[Ciencia] En el autobús, ¡quítate la mochila, coño!

Ciencia

Hoy voy a tirar de mis conocimientos profesionales para ilustrar un poquito al personal sobre algunos aspectos de la fisiología humana. Hay una falsedad científica que es comúnmente creída por parte de la mayor parte de la sociedad, como tantas otras que se transmite boca a boca de forma viral, desde mucho antes de que se utilizase este adjetivo en la época de internet. Pero es que esta falsedad de la que voy a hablar nos es transmitida desde nuestra más tierna infancia por esta tan respetable profesión que es la de maestro, aunque no siempre tan respetada como debería ser. ¿Cual es esa falsedad? Cinco sentidos tenemos, vista, oído, olfato, gusto y tacto.

Transportes públicos y museos… sitios de riesgo para el tema que trato hoy. En Londres,… o en cualquier otra parte.

Pues no, oye. Tenemos unos cuantos más. Si seguís el enlace anterior, podréis ver que para la especie humana se nos atribuyen algunos más. Los sentidos son receptores que recogen datos, que se convertirán en información gracias al gran procesador que es nuestro sistema nervioso central, especialmente aunque no exclusivamente el cerebro, sobre las condiciones de nuestro ambiente. Son estimulados por distintas fuentes de energía, por distintos campos de fuerza de los que nos habla la física. Ciertas longitudes de onda del espectro electromagnético estimulan nuestras retinas y nos permiten ver. Las ondas mecánicas transmitidas por la materia y que llegan a nuestros tímpanos nos permiten oír. Determinadas moléculas químicas, o combinaciones de ellas, estimulan células de nuestras fosas nasales o de nuestra lengua, y nos permiten oler o gustar. Lo de tener buen paladar es una memez… las papilas gustativas están en la lengua. Y la presión de la materia que nos rodea sobre nuestra piel nos permite tocar.

Pero hay más. Determinados receptores en la piel y en las mucosas nos permiten tener una idea sobre la temperatura de la materia, y tenemos sensaciones de frío o de calor. Y cuando determinados estímulos son excesivamente intensos, y nos pueden causar daño, aportan información a los receptores nociceptivos y sentimos dolor. Lo cual nos permite retirarnos de la fuente de peligro. Una piedrecitas sumergidas en determinadas estructuras del oído interno nos permiten recoger información sobre la posición de nuestra cabeza y nos permiten mantener el equilibrio.

Hay también unos cuantos sentidos que afectan al medio interno de nuestro organismo, en los que no me extenderé. Me limitaré a hablar de los que nos informan sobre el ambiente externo. De los cuales me he dejado uno. Se trata del sentido propioceptivo. Es poco conocido porque nos pasa desapercibido. La información que recibe se procesa automáticamente, con poco conocimiento consciente por nuestra parte y por ello se suele ignorar salvo que avances en el bachillerato, o incluso si llegas a las facultades que enseñan la anatomía y la fisiología en las profesiones relacionadas con la salud. Este sentido nos informa de la posición de nuestro cuerpo en el espacio. Y unido a la información que nos llega por otros sentidos como la vista, el oído, el tacto y el del equilibrio, hace que nos movamos por el mundo con cierta soltura sin darnos golpes constantemente contra los objetos que nos rodean, y que nos movamos con cierta gracia… unos con más gracia que otros, pero bueno. Es importante. Y estos receptores propioceptivos se encuentran distribuidos por todo nuestro organismo. ¿Por todo?

Pues no. Hay un órgano que les crece en la espalda a muchos humanos, especialmente urbanitas, que no se suele estudiar en las facultades de medicina, pero que es muy frecuente; la mochila. Hay no disponemos de receptores propioceptivos. Tal es así, que los conservadores de los museos, para cabreo de muchos visitantes, nos obligan a quitárnoslas y a dejarlas en la consignas dispuestas a tal efecto, para evitar que nuestros distraídos movimientos por las salas repletas de obras de arte, al no ser conscientes de la posición de nuestras mochilas, destrocen las maravillas allí expuestas.

Tal es así que, en muchos países civilizados, se advierte a los pasajeros de los transportes públicos que se quiten las mochilas y las coloquen entre los pies. Así se ocupa menos espacio y evitamos liarnos a mochilazos con el resto de los viajeros que distraídamente van pensando en sus cosas, hasta que un mocetón veinteañero de metro ochenta y cinco de estatura les deja noqueados con su mochila de moda. O una «quechua», si su capacidad adquisitiva es limitada. Pero en mi querida ciudad, Zaragoza, tal advertencia no ha llegado a nuestros siempre agresivos transportes públicos. Y la mayor parte del público, ignorante de la existencia de este importante sentido, y de su carencia en las mochilas, pensando que con los cinco que les han contado en la escuela es suficiente para desenvolverse en el mundo, se mueve con su mochila cargada con piedras y yunques dando mamporros a diestro y siniestro.

Así que, por favor, cuando subáis al autobús, ¡QUITAOS LA MOCHILA, COÑO!

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