Nueva York (Christian Bale) retirado que vive solitario en West Point es reclamado por el superintendente de la academia militar norteamericana (Timothy Spall), situada en esta población, a orillas del río Hudson, para aclara un complejo crimen, en el que un cadete aparece ahorcado, para luego su cuerpo ser profanado extrayéndole el corazón. Allí coincidirá con el joven poeta Edgar Allan Poe (Harry Melling) que le ayudará en sus investigaciones, al mismo tiempo que este se derrite por los huesitos de Lea (Lucy Boynton), la hija del médico de la academia (Toby Jones) y de su misteriosa esposa (Gillian Anderson). El policía vive amargado por tragedias familiares pasadas, de las que solo encuentra cierto consuelo en brazos de la posadera del lugar (Charlotte Gainsbourg) y del vino y la cerveza que sirve Pépé (Robert Duvall) en la posada donde trabaja.
Vamos a ver… si he mencionado el reparto con tanto detalle en la sinopsis que he redactado de la película es para que comprobéis que la película no deja de tener alicientes a priori. El reparto es realmente prestigioso, e invita a verla. La realidad es que la mayor parte de esos prestigiosos intérpretes hacen papeles muy pequeñitos, ya que quienes permanecen en pantalla casi constantemente es Bale y, en menor medida pero mucho, Melling. Con una producción cuidada, con un ambiente frío, nos metemos en una investigación policiaca que… se hace mucho más rebuscada y retorcida de lo necesario, olvidándose de desarrollar los temas que lleva implícitos la historia con una mínima profundidad. La película es una adaptación de una novela histórica de misterio, de un autor que no he leído ni ganas que me han entrado, probablemente con vocación de producción de best-sellers de género. Y que como es habitual en estos libros se caracterizan más por sus apariencias y ser fáciles de leer que por su profundidad. Supongo. Porque eso es lo que deja traslucir la película.
La película se deja ver, aunque mi aprobado me lo he pensada mucho, porque desde luego es por los pelos. Sus más de dos horas se antojan largas. Sus interpretaciones son faenas de aliño, propias de actores con calidad, pero sin más. Y la falta de un guion razonablemente bien engranado, hace que esté a punto de descarrilar en varias ocasiones. El hecho de que la aparente resolución del misterio llegue a falta de media hora para el final de la película ya nos anuncia un final tramposo, ya que de repente aparece la verdadera resolución del misterio que convierte, por detalles que no vamos a referir aquí, en incongruente lo que hemos visto a parte en la media hora que nos lleva a esa aparente pero falsa resolución del misterio. No descarto que en un futuro, esas tres estrellas que indico como valoración subjetiva, si es que vuelvo a pensar en la película, se conviertan en dos. Nos entretuvo mientras la vimos, pero no perdurará en la memoria. Mucho talento malgastado en esta producción de Netflix.
No perderé mucho tiempo en comentar esta película del director catalán Kike Maíllo, adaptación de la novela en francés de la belga Amélie Nothomb, Cosmética del enemigo, rodada en inglés en lo que se supone que es el aeropuerto Charles de Gaulle… aunque creo que sólo algunas tomas son de tal lugar.
He leído bastante a Nothomb. Excéntrica escritora, cuyas novelas suelen ser cortas, amenas, inteligentes… y su francés es apto para mi ración anual de lectura de novelas escritas en este idioma sin pasar por el filtro del traductor. O lo eran. Que en los últimos tiempos me da la impresión de que ya se le pasaron sus mejores años creativos.
El paseo fotográfico de hoy lo comenzaremos en el aeropuerto Charles de Gaulle en Roissy, pero lo continuaremos por París. Una París soleada y no lluviosa como en la película.
En esta novela acompañamos a un arquitecto polaco de prestigio (Tomasz Kot) que es abordado en su camino al aeropuerto por una entrometida joven holandesa (Athena Strates), que ya no lo dejará ni un momento. Y la conversación llevará irremediablemente a qué fue de la desaparecida esposa del arquitecto (Marta Nieto), que se desvaneció de su vida veinte años atrás dejándole un vacío que ha sido incapaz de llenar.
Es curioso que, siendo una de las novelas más conocidas de Nothomb,… es de las que no he leído. Pero lo que he leído de ella me permite aventurar un hipótesis. Maíllo no sabe trasladar a la pantalla la agilidad y el ingenio de los diálogos y narraciones de la escritora en sus mejores novelas. Y el resultado es una realización académicamente correcta, pero emocionalmente fría. Muy fría. Y que desaprovecha las capacidades actores de sus dos principales protagonistas, que resultan poco convincentes.
Con un desenlace previsible a partir de determinado momento, esta película que no ha sido estrenada en salas sino en Filmin, la llevas hasta el final a pesar de cierto tedio porque no es muy larga. A penas hora y media. No me atrevería a recomendarla.
Me encuentro con que, poco después de mi vuelta de viaje, entre la que vi antes del mismo y las que he visto después, tengo tres películas de estreno para comentar. Una es una aventureta ligera y las otras dos, dos estrenos tardíos de Terrence Malick. Como hoy no tengo la cabeza para comentar películas de Malick, voy con la aventureta ligera. Aunque no sea la película que tengo en espera desde hace más tiempo.
Desde su éxito en la primera temporada de Stranger Things, la adolescente Millie Bobby Brown se ha convertido en un valioso recurso para Netflix a la hora de atraer espectadores. Yo no tengo claro todavía que la niña de aquella primera temporada de la serie de éxito en la plataforma de vídeo bajo demanda se vaya a convertir en una gran actriz. Tampoco tengo claro que no vaya a ser así. Es cierto que aquella niña tenía presencia visual. Pero tampoco se le pedía mucho más desde el punto de vista interpretativo. El caso es que la niña, inglesita nacida en Málaga, y que con sus dieciséis añitos ya no es tan niña, parece que tiene vista para los negocios. Y se fijó en un pastiche literario, producto de una espabilada que se inventó una hermana de Sherlock Holmes para atraer a los lectores adolescentes y, como tantas sagas de libros para este público, susceptible de ser adaptada a la gran pantalla. Y ahí tenemos a la Brown. No sólo como protagonista absoluta del filme, sino como productora. Es decir. Se llevará un porcentaje de taquilla además de lo que haya cobrado. Pensada la película para su estreno en salas, gracias a la pandemia de marras, cayó inmediatamente en las garras de Netflix, ya que se ajusta como anillo al dedo a su estilo. Y ale… a presumir de taquillazo virtual.
