Dos series comento esta semana. Una miniserie en HBO (que no es lo mismo que «de HBO») y las temporadas finales de una serie que siempre me resultó simpática y que… ya veremos.
En HBO se puede ver Lambs of God, una miniserie australiana de sólo cuatro episodios de aproximadamente una hora de duración cada uno. El planteamiento inicial, curioso. Un sacerdote llega a un convento situado en un isla próxima a una escarpada costa, que sólo un paso que se a veces queda liberado por la marea, comunica con esta. Espera encontrar un antiguo monasterio deshabitado y en ruinas. Pero se encuentra con tres extrañas monjas que viven aisladas, en pobreza y con extrañas creencias y ritos. La cosa se complicará cuando las monjas empiecen a desconfiar del sacerdote y sus motivos para visitar el lugar. Un misterio que juega al despiste en sus compases iniciales sobre la época y el lugar en el que se desarrollan los hechos se convierte en un drama de crítica a la iglesia católica con poca sustancia. Relativamente decepcionante a pesar de que formalmente es correcta y bien interpretada. Pero solo son cuatro episodios y la vi entera.

Me he visto de un tirón las temporadas cuarta y quinta, con la que se da cierre a la serie, de iZombie. Recordamos que este es un procedimental policiaco en el que la peculiaridad es que el ayudante experto del policía es una joven médico que tras un fiestorro en el que es arañada por un tipo, se convierte en zombi. Pasa a ser ayudante del forense, y su utilidad es que cuando se alimenta del cerebro de los asesinados, tiene visiones de su vida, y ayuda a desentrañar los casos. Todo eso, hasta la temporada tercera, en el que se mezcla el procedimental policíaco con las tramas personales de los protagonistas encabezadas por la zombi buena Liv Moore (Rose McIver), con tonos de comedia y buen rollo. Amoríos, amistades, simpáticos canallas,… Todo ello hasta que en el final de la temporada tercera hay un cambio completo del paradigma, en el que poco a poco se profundizan en las siguientes temporadas.

Lo cierto es que para mí, no hay unanimidad en las redes al respecto, ese final de la tercera temporada supone lo que los norteamericanos llaman el «salto del tiburón» de la serie. El caso es que para mi el «salto del tiburón» de una serie suele ser negativo. Se da cuando las series no saben por donde tirar argumentalmente, probablemente porque han agotado las posibilidades que ofrece su premisa inicial, y generan un cambio que no les suele sentar nada bien. Y esto es lo que me ha pasado con las dos últimas temporadas de la serie. Que el cambio de tono no me ha atraido. Y si hubieran condensado la trama en una sola temporada de 10 o 12 episodios, dinámicos,… ahí que te va. Pero arrastrarse durante 26 episodios para estirar los réditos que tenía buena prensa y buena aceptación… me parece excesivo. En fin. Recordaremos las cosas positivas de la serie, como su simpática protagonista y algunos de sus amigos, o la versión canalla pero no radicalmente perversa de alguno de los villanos, y nos olvidaremos de las tontadas de las últimas temporadas.
La semana que viene, última entrada antes de coger vacaciones, la dedicaremos a las cosas que nos vienen de extremo oriente, para bien o para mal.
