En una época en la que los desastres ambientales ocasionados por la acción del ser humano nos amenazan de forma grave, especialmente la crisis climática, pero no solamente esta, las estrategias de obsolescencia programada por parte de los fabricantes de aparatos eléctricos o electrónicos resultan de ¿dudosa? ética… Más bien, ética nefasta. Tienen como consecuencia el acúmulo de residuos, muchas veces asociados a metales muy contaminantes, además de otras sustancias.

Pero en algunos sectores, y entre ellos la fotografía, que es de mi gusto, se justifican porque los adelantos tecnológicos son importantes e imparables, con mejoras considerables constantes tanto en la calidad de la imagen como en la facilidad para adquirirla. Y el argumento no deja de tener su punto de verdad, aunque no justifica del todo la velocidad de recambio de los modelos, muchas veces con cambios más cosméticos que reales. No obstante, como compruebo en “Clásicos” digitales (I) – Fujifilm Finepix F10 (febrero de 2005), la calidad que ofrecen con respecto a la actualidad es muy muy muy diferente. No pasa lo mismo con las cámara con película tradicional. Para un mismo tipo de película, mi Pentax MX, totalmente mecánica de los años 70 o principios de los 80, con los objetivos de la época, sigue ofreciendo la misma calidad, que muchas cámaras electrónicas de los años 90, que cuando se estropean contaminan mucho más. Cosas que pasan. Para un aficionado a la fotografía con película tradicional, una cámara mecánica de los años 60 o 70 puede estar menos obsoleta que muchas de las cámaras electrónicas de los años 90… ¿irónico no?
Que conste que una persona que sólo use sus fotos para las redes sociales y esas cosas, con una cámara de hace quince años le bastaría sin muchos problemas. Aunque claro, ese es el motivo por el que estas cámaras compactas han desaparecido y han sido desplazadas por las cámaras incorporadas en los teléfonos móviles.