Nos daremos un paseo por Londres con Enola, pasando por Baker Street, presunto hogar de su hermano Sherlock, aunque no sale. Parece que ni siquiera ha conocido todavía al Dr. Watson.
Y así tenemos la película dirigida por Harry Bradbeer, director que se mueve más por la televisión, en buenas series, que en las producciones para la gran pantalla. Enola (Brown) es la hermana pequeña de Sherlock (Henry Cavill) y Mycroft Holmes (Sam Claflin), que son mucho más mayores, y vive con su escéntrica madre (Helena Bonham Carter). La repentina desaparición de esta será el mcguffin que llevará a la jovencita a sus primeras aventuras, especialmente protegiendo a un joven lord (Louis Partridge) de un malo de opereta (Burn Gorman) que lo quiere apiolar.
No hagáis mucho caso de los nombre famosos en el reparto. Salen poco y con poca trascendencia. Su creadora decidió que fuese la hermana de Sherlock Holmes, pero lo mismo podría haber sido la hija de Oscar Wilde, la sobrina de Jack el Destripador, la bastarda del príncipe Eduardo o la nieta de las Brönte… cualquier personaje más o menos famoso de la segunda mitad del siglo XIX, cercano al XX. La cuestión era crear un pastiche con una chavalilla aventurera, darle un tono «progre» feminista con sufragistas por medio (lo justo para no molestar a los sectores más conservadores, aunque muy agresivas para el tono familiar de la película), generar un rollete entre adolescentes seudoromántico porque la cosa no pasa de posar una mano sobre otra, y «demostrar» que la chica es tan lista o más que cualquier hombre. Todo ello con una realización correcta, es lo que tienen los británicos, que las películas de época las hacen bien, y unas interpretaciones… normales. Sigo sin decantarme sobre la calidad interpretativa de la Brown. No lo hace mal. Pero tampoco lo hace tan bien. Normal.
¿Es recomendable? Pues oye… si estáis suscritos a Netflix, se deja ver con agrado. Es un poco larga. Más de 120 minutos para contar una historia muy básica en el género de aventuras. Pero siendo en Netflix, aunque suene a herejía a los cinéfilos más talibanes, se puede ver como una miniserie, dividiéndola más o menos en tres episodios de 40 minutos. En este caso, no pasa nada por ello. Y ahora,… temamos por posibles secuelas…
Nota: En los «carteles» virtuales que pone la plataforma para anunciar la película, el rostro de Millie Bobby Brown aparece muy retocado y «embellecido», hasta tal punto que casi no parece ella. Como si una adolescente de quince años necesitara tal cosa. Ahí se viene abajo todo el mensaje presuntamente feminista de la película.
Dos libros he leído previamente de la japonesa Yōko Ogawa, y los dos me gustaron bastante. Uno incluso me impresionó fuertemente; el otro no tanto, pero también me pareció notable. A eso he de sumar haber visto una adaptación al cine de una de sus más conocidas novelas, que algún día leeré. Y si algo se puede decir es que Ogawa cuenta historias interesantes, con corazón, que lo hace bien, que es muy diversa, no encasillada en un determinado estilo o género, y que le gustan las matemáticas. Incluso es autora de un ensayo sobre las matemáticas en forma de conversaciones con un matemático.
Cuando preparé las posibles lecturas para mis vacaciones, aunque fuera repitiéndome en lo que se refiere al origen nipón de los autores, lo cierto es que escogí algunos con cuya lectura ya había disfrutado bastante en anteriores ocasiones. Romper el bloqueo lector que me ha atenazado varias veces a lo largo del año.
Algunas fotografías en blanco y negro, una de ellas con una ceremonia de matrimonio sintoísta, servirán de ilustración a esta entrada.
Lo cierto es que la premisa a priori de esta novela de Ogawa presentaba ciertos riesgos sobre su idoneidad para la época vacaciones. Ryōko, una joven periodista se encuentra viuda de repente, un año después de «casarse», por el suicidio de su pareja, de profesión perfumista. Y de repente tiene que afrontar dos realidades; que se encuentra sola, deprimida, en duelo, y que hay mucho de la vida y la personalidad de su marido que le era desconocido. Que no sabía exactamente quién era. Y hay comienza la animación del libro. La protagonista comienza una búsqueda en el pasado del muerto que le lleva a conocer a su familia, de la que no conocía nada, su genio para las matemáticas, un amor de adolescencia, y unos extraños sucesos que acontecieron en Praga durante esa adolescencia.
Ogawa no dota de una estructura lineal a esta búsqueda. Va alternando los capítulos de las indagaciones en la capital checa, con el recorrido por la vida familiar del fallecido antes del viaje a las orillas del Moldava. Con gran habilidad va alternando también la reflexión sobre el duelo que sufre Ryōko, mujer enamorada de la persona fallecida, con la incertidumbre y la emoción de la búsqueda que emprende. Pero es que además, Ogawa se suma a las corrientes del realismo fantástico, y dota de elementos de esta naturaleza la búsqueda de Ryōko, acercándola a otros contemporáneos japoneses como Murakami. Pero lo hace a su estilo, con elegancia y habilidad, integrándolos perfectamente en el viaje, interior y exterior, a emprendido la protagonista.
