No soy una persona con «espíritu navideño». Más que nada, no creo en eso que llaman «el espíritu de la Navidad». Ni de las Navidades pasadas, ni las presentes, ni las futuras. Y en esta época del año, me empiezan a pesar más las ausencias que las presencias. Y odio el follón en las tiendas. Y que todo suba. Y que la gente sea tan hipócrita, y después de comportarse como cabrones o gilipollas durante todo el año, ahora venga con una sonrisa de buenrollito que se desvanecerá el día 7 de enero como por ensalmo. Ha habido un par de momentos en esta semana en las que me he alegrado de no tener un lanzagranadas o una ametralladora a mano… Y eso que me considero una persona nada violenta. Creo. La última vez que me peleé, físicamente, con alguien tenía 11 años. Y ya entonces tuve la sensación de que lo de pelearse así era una estupidez.


El caso es que en estas épocas del año me siento melancólico. Que es la forma fina de decir «un poco tristón». Es cierto que algunos ausentes «vuelven a casa por Navidad», y en estos días nos tomaremos algunos aperitivos y algunas cervezas con gentes a las que vemos poco, o mucho menos de lo que nos gustaría. Pero todo muy puntual. Casi anecdótico. Fotográficamente, intento hacer fotos en color que me animen. Pero las que más me identifican son las fotografías en blanco y negro con los tonos que proporciona la luz más suave de estas fechas.
Como las de este rollo de hace unas semanas del que os hablo en Volviendo a una querida cámara con un problemilla – Olympus mju-II con Ilford Delta 400.



