
Carlos Carreter
http://carloscarreter.com

Carlos Carreter
http://carloscarreter.com
No me enrollaré mucho. Preparé y encargué los libros de mi reciente viaje a Italia hace unos días, y ya los he recibido en casa. Están bien. Aunque no entiendo porqué uno es un poquito menos alto que el otro. Pero no afecta en gran cosa al disfrute del volumen. Aunque sólo fueron cinco días de vacaciones, decidí hacer uno sólo para Venecia y otro para el resto de las ciudades, englobadas bajo el título de la región a la que pertenecen, Emilia-Romaña. Es que la ciudad de los canales es mucha ciudad de los canales.
Por supuesto, podéis verlos en Issuu pulsando en las siguientes imágenes, o ira a Blurb donde incluso los podríais adquirir en los enlaces correspondientes.
Para verlo o adquirirlo en Blurb.
Para verlo o adquirirlo en Blurb.
Y por hoy, nada más, os dejo con una imagen del viaje.
En primer lugar, decir que el viaje que he realizado ya no se podrá hacer de forma tan conveniente. El vuelo de Ryanair en el que volví de Bolonia fue el último en ese sentido que comunicaba las dos ciudades. Media hora más tarde de mi llegada a Zaragoza saldría el avión de nuevo con destino a la capital emiliense, y se acabó. Ante la retirada de subvenciones de las administraciones públicas, la compañía de «bajo coste» retira varios vuelos del aeropuerto de Zaragoza. Mala suerte.
Porque es una pena. Bolonia está muy bien situada y muy bien comunicada para dirigirse a muchas partes de Italia. Venecia a menos de dos horas, puede ser un destino para pasar un día, como he hecho yo. O en caso de optar por unas vacaciones móviles puede ser un punto de partida para dirigirse a la Toscana (a Florencia se llega en 40 minutos de tren), o a Milán (una hora o poco más de tren). Incluso Roma esta a poco más de 2 horas, y hay un montón de relaciones entre ambas ciudades. Y claro, el sistema de trenes regionales me ha llevado tranquilamente a Ferrara y a Rávena, pero también está Módena, o Padua, o Verona,… Rímini era un destino previsto pero lo dejé por Ferrara, que estaba algo más cerca y me parecía más cinematográfico. ¡Tonto de mí que olvidé que Rímini es el Borgo de Fellini en Amarcord! Me ha faltado un día de viaje para que saliera redondo.

Antes de las siete de la tarde, las fotografías empiezan a tomar un carácter nocturno, como esta toma en la hora azul del Palazzo del Podesta de Bolonia.
Fotográficamente, mis problemas han estado marcado por la luz. Como siempre. Italia, siendo un país mediterráneo, en esta época del año, y no digamos más adelante, tiene una luz muy intensa en los días despejados que provoca contrastes enormes en las estrechas calles de los cascos históricos de las ciudades. Pero es que además he tenido muchos momentos de escasez de luz. Por un lado, el hecho de que se haga de noche casi una hora de reloj antes que en Zaragoza te deja bastantes horas de la tarde para fotografiar con luz escasa o nocturna. O llevas un trípode, cosa que odio por el talabarte y el peso, o tienes que llevar una cámara con buena respuesta a altas sensibilidades. Y mi Panasonic Lumix GF1, tan conveniente por muchos motivos, se queda un poco coja. Con el 20 mm, a máxima abertura (f/1,7), con una velocidad de obturación de en torno a 1/50 s., hay que tirar a 1600 ISO, y el grano es notable aunque se puede