Algunos misterios se resuelven. Otros, sobre la personalidad Hiroyuki, quedan velados por un cierto misterio. Al cabo, nadie de quienes lo trataron y quisieron, Ryōko, el hermano, la madre sumida en la demencia, la joven que lo quiso en su adolescencia,… ninguno de ellos acabaron de entender al fallecido por completo y sólo sumando las distintas experiencias podemos alcanzar a entender a Hiroyuki. A mí, me ha gustado mucho esta novela. Muy recomendable.
Nota: He entrecomillado lo de «casarse» puesto que en Japón las cosas del matrimonio son algo distintas. Un pareja puede celebrar una boda, o simplemente irse a vivir juntos y decir que están casados, o lo que sea, pero el auténtico acto de «casarse» es un acto administrativo por el cual se modifica el koseki o registro familiar que identifica el hecho de que dos personas se han casado. No sé si lo explico bien del todo, pero es algo así. En la novela, la protagonista y su pareja fallecida se considerarían a sí mismos como «casados», pero no registraron el hecho en el koseki.
Tres elementos se dieron en su momento para que me decidiese a comprar este libro en formato electrónico y, eventualmente, a leerlo. Por un lado, las buenas experiencias en los últimos años en lo que se refiere a autores noruegos, siempre fuera del machacado y sobreabundante nordic noir. Que no va de eso la cosa. Por otro lado, la oferta para comprar el libro electrónico por menos de dos euros cuando normalmente se vende a casi diez euros. Y finalmente, que encontré bastantes referencias positivas en una revisión rápida sobre su autor, Lars Mytting, y en concreto sobre la novela que nos ocupa hoy.
La novela tiene un título en noruego totalmente distintos, Svøm med dem som drukner, que se traduciría por algo así como Nada con quienes se están ahogando. Nunca he sido partidario de los cambios en los títulos; por algo el autor les puso el que les puso a sus obras. Pero bueno, tampoco me voy a poner pesado en esta ocasión sobre el tema, y sobre las «ocurrencias» y «genialidades» de los editores y editoriales a la hora de poner títulos «adaptados» al lector de otros países. Como creo que ya comenté en algún momento respecto a la obra de otro nórdico, un sueco, no es lo mismo «odiar a las mujeres» que «no amar a las mujeres». Y sí… es una diferencia sustancial.
La Noruega que conocemos en la novela no es la más turística de paisajes con fiordos, nieves o montañas espectaculares. Es la interior, de granjas, bosques y salpicada de lagos, que tuvo tiempo de esbozar en mi mirada en el trayecto ferroviario entre Oslo y Bergen hace unos años.
En esta ocasión, nos trasladamos a los primeros años 90 del siglo XX, al interior de Noruega, a un ambiente rural y granjero, donde vive Edvard, un joven que vive marcado por una serie de hechos. Sus padres murieron prematuramente en Francia al explotar una bomba de gas de la Primera Guerra Mundial cuando él tenía sólo cuatro años. El estuvo desaparecido durante cuatro días cuando eso sucedió. Fue criado por su abuelo, que es odiado por sus vecinos por haber sido simpatizante de la Alemania nazi durante la guerra. Su abuelo vive extrañado de su hermano, que parece que luchó en el otro bando, y de quien le separan antagonismos no bien comprendidos. Y en estas estamos cuando la muerte repentina del abuelo, abre el camino a la posibilidad de desvelar las razones y los motivos de todas estas situaciones. Dando lugar a un recorrido que nos llevará de la Noruega interior a las islas Shetland, y de allí a los campos del valle del Somme. Y a la vez a las herencias que las tribulaciones históricas del siglo XX, especialmente sus dos guerras globales, dejó en las vidas de muchas personas.
Al terminar de leer la novela, esta me dejó un cúmulo de sensaciones. Mytting abre un pastel en los primeros capítulos que ofrece una infinidad de historias, todas ellas interesantes, todas ellas potencialmente trascendentes. Hay muchas posibles novelas en el universo que crea el autor. La de la reflexión sobre la sinrazón de las guerras. La del joven despistado que buscan encontrarse y saber quién es y con quién quiere estar. La de la historia del desarraigado, que cuando pierde su razón de ser principal, su pasión, pierde el rumbo y navega por su vida sin arribar a ninguno de los puertos que se le ofrecen. La del anciano que tiene que cuidar a su nieto, sufriendo por las consecuencias de sus decisiones de juventud. La de la mujer que nace en un infierno y en muere por las consecuencias de otro y cuya historia debe ser contada y recordada. La de una historia de amor, improbable, y tal vez, sólo tal vez, realmente imposible.
El problema es que muchas de estas historias quedan esbozadas, pero no bien desarrolladas, mientras vamos acompañando a un protagonista principal que carece de suficiente carisma como para que realmente nos importen sus cuitas. Nos interesan más todos aquellos que le rodean o con los que se encuentra, que él mismo. Y además, que la novela no encuentra un ritmo adecuado. Avanzando a trompicones, con distintas velocidades en cada momento, sin que encontremos un motivo para ello.
No os confundáis. No me parece una mala novela. Al contrario, globalmente me ha resultado muy interesante. El problema es que se queda en algo que está bien, cuando había material, ideas y posibilidades para ser apasionante. Y al final, no llega a tanto, ni mucho menos. De lo que más te quedan ganas es de visitar los lugares por donde pasa. Y de conocer a Gwen.
Si algo hecho en falta en la época actual en el cine es la producción de película entretenidas y bien hechas, con cierta originalidad, aunque no sean extraordinariamente profundas ni pensadas para ganar premios. Hecho de menos el buen cine de entretenimiento. Porque el cine de entretenimiento de hoy en día está hecho de unos mimbres, sean comedias románticas o sean películas de acción, que no me suelen atraer. Productos prefabricados que basan más su tirón en su espectacularidad que en la calidad de sus argumentos y sus historias. Que una película sea un mero entretenimiento no quiere decir que tenga que asumir que sus espectadores sean tontos y no puedan apreciar un guion de calidad y una forma de contar las historias sutil y no como elefante por cacharrería.
Usualmente, las «whodunit» transcurrían, o bien en mansiones rurales de Inglaterra, o en escenarios exóticos, y no en el medio oeste americano. Pero bueno… nos iremos a la Inglaterra rural para celebrar el género. A Wells.
Y aquí entra Rian Johnson. Un director que ha realizado algunos productos notables, que se atrevió a darle un giro a la saga Star Wars, aunque buena parte del público, probablemente adocenado por la comida basura cinematográfica, no lo supiera valorar, y que creo que funciona mejor como guionista como director. No es que sea mal director… pero es más funcional que brillante. Lo cual no es necesariamente malo. Cuando próximamente hablemos de Scorsese, si me acuerdo de esta referencia comentaré lo contrario.
La película, en clave de comedia un tanto ácida, es una parodia de las whodunit que tanto se popularizaron en un momento dado en la novela y el cine, y que todavía atraen a muchos lectores o espectadores. Y al mismo tiempo contiene su propio misterio que, aunque aparentemente revelado a mitad de metraje, obviamente contiene otro misterio más que se ha de desvelar. El agujero dentro del donut que nos dice el Benoit Blanc (Daniel Craig), ese detective de acento sureño (imprescindible la versión original para apreciar esto, supongo), que nunca sabemos si es el más listo o el más tonto de la función, y que con su nombre de resonancias francesas no deja de ser un homenaje a los detectives privados belgas o franceses que pueblan algunas de las mencionadas whodunits.
Junto al detective, la chica. En este caso, la enfermera ecuatoriana, Marta Barrera (Ana de Armas), que cumple a la vez el papel de representar a la persona común, aunque no deje de tener su importante rol en la trama del crimen. En su presentación como protagonista en una película americana, ha hechos otras películas en Hollywood pero creo que este es su primer protagonista, introduce además una dimensión extra a la película, de carácter social, al ser el contraste al racismo y sentimiento de superioridad de la familia de origen anglosajón, los Thrombey y Drysdale, que son los «sospechosos» de la trama. Mezcla de falsos liberales, en el sentido americano de la palabra, y auténticos reaccionarios, la hipocresía es la característica que los define como familia. Con un coral reparto de lujo, eso sí; Jamie Lee Curtis, Michael Shannon, Don Johnson, Toni Collette, Christopher Plummer, Katherine Langford, Chris Evans, Riki Lindhome,… entre otros. Porque este es el gran activo de la película además de su excelente guion; su excelente reparto. Si a mí me iban a decir que un chica que era tan malísima actriz en sus orígenes como de Armas iba a sostener con naturalidad y competencia una comedia de este tipo, no me lo hubiera creído. Me alegro, por supuesto, de la evolución de la actriz.
Un divertimento de primera categoría, quizá con una duración un pelo más larga de lo que debería, cosa que tampoco importa mucho en este caso. Muy recomendable. Y que, para quienes cometan el error de ver las películas dobladas, se puede encontrar en la cartelera española como Puñales en la espalda.
De del director chino Bi Gan (os recuerdo que en los nombre chinos el apellido va en primer lugar) habíamos oído hablar. Pero no habíamos tenido ocasión de ver su película de debut, algo que queremos resolver en cuanto podamos. En cualquier caso, teníamos nuestra discusión sobre esta película. Había miedo a que fuera «demasiado de arte y ensayo» por parte de un sector del pequeño grupito que visitamos juntos las salas del cine. Pero para mí había un pequeño detalle que hacía «obligatoria» la visualización del cine. En el papel femenino protagonista figuraba Tang Wei, actriz china que protagonizó en su momento una interesante película de Ang Lee, a mí me gustó mucho, en la que se incluían escenas de camas bastante subidas de tono, lo cual provocó la caída en desgracia y las represalias por parte del aparato político de la dictadura china. Da igual si las dictaduras son fascistas o comunistas; en este aspecto, y en casi todos los demás, son iguales o similares. Si la medida censora ya es injusta y estúpida por sí misma, el que se castigase un excelente trabajo como el que hizo esta actriz en un difícil papel en aquel film, todavía nos parecía más injusto. Por lo tanto, ahora que poco a poco ha ido recuperando en parte su lugar en el mundo del cine, parecía de justicia ir a ver una de sus películas. Doble expectativa, por lo tanto, ante este largometraje.
Obligatoriamente nos vamos a China,… y ya que estamos hablando de amoríos, que mejor que las novias que se hacen sus fotos en el Bund de Shanghai. Me encantan los vestidos rojos de las novias chinas.
Las historia que nos cuenta Bi Gan es la de un hombre, Luo Hongwu (Huang Jue), que vuelve a su ciudad natal, Kaili (también es la ciudad natal del director), donde busca a una mujer que tiempo atrás fue su gran amor. Sólo tiene un dato sobre ella para empezar a buscar; su nombre, Wan Qiwen (Tang Wei). Y que era la «novia» de un mafioso en aquel verano 20 años atrás.
Sin duda alguna, nos encontramos ante una de esas películas, hoy en día llamadas de cine de autor, que hace cuarenta años hubiesen entrado en el circuito de las salas de cine de arte y ensayo. Con dos partes diferenciadas, en la primera el director juega con el presente y el pasado, alternando secuencias sobre la búsqueda actual con otras sobre la relación entre el hombre y la mujer en el pasado. La segunda parte, con casi sesenta minutos de duración, es un espectacular plano secuencia, extremadamente complejo, que se mueve por una variedad de escenarios muy diversos, que yo pensé inicialmente que era un «falso» plano secuencia en el que los cortes estaban muy bien disimulados, como en cierta película reciente; pero que parece ser que no, que es real. Es un plano secuencia que exigió numerosos ensayos y hasta siete tomas para dar con la buena. Lo cual alucina más todavía.
No es una película fácil. Su argumento deja en el espectador numerosos interrogantes. Es una de esas películas en la que tienes que poner de tu parte para decidir qué historia estas viendo. Exige una participación activa del espectador. He visto cierta división de opiniones en los «críticos». Quienes le dan una calificación tibia, hablan de virtuosismo técnico, pero de flojedad argumental. Y quienes la consideran una obra maestra. Sinceramente, mi opinión se acerca a estos últimos. Obviamente, a muchos críticos y comentaristas del cine actual que han crecido en un cine donde buena parte de las producciones están realizadas pensando en la taquilla, y orientadas a un público adolescente, tenga 14 o tenga 44 años, esta película no la pillarán. Es exigente, es conceptual, es rica en datos visuales, pero escasa en diálogos que te aclaren lo que pasa, lo que pasó o lo que pudo haber pasado.
En cuanto a las interpretaciones, son sobrias y al servicio de la obra cinematográfica, pero ricas en matices. Ambos protagonistas lo hacen muy bien. Y si nos paramos en Tang Wei, a quien queríamos de alguna forma «desagraviar» por lo mencionado por anterioridad, nos muestra sus capacidades con «dos papeles». El de la joven Wan Qiwen, bella, elegante, atractiva, misteriosa… y el de la madura Kaizhen, más chabacana, no menos misteriosa, y no menos atractiva de alguna forma. Una demostración que a sus cuarenta años es una actriz mucho más madura profesionalmente.
La recomiendo. No con carácter general. Ya digo que para mí se acerca a lo que es una obra maestra. Pero este tipo de cine no forma parte de la cultura popular cinematográfica. Exige esfuerzo. Y conviene haber cultivado previamente el género, los modos y las formas. Si se dan esas circunstancias, totalmente recomendable. Si lo vuestro es atiborraros de palomitas mientras un tipo tuerto con un parche en el ojo os explica una película, que no tiene nada que entender, mientras habla a unos cuantos «superhéroes» vestidos con pijamas de colores… pues no. No es recomendable. O sí si estáis dispuestos a hacer un esfuerzo, saliendo de vuestra zona de confort.
He comenzado mi recta final para leer lo que me queda, poco ya, de ficción escrita por Haruki Murakami. Además de esta, creo que sólo me queda una novela, y luego algunos relatos cortos.
Cuando leí la novela anterior, La caza del carnero salvaje, sabía que era la tercera parte de la trilogía que se denomina del Ratón, uno de los personajes comunes a esos tres libros. Son las dos primeras novelas del autor y la mencionada. Pero lo que no sabía, me enteré al terminar, que la novela que nos ocupa hoy, sin ser considerada de la trilogía del Ratón, es continuación del carnero salvaje.
Hoy saco las fotografías de mi colección de templos en Kioto, lugar de nacimiento del autor.
El protagonista principal, el innominado relator de las novelas anteriores, tras varios años llevando una vida anodina, siente que la chica con la que inició la aventura del carnero salvaje, reclama que vuelva al hotel Delfín de Sapporo, porque allí hay algún misterio todavía sin resolver. Y así empieza una extraña aventura que, como he leído en algún sitio, implica a un par o tres de prostitutas, una neurótica recepcionista de hotel, una adolescente de 13 años perdida en el mundo por culpa de unos padres que viven en sus propios mundos, estos padres, un actor popular aunque mediocre, un hombre carnero y algún otro personaje manco que por allí se cruza. Hay algunos asesinatos y un misterio profundo, en el ámbito de lo fantástico, como es propio en muchas de las obras del autor, que puede ser la clave de la resolución de la compleja y algo hermética trama.
Al principio es difícil ver hacia dónde se dirige la trama. Pero poco a poco, las interrelaciones del narrador, especialmente con los personajes de género femenino, van creándote una curiosidad por saber cuál es el misterio que envuelve a este innominado protagonista. En realidad, ese misterio no deja de ser el macguffin que mueve a los personajes y que permite a Murakami realizar una dura crítica hacia la sociedad capitalista del Japón de los años 80, y que puede ser perfectamente válida en la actualidad. Es claramente un libro que expone una parte del pensamiento social y político del autor, con frecuentes referencias a su juventud en los convulsos años 60, y su origen en los movimientos izquierdistas juveniles y universitarios que, como en otros sitios, agitaron a la conservadora sociedad nipona en la segunda mitad de los años 60 y principios de los 70.
No entrará entre mis libros favoritos del autor, pero me ha gustado. Siempre digo que siento una casi inmediata empatía por los protagonistas de las novelas de Murakami. En algunos momentos, o en algunos aspectos, incluso identificado. Y después de todo, sin ser de las más brillantes, no está nada mal. Aunque conviene leerla sin prejuicios.
Sigo con mi propósito de ir leyendo toda la obra de ficción del japonés Haruki Murakami. Y hoy voy con una de sus obras más tempranas, ya que fue publicada en 1982. Me hace gracia siempre la cuestión de los títulos y de cómo se traducen. Es cierto que en las obras japonesas, tanto en literatura como en cine o televisión, los títulos muchas veces resultan peculiares. Está a punto de estrenarse en los cines en España un drama romántico entre adolescentes que tiene el improbable título de Quiero comerme tu páncreas, basado en un cómic. Por poner un ejemplo. El título original de esta novela de Murakami es relativamente simplón, sin embargo, Hitsuji o meguru bōken [羊をめぐる冒険], tiene una traducción tan prosaica como Una aventura sobre ovejas, o algo así. Quizá por eso en los países occidentales se le ha querido añadir un poco de tirón con eso del carnero salvaje.
Siempre a caballo entre la realidad y la fantasía, sin duda gracias a la rica mitología de la cultura nipona y su capacidad para antropomorfizar los más diversos seres.
Pero el caso es que sí que va de un carnero. No sé muy bien si salvaje o de qué tipo. Al parecer, el bovino no es un ganado popular en Japón. Sólo las necesidades bélicas de principios del siglo XX les llevó a un esfuerzo de crianza de ovejas para las necesidades alimentarias de sus ejércitos. Pero acabado tal, no formando parte de la dieta habitual de los japoneses, su cabaña ganadera para este tipo de res es escasa, y en gran medida restringida a la isla norte, a Hokkaidō. Y hasta allí llegará el protagonista de nuestra historia, copropietario de una modesta empresa de publicidad, para buscar al carnero del título, obligado por una serie de circunstancias que parten del uso de un paisaje bucólico de montañas con ovejas en uno de sus trabajos. Pero el carnero, cuyos antecedentes se remontan a Manchuria en los tiempos de desasosiego bélico que precedió a la Segunda guerra mundial, tendrá características especiales e insospechadas.
La novela es la tercera en la que aparece un innominado narrador y protagonista, un hombre en torno a los 30 años en esta ocasión, y su amigo El Ratón. En algunas ocasiones o en novelas previas, o en según que traducciones aparece como El Rata, parece que el original nezumi [鼠], sería más bien roedor, indistintamente rata o ratón; parece… quién soy yo para imaginar nada sobre el complejo idioma nipón. En cualquier caso, el protagonista vuelve a ser uno de estos hombres que vagan despistados por la vida y que cargan encima con el abandono o la pérdida de una mujer, y que tanto abundan en las obras de Murakami. Pero ahí lo tenemos, peleando por su vida en compañía de una simpática joven de bellas orejas y gran desenfado en lo que se refiere a su vida sexual, recorriendo Japón en busca del carnero y de su amigo El Ratón.
Esta es una de esas obras que ganan con el reposo. Cuando terminas de leerla te das cuenta de dos cosas. Que te la has leído en un santiamén porque su trama es mucho más absorbente de lo que hubieras imaginado. Que no te acabas de percatar de qué quería contarte exactamente Murakami con ella. ¿Es la historia de una amistad, la del protagonista y El Ratón? ¿Es una historia de gángsteres? ¿Podemos considerar que hay un componente romántico en las aventuras del protagonista y su amiga? Mmmmm… Lo que sí que al final, tras una reflexión de conjunto, cuando la dejas reposar es que estamos ante una reflexión sobre el poder. Un poder casi omnímodo que representa ese carnero que se introduce y domina a las personas. Murakami introduce, como luego hará con frecuencia y mayor o menor intensidad a lo largo de su obra, un componente fantástico, que encaja sorprendentemente bien en la prosaica vida de los personajes de la novela.
Tras el periodo navideño, llegó a las librerías, de las de papel de toda la vida o las virtuales, la segunda parte, el segundo libro, de la última novela de Haruki Murakami, cuyo primer volumen comenté ya en su momento.
Sobre el planteamiento de la novela, no hay mucho que añadir a lo que ya comenté en su momento. Como sucede en muchas de las novelas y relatos de Murakami, el protagonista es un hombre en situación de despiste vital absoluto, marcado por la ausencia de una o varias mujeres que han marcado su vida. En el caso de esta última novela, el protagonista, de nombre desconocido, todos los demás personajes tienen nombre salvo una amante circunstancial, ha sido recientemente abandonado por su esposa, que tiene un amante, y además arrastra desde su adolescencia el duelo por la muerte de su hermana más joven, con quien estaba muy unido. Refugiado en una casa de montaña, cedida por una amigo suyo, lo dejábamos rodeado de una serie de personajes, reales o fantásticos, desde el momento en que encuentra un cuadro desconocido del famoso pintor que ocupó la casa durante años. Un «gatsby» nipón, que espía a una adolescente que podría o no ser su hija, que además vive con una atractiva tía suya. El amigo que le presta la casa y su padre, el famoso pintor, y una amante eventual conforman el panorama de las personas de carne y hueso. Una idea encarnada en un «comendador» salido de un cuadro que recrea una escena del Don Giovanni de Mozart, forma parte del mundo fantástico que rodea al protagonista.
Una casa en la montaña, en un bosque, con un templete perdido en el mismo,… con senderos secretos que sólo conoce alguna gente, con misteriosas fosas ocultas en el suelo del bosque… Cosas que pasan en el Japón de las fantasías y los mitos.
En el segundo libro, hay una reducción de la trama a tres personajes que se confirman como principales, con destinos entrelazados, mientras que el resto son circunstanciales. El protagonista debe conjurar sus fantasmas, tanto los derivados de su divorcio como de la pérdida de su hermana. El viejo pintor ya demenciado debe alcanzar la paz que perdió en los convulsos tiempos de la guerra mundial y los años que la precedieron. La joven adolescente, Marie, es el factor femenino que de alguna forma desencadena el proceso de cambio y catarsis, al mismo tiempo que inicia su paso de la niñez a la madurez. No quiero entrar en detalles para no originar prejuicios, pero es un viaje que inician los tres personajes, cada uno a su estilo, que tiene su repercusión tanto el mundo físico como en el de las ideas y lo imaginado. De la realidad y de las metáforas.
La impresión global de la novela se resume en tres puntos. Primero, es muy entretenida de leer, más que otras de Murakami que resultan un poco más densas. Esta es dinámica e intrigante. Segundo, quizá por lo anterior, no tiene la misma profundidad o te deja la misma impresión que otras novelas anteriores; no me ha dejado el poso que otras novelas que fueron las que me engancharon al autor. Tercero, es banal buscar respuestas a todo lo que sucede. Lo importante es el camino, los procesos, no la resolución de los misterios. Como otras piezas de la literatura japonesa, sientes que te quedan lagunas que expliquen porqué los personajes han llegado a esa situación, y sientes que no has obtenido todas las respuestas. Pero yo ya he asumido esta situación hace tiempo, no me importa, me permite construir mi propia novela en mi cabeza, y disfruto igualmente de la lectura.
La novela ha sufrido un par de polémicas antes de llegar a nuestras librerías, que quizá merezcan un comentario, aunque no sean en absoluto esenciales en lo que es lo importante de la obra.
Cuando me enteré de la publicación en Japón de Kishidancho Goroshi [騎士団長殺し], que es el título original de la novela, hace ya casi dos años, se produjo una polémica por el reconocimiento explícito que hace de las matanzas y desmanes del Ejército imperial japonés en China, y especialmente en Nankín. Japón es una nación conservadora en política, y los principales partidos gobernantes desde la Segunda guerra mundial han tendido a minimizar las atrocidades causadas por su nación, y remisos a pedir perdón. Son los casos como el mencionado en China, la esclavitud de mujeres coreanas y de otros países prostituidas en contra de su voluntad a los soldados del ejército, o el infame comportamiento con los prisioneros de guerra. Murakami reconoce de forma explícita, y lo integra en la trama de la novela de forma importante, la existencia de las matanzas en Nankín, y la crudeza de las mismas, así como el ambiente en el que se movía el Ejército imperial japonés. Desde mi punto de vista, le honra; lo distancia de las posiciones nacionalistas y revisionistas que pretenden justificar las acciones criminales del militarismo nipón.
En algunos países, el caso más comentado fue Hong Kong, la novela ha sido calificada como pornográfica, por contener algún pasaje en el que es relativamente explícita en la descripción de las relaciones sexuales. A mí, esta posición me parece una exageración absoluta. Están ahí, pero no tienen ni mucho menos la intención de un libro pornográfico; suponen una descripción realista de una relación. Dejando aparte de cierta interpretación más o menos fantástica de determinados sueños o vivencias oníricas de carácter sexual que se producen. En el mundo hay una ola de conservadurismo que provoca actitudes censoras. Yo diría… no os preocupéis por el tema. Creo que no es lo más importante de la novela. Si sois mojigatos en estos temas… pues leed esos pasajes un poquito más deprisa y en diagonal, y a otra cosa. O hacéoslo mirar.
Por la complejidad de las traducciones del japonés al español, dos idiomas muy diferentes, creo que es obligatorio hablar del alto nivel de la que nos ofrecen los traductores de esta novela, Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Ya son diversas las obras japonesas que he leído traducidas por ambos, y tengo la sensación de que los hacen realmente muy bien. Coincidiendo con los días en que leía el libro, se lanzó una película documental, Dreaming Murakami, que estuvo disponible de forma gratuita durante 48 horas en internet para quien la quisiera ver. En ella se hablaba del proceso de traducción del autor desde el punto de vista o acompañando a Mette Holm en el proceso de traducción de una de las novelas del autor al idioma danés. El documental no es de una calidad extraordinaria, es más bien normalito, pero si que traslada muy bien las dificultades que presenta la traducción del japonés a un idioma indoeuropeo y la necesidad de que determinadas fases de la traducción sean contrastadas con otros traductores, así como la intensa labor de documentación necesaria para ser fiel a las intenciones del autor en la obra original.
El balance global de la novela. Primero, me fastidia considerable que no se publique las novelas de forma íntegra. Me refiero a que no se publique todo al mismo tiempo; me da igual si es en un libro o en dos. Hay elementos que pueden justificar que en la novela se establezca un «hasta aquí esto, a partir de aquí, es otra cosa». Pero no obligarme a esperar un arbitrario tiempo de tres meses para retomar la lectura. Soy ya mayorcito para tomar mis propias decisiones sobre cuando detener momentáneamente la lectura y digerir lo que he leído y cuando continuar. No sé si es una decisión de autor o editorial. Parece que lo segundo, porque en Japón se publicaron los dos libros al mismo tiempo. Pero me parece mal. Segundo, los temas de Murakami me siguen llegando. Como hombre, en el sentido de ser humano de sexo masculino, hay vivencias en los protagonistas de sus novelas que de una forma u otra resuenan en las mías o en mis recuerdos. No los hechos… ni de lejos. Sino los sentimientos. Tercero, quizá no pase a la historia como una de las novelas más emblemáticas de Murakami, pero yo he disfrutado de su lectura. Me ha parecido muy entretenida.
Primer película del año en la gran pantalla. Cuando llegó a las carteleras españolas esta película dirigida por el norteamericano David Robert Mitchell, nos quedamos sorprendidos por la tremenda diversidad en las opiniones. Entre quienes la consideraban una obra maestra y quienes pensaban que era una película confusa y absurda que no llevaba a ninguna parte. Estas divergencias se reflejaban en diversos sitios que agregan la opinión de distintos críticos, o entre el público votante en IMDb, por ejemplo. Aunque estos últimos no son muy fiables que digamos. Una transmisión de opinión menos «autorizada», pero probablemente más fiable, es decir unos buenos amigos, nos recomendaron verla vivamente y fuimos.
Recorrer la ciudad de un lado a otro,… en definitiva, eso es lo que hace el protagonista de la película de hoy. Como yo en ocasiones, con mi cámara de fotos, buscando la luz adecuada.
Lo primero que me sorprende es que algunos digan que no la entienden. La película se explica perfectamente a sí mismo. Un «nini«, Sam (Andrew Garfield), un apático con la vida, pero más salido que un conejo, se lanza en una búsqueda detectivesca, remedo del género negro con detectives privados como protagonistas, para localizar a su guapa vecina desaparecida, Sarah (Riley Keough). A partir de ahí, recorreremos con él Los Ángeles, Hollywood más bien, moviéndonos entre una peculiar fauna, que si hemos leído y visto el suficiente cine en esta vida, nos resultará extrañamente familiar.
Porque la película de Mitchell se mueve en dos planos simultáneamente. Por un lado, lo que mueve a Sam, lo que hace que se lance en una búsqueda de no sabemos muy bien qué. Lo que sea que represente Sarah para él, algo que quedará desvelado, claro y diáfano en su debido momento. Por otro lado, la película es un constante diálogo con la mitología moderna que rodea Hollywood y la ciudad de Los Ángeles, que ya en La La Land se planteaba como la ciudad de los sueños, donde todo es posible. Y en esa mitología, generada en torno al cine y la literatura del siglo XX, pero también a la crónica de sucesos, encontraremos referencias a un sin número de situaciones. Asesinatos, desapariciones, sectas, gente guapa, hippies, drogas, música, más gente guapa,… y un «detective», improvisado, que ha de navegar entre ellos, para resolver sus misterios.
En su conjunto, no deja de ser un proceso de superación de un duelo, de la pérdida del ser querido, y no quiero entrar en estos momentos en destripar las circunstancias y la naturaleza del ser querido. Pero todo ello está bien llevado por el buen hacer de su protagonista, rodeado de un reparto tremendamente variado y coral, cuya labor de conjunto es eficaz, aunque sea difícil evaluar las intervenciones individuales. Aunque sale mucha gente guapa; todas las chicas y las señoras salen muy guapas. Lo cual no deja de ser otro guiño a la mitología del lugar. Lolitas, mujeres fatales, hippies destalentadas, aspirantes a actriz que acaban en una agencia de chicas de compañía, cantantes,…
Rodada con un buen oficio lleno de referencias a otros maestros, la puesta en escena es un disfrute para el aficionado al cine. Y la continua referencia a otras obras, tanto cinematográficas como musicales o literarias, hace que incluso uno se pueda plantear un segundo visionado para identificarlas. Quizá cuando salga en vídeo. Incluso cuando la trama bordea con el absurdo, yo la he encontrado muy recomendable. E incluso el paso del tiempo, ha mejorado el recuerdo que me dejó al salir de la sala de cine. Así que ya veis; de la polarización que produce esta película entre quienes la ven, yo soy de los entusiastas. Y seguimos pasando olímpicamente de las película que compiten en la temporada de premios. De verdad, que no me voy a tragar hagiografía alguna de Queen y Mercury, por muchos premios que les den. Que los histriones nunca fueron santo de mi devoción.
Ya lo avisé ayer. Esta semana, Haruki Murakami va a tener mucha presencia en este Cuaderno de ruta. Murakami es uno de esos eternos candidatos al Nobel de literatura y, quizá por eso, nunca lo gana. Bien es cierto que también es un premio en cierta decadencia. Y no lo digo por los méritos de los que lo ganan, entre los que hay realmente escritores o escritoras excelentes, muchas veces de literaturas minoritarias, a cuyas obras no accederíamos si no fuera por este premio. También es notorio el número de grandes escritores que no lo han ganado, por cierto.
Inevitablemente, nos vamos a las calles y los montes de Japón para ilustrar la entrada. Incluidas las calles de Kioto, de donde es originario el escritor.
En cualquier caso, la publicación de un nuevo de libro de Murakami es un acontecimiento editorial a nivel mundial. Con el agravante de que desde que se publican en Japón los originales, hasta que van llegando las traducciones a los distintos países occidentales puede pasar un desesperante año o más, en el cual se van generando expectativas por los artículos y comentarios de la prensa especializada. Y en esta ocasión, viene otro agravante… la obra está dividida en dos libros que no se han publicado simultáneamente. Si en España pudimos disfrutar del primer libro desde el 9 de octubre, yo lo compré con antelación para que bajar al Kindle en cuanto estuviera disponible, hasta enero de 2019, si toda va como está previsto, Tusquets no pondrá a nuestra disposición el segundo libro. Un rollo. No me gusta. Pero me tengo que aguantar.
Tras un libro más bien breve, una historia «sencilla», en su novela anterior, vuelve a una historia relativamente compleja, en el ámbito del realismo mágico, género al que se atribuyen muchas de sus obras de ficción. Nunca he estado totalmente seguro de esta atribución de género literario. Es cierto que en muchas de sus obras se mezclan elementos de fantasía en una cotidianidad muy similar a la realidad del mundo actual… pero no acabo de verle el encuadre junto a otras obras de este género, como son las de muchos escritores latinoamericanos del siglo XX.
Ciervo sika en la calles de Itsukusima, isla famosa por sus santuarios y su bosque primigenio.
En cualquier caso, también tenemos un misterio de carácter preternatural en la historia del pintor retratista que de repente entra en crisis por la ruptura de su matrimonio y se aisla del mundo, sin un propósito muy definido. Hasta que encuentra un misterioso cuadro desconocido de un pintor prestigioso de estilo japonés, «La muerte del comendador», conoce a una especie de «Gatsby» nipón que le propone que le haga un retrato, y empiezan a suceder esos fenómenos de carácter preternatural que irán configurando un misterio alrededor de la figura del pintor que ocupó la casa con antelación, con el «Gatsby», con un «comendador» en miniatura que se le aparece, y con una tímida adolescente que entra en escena cuando el primer libro, el que he leído hasta el momento, llegaba a sus capítulos finales.
Como nos tiene acostumbrados, el personaje central de la narración es un hombre en crisis. Despistado. Desconcertado. Como sucedía en uno de sus libros de relatos cortos, marcado por la ausencia de un mujer; una mujer, su esposa, que tras una apariencia normal, encierra un halo de misterio. O al menos sus acciones. Constantes de la narrativa de Murakami.
En cualquier caso, este comentario es un adelanto sobre lo que llegaré a decir cuando termine la novela dentro de unos meses. He de decir que la he leído con notable interés. Que de momento me ha gustado mucho. Que me he sentido como «en casa», en terreno conocido, pero con elementos nuevos. Y que tengo muchas ganas de saber por dónde va a tirar en el segundo libro. Continuará.