Primera tanda de fotografías realizadas sobre película fotográfica para negativos en blanco y negro. Durante este viaje, por cuestiones de disponibilidad de mi película preferida para viajar, he utilizado dos tipos de material sensible. Por ello, haré dos entradas con fotografías en blanco y negro de esta escapada de menos de una semana de duración. Los detalles técnicos de las fotografías de hoy los podéis leer en En San Sebastián y alrededores con película en blanco y negro (1) – Minox 35 GT-E con Ilford XP2 Super. Las fotografías corresponden a San Sebastián, Fuenterrabía y Hendaya, esta últimas localidad en el País Vasco francés.
Como de costumbre en los viajes de los últimos años, además de la cámara digital, me llevo alguna cámara para película en blanco y negro. Y nuestra reciente estancia en Italia no fue una excepción. Ya me llegaron las fotografías reveladas. Los detalles técnicos de las fotografías los encontraréis, también como de costumbre, en En el Piamonte y Milán con película en blanco y negro – Minox 35 GT-E con Ilford XP2 Super. Aquí me limitaré a exponer una selección de fotos de los distintos lugares visitados.
Ayer sábado pasé el día realizando un viaje en el día a los Pirineos para intentar disfrutar de los color del otoño. La excursión fue organizada por ASAFONA Asociación Aragonesa de Fotógrafos de Naturaleza, y nos juntamos como mínimo una veintena de personas, todos con nuestras cámaras fotográficas, dispuestos a disfrutar del día y de los paisajes. Aunque un compañero de jornada que no había sido invitado hizo su aparición, con sus ventajas y sus inconvenientes. En fin, empecemos por la excelente luz que tuvimos de camino a nuestro destino, en una parada técnica a comprar viandas en Lanave, llegando al Serrable tras pasar por el puerto de Monrepós.
Asafona en el SomportAsafona en el Somport
El destino previsto era la vertiente francesa del puerto de Somport o, en francés, col du Somport. Obsérvese que en castellano, el nombre del paso fronterizo entre España y Francia no lleva artículo, pero en francés sí; Le Somport. Por la mañana estuvimos recorriendo el bosque de Sansanet, hacia el pie del puerto, mientras que la comida y el paseo vespertino lo hicimos en la estación de esquí nórdico de Le Somport, más alto, muy próximo al paso fronterizo. Esta zona no me era desconocida, pero hacía muchos años que no volvía, y mis recuerdos se reducía al paisaje general que podíamos esperar, pero los detalles precisos se me habían difuminado con el tiempo. Por lo tanto, tuvo su parte de día de descubierta.
No me voy a entretener mucho con los aspectos técnicos fotográficos del día. Tan apenas hice fotos sobre película fotográfica, en blanco y negro. He olvidado decir quien fue el invitado inesperado a la excursión. Fue la lluvia. Que fue casi constante, y en algunos momentos algo insidiosa, durante toda la mañana, dándonos tregua por la tarde. Como consecuencia, la luz disponible en el interior de los bosques fue insuficiente para disparar con película ISO 400, incluso a la máxima apertura f2.8. Podría haberlo hecho con trípode, llevaba uno, e incluso cable disparador, pero con la lluvia no me apeteció ir cambiando constantemente la cámara digital y la de película sobre el trípode. Alguna foto hice no obstante, ya veremos que sale.
Asafona en el Somport
Por lo tanto, la mayor parte de las fotografías fueron digitales y en color. La lluvia, en estas situaciones, no es necesariamente nefasta; tiene algunas ventajas desde el punto de vista fotográfico. Nos proporciona unos colores más vivos, más saturados. Es cierto que en estas condiciones conviene llevar un filtro polarizador que elimine los reflejos del agua sobre las superficies, especialmente las hojas y las rocas. Pero lo olvidé. Por la tarde me dejaron uno, pero lo eché de menos por la mañana. En cualquier caso, el accesorio que más utilicé fue la toalla de microfibras que llevo siempre encima para secar el equipo. En muchas ocasiones hice las fotos con ella sobre la cámara. Incluso hicimos bromas por el hecho de que «pareciera» que fotografiaba al estilo de los fotógrafos de gran formato. Lo cierto es que la cámara y objetivos que me hubiera gustado llevar no fueron posibles por avería de la cámara, y la que me llevé no está convenientemente protegida contra la lluvia. Aun así aguantó. El objetivo que usé, si que está protegido contras las inclemencias del tiempo.
El paisaje de la cara norte de Le Somport es mucho más húmedo que la cara española. Por lo tanto, la vegetación es más abundante, incluido los bosques caducifolios, con hayedos que siempre son muy bonitos, aunque encontramos otros árboles de hoja caduca también. Esperábamos encontrar también cierta abundancia de setas. Y las había, pero menos de las esperadas, y en peor estado, quizá por la lluvia. El lado español es más árido, más rocoso, y con más abundancia de coníferas, por lo que los colores no son tan vivos y variados.
Por la mañana, en el bosque de Sansanet, estuvimos más «encerrados» dentro del bosque, aunque también aprovechamos para hacer alguna fotografía de los ríos y torrentes que atraviesan el bosque. Por la tarde, en la estación de Le Somport, encontramos un paisaje más abierto, de las montañas que se alzan en la frontera entre España y Francia. Las nubes ocultaban las cimas más elevadas, como la del Aspe, ya en territorio español, pero pudimos distinguir algunos elementos que me resultaban muy familiares por haberlos recorrido esquiando, en el entorno de la estación de esquí de Candanchú. En resumen, un buen día. Y al final, sin que tenga fotos excesivamente brillantes, tengo algún paisaje majete, que por lo menos me servirán para un buen recuerdo de la jornada. Si no me pude lucir más fue en parte por la incomodidad con el equipo que llevé, que no lo tengo pensado para este tipo de salidas, y en parte por las condiciones climáticas del día. No obstante, tenía que haber dedicado algún pensamiento más a planificar el día y los accesorios que tenía que llevar. Como el maldito polarizador.
Existen dos motivos por los que sigo usando cámaras Canon. Una de ellas es que… funcionan. Eran punteras e innovadoras a finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo XX cuando el desarrollo y comercialización de sus cámaras EOS (Electro-Optical System) y sus objetivos EF (Electronic Focus) impulsó a la marca a los puestos de liderazgo durante décadas. Aun hoy en día, pese al empuje de otras marcas como Sony, es la marca que más cámaras de objetivos intercambiables vende. Hoy en día, es una marca muy conservadora, arriesga poco. No se siente obligada a ello. Y por ello sus cámaras actuales resultan… ¿aburridas? Pero funcionan, son efectivas. Y eficientes. No te cuesta esfuerzo hacerte con ellas. Especialmente si has venido usando este tipo de cámaras durante treinta años.
El otro motivo es que con el parque de objetivos que fui acumulando a lo largo de este tiempo, es la opción más lógica, seguir fieles a la marca que permite seguir usándolos sin problemas. Y cuando digo sin problemas es sin problemas de compatibilidades ni historias, más allá de la necesidad de un adaptador para los objetivos EF en las modernas cámaras RF. Pero claro, los tiempo evolucionan y hay objetivos que quedan viejunos y acabas arrinconándolos.
Uno de estos es el EF 70-210 mm f3.5-4.5, que entre 1994 y 1999 se vino conmigo a todos los viajes de vacaciones, y lo usaba con frecuencia, siempre sobre la Canon EOS 100, mi primera cámara del sistema EOS. Pero desde el año 2000, tan apenas lo he usado. Que en la primera década del siglo XX conformara un dupla de ópticas de gama superior, el EF 24-105 mm f4L IS USM y el EF 200 mm f2.8L USM II, hicieron que me olvidara de él en gran medida. Muy de vez en cuando lo he sacado a pasear.
Pero por distintos motivos, que explico más extensamente en Canon EF 70-210 mm f3.5-4.5 USM – 25 años después vuelve a salir de viaje, me lo he llevado al viaje a San Sebastián y sus alrededores de la semana pasada. Y no me quejo de los resultados, que más o menos podréis apreciar en las fotos que aquí os muestro.
El primer lugar que visité en mi vida del País Vasco fue San Sebastián. Mi padre y mi padrino, socios en el taller de mármol que tenían, iban cada tres meses a Usúrbil, cerca de la capital guipuzcoana, a comprar tableros de mármol para trabajarlos en su taller. En alguna ocasión fueron a algún proveedor en Cataluña o Valencia, pero la mayor parte de las ocasiones iban al País Vasco. A mí me llevaron en alguna ocasión. Cogíamos un tren expreso nocturno hacia las tres de la madrugada de un sábado, llegábamos a Tolosa donde los de la empresa nos salían a buscar. Después de hacer las gestiones, nos invitaban a comer en Lasarte, entonces un barrio de Hernani, si no recuerdo mal. Y nos acercaban a primera hora de la tarde a San Sebastián, donde pasábamos la tarde hasta que íbamos a la estación de Atocha a coger el expreso de regreso, que nos dejaba en Zaragoza en la madrugada del domingo. En esas tardes conocí el barrio viejo de San Sebastián, la playa de la Concha, el Acuario, y subí en alguna ocasión al monte Urgull y al monte Igueldo. Lo básico de la visita a la capital guipuzcoana, hecha por entregas.
Pues bien, desde los años setenta y muchos, no había vuelto a visitar San Sebastián. En unas vacaciones de Semana Santa sí que visité algunas otras localidades vascas, próximas. Y en un viaje por trabajo a Bilbao, paré en una ocasión en el museo del ferrocarril de Azpeitia. Todo esto lo contaba hace un año cuando estuvimos en Bilbao, y entonces surgió la idea de repetir la experiencia que estábamos teniendo en ese momento en la capital vizcaína, escaparnos del bullicio de las fiestas del Pilar, pero en San Sebastián. Lo pusimos en nuestras agendas, y hemos cumplido. Las mismas cuatro personas que hace un año estuvimos en Bilbao y alrededores, este año hemos visitado San Sebastián y alrededores.
A San Sebastián le dedicamos un día entero, incluyendo la visita a Tabakalera, centro de cultura contemporánea, y al Museo San Telmo, un museo que mezcla historia, etnología y arte vascos, que estaría realmente muy bien, sino fuera por el toque de adoctrinamiento nacionalista al que las instituciones vascas someten a estas instituciones, incurriendo en ocasiones en garrafales errores conceptuales sobre el mundo y la historia, pero que como buenos doctrinarios dogmáticos que son los nacionalistas de todo tipo, bandera o nación, se lo creen a pies juntillas. Pero en fin dejémoslo. Así que lo dejaremos en que es un museo que esta simplemente bien, especialmente si lo miras con una mirada crítica, alejada de panfletos ideológicos. Muy maja la exposición de carteles. Además de ese día, paseamos y tapeamos la tarde en qué llegamos, e hicimos algunas compras por la mañana del día que nos volvíamos. El viaje lo hicimos en tren. Más largo que por otros medios, penoso el estado de las comunicaciones con Renfe en el País Vasco, pero mucho más cómodo y a horas convenientes.
Otro día nos dirigimos a Fuenterrabía, que yo ya conocía, en parte. Nos gustó mucho, en general, aunque la excursión que hicimos hasta el cabo de Higuer nos defraudó un poco a pesar de que nos la habían recomendado.
Había varias opciones para la tarde, yo estaba en la de visitar otros pueblos de Guipuzcoa, pero ganó la opción de cruzar el Bidasoa en un barquito y pasear por la playa de Hendaya, ya en la orilla francesa de la bahía de Txingudi. Como ya suponía, porque Hendaya la conocía mejor las poblaciones del País Vasco español, fue una experiencia con un interés limitado. Hendaya me parece una población aseada y agradable, especialmente si no es temporada alta de turismo, pero tampoco tiene mucho más que rascar. Se nos hizo tarde para ir a su principal atracción.
Para el día siguiente, el anterior al regreso, nos marcamos cuatro etapas a ir cubriendo, como todo el viaje, con los transportes públicos. Todos nos sacamos un tarjeta MUGI anónima, típica tarjeta de recarga que, aunque hay que pagar 5 euros a fondo perdido por ella, sale a cuenta porque con las medidas de incentivación del transporte público que hay en toda España, el precio por trayecto sale mucho más barato que si pagas el billete normal. Y así te despreocupas de si llevas cambio o no para pagar al conductor y esas cosas. Es similar a la LAZO en Zaragoza, pero en las líneas de tren, Renfe o Euskotren, no permiten la multivalidación, es decir el uso por varias personas. Ahora no sé como está la LAZO en esas cosas. Así que por la mañana visitamos el museo al aire libre Chillida Leku, nos gustó.
Antes de comer nos desplazamos a Zarautz, que apenas tiene nada que ver más allá de su generosa playa, un palacete y tal, pero recorrimos caminando el paseo costero que lo une con Guetaria, donde nos dimos una vuelta y comimos. Tuvimos mucha suerte de encontrar un sitio, porque siendo el día del Pilar, festivo en toda España por motivos absurdos, estaba lleno de gente aprovechando el tiempo anómalamente cálido, y eran muchos los que se habían acercado a la costa y a las playas.
Por la tarde nos acercamos a Zumaya, para visitar su parte del Geoparque UNESCO de la Costa Vasca, que nos pareció muy interesante, especialmente todo lo que se refiere al flysch. Estuvimos un buen rato intentando adivinar cual era el estrato correspondiente al límite K-T (Cretácico-Terciario), el de la extinción de los dinosaurios. Pero con las indicaciones que había en el cartel de interpretación sólo pudimos especular sobre cual era. Y finalmente, fotos en los afloramientos de estratos en la playa de Zumaya, Y más o menos, ya os lo he contado todo.
Algo más de tres horas de paseo y algunas compras por San Sebastián antes de coger el tren de vuelta y cerrar esta corta escapada a la capital guipuzcoana. Con más calor del que pensábamos. Y un sol inclemente la mayor parte de los días. Es decir, todos menos hoy. Mañana ya os traigo el resumen.
El objetivo, del que hablo más extensamente en Un objetivo para ir ligero por el mundo – Canon RF 28 mm f2.8 STM (sobre Canon EOS RP), se anunció este verano y promete una calidad razonable, a un precio razonable, con un tamaño compacto muy contenido. En Turín lo vi y lo probé en una tienda de fotografía de la capital piamontesa, y lo compré. Y sólo me quedaba una tarde de viaje para usarlo y convencerme a mí mismo que no había hecho el tonto comprándolo. Las referencias a priori eran buenas.
Así que lo usé intensamente en nuestra visita a Saluzzo, a cincuenta kilómetros al sur de Turín, y he quedado encantado. La calidad de imagen es superior a lo que pensaba, su tamaño es muy muy contenido, y se lleva encima sin sentir, y el precio… contenido. Que no es lo mismo que barato. Pero teniendo en cuenta cómo está el patio, «tirado» de precio. Vamos, que lo aproveché, y lo aprovecharé abundantemente en un futuro.
Sinceramente, este año nos costó mucho decidirnos dónde íbamos en estas fechas de principios de otoño. Un principio de otoño con excesivo sabor a verano, por las temperaturas, y por otras cosas. En realidad, estamos echando en falta los viajes al Asia más oriental. Pero la crisis bélica de Ucrania, con el cierre del espacio aéreo ruso por unas razones u otras a la mayor parte de las compañías aéreas que viajan de Europa al extremo oriente asiático, ha encarecido mucho los billetes, o hace que los viajes sean con escalas incómodas en China… que con los coletazos de la pandemia es un lugar que si podemos vamos a evitar. En fin, ya veremos al año que viene. Así que al final, a lo seguro. A Italia, a Turín y el Piamonte, una región que no conocíamos, y que es accesible desde Bérgamo, donde llegan los vuelos que salen desde Zaragoza.
El plan de llegada a Turín es sencillo. Llegados a Bérgamos, un autobús urbano del aeropuerto a la estación de tren, línea 1, y después tren a Milano Centrale, y de aquí a Torino Porta Nuova. O Porta Susa, según donde esté el alojamiento. La aplicación de Trenitalia para el móvil es ideal para comprar los billetes de tren sobre la marcha, y la venimos usando desde hace varios años. Y hemos conocido la aplicación MooneyGo que permite comprar los billetes de autobús de un montón de ciudades italianas, tanto urbanos como extraurbanos. No obstante, también nos bajamos la aplicación GTT para los transportes públicos de Turín y área metropolitana, que va muy bien. Y el día que visitamos a los amigos de Milán… pues se puede pagar directamente con la tarjeta de crédito o débito, sin necesidad de otro tipo de tarjetas o aplicaciones. Esto ya lo vi en Estocolmo hace unas semanas.
Turín nos ha sorprendido gratamente. Fuera de las rutas turísticas más habituales, la densidad de visitantes es infinitamente inferior a otras ciudades, como Milán, que es la más próxima y que está hasta las trancas de gente, estando a pesar de eso muy animada. El centro histórico tiene cosas muy interesantes, tiene algunos museos, como el Egipcio que son estupendo. Y tiene como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco el conjunto de residencias reales de la casa de Saboya, un buen puñado de palacios muy bien conservados. La casa de Saboya fue la que impulsó la unificación de Italia a mediados del XIX y reinó hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Italia se convirtió en república. Pero la genealogía de la casa se remonta al siglo X cuando se creó el condado de Saboya, luego ducado, a caballo de los Alpes entre Francia e Italia.
A unos 100 kilómetros de Turín, otro lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el Santuario de la Madonna Nera di Oropa, en un valle alpino próximo a Biella. Este lugar nos dejó bastante más fríos. De hecho, donde mejor nos lo pasamos fue en el coqueto pero aseado jardín botánico que hay tras el santuario, junto al final de la línea de autobús que lleva al mismo desde Biella. Aquí fue donde descubrimos las bondades del MooneyGo, aunque el conductor te vende el billete. Pero no tienes que estar pendiente de los cambios y esas cosas. En cualquier caso, por la tarde disfrutamos de un paseo por el Ricettto de Candole, recinto amurallado medieval, muy bien conservado, aunque muy bullicioso por celebrar una feria de friquis diversos (anime, cosplay, juegos de rol, y tal y tal).
El domingo nos fuimos a pasarlo con nuestros amigos milaneses, que no nos han podido acompañar como en otras ocasiones por cuestiones de trabajo. Y eso que en Turín sí que pudimos contar con la compañía a la hora de cenar de su encantadora sobrina, que ha prosperado mucho profesionalmente, y ahora vienen las risas habituales, a costa de cambiar Milán por Turín… ciudades en eterna rivalidad. Conocíamos ya Milán. Ni siquiera me llevé la cámara de fotos principal, sólo una compacta para ir ligero. Y básicamente lo que hicimos fue pasear, comer y conversar. Pero fue muy agradable. Porque lo de tomarse en serio el turismo en Milán es de locos por la enorme cantidad de gente que hay. Si comparo con cuando conocí la ciudad en 2006, en unas fechas similares, probablemente hay que multiplicar por seis o por siete la gente haciendo turismo. Por decir algo que de una idea de la evolución.
Los últimos días los hemos dedicados a la comarca de Langhe y adyacentes, a unos cincuenta kilómetros al sur de Turín, zona vitivinícola, que nos habían recomendado. Visitamos poblaciones como Neive, Alba y Bra, que tienen sus cascos antiguos o históricos interesantes, pero sobretodo nos gusto Saluzzo, que es el que lo tiene mejor conservado y con más sabor. Sin embargo, por el tiempo que hizo de sol con brumas y calimas, no disfrutamos del todo de los paisajes de viñedos. Quizá en otra ocasión. Ya veremos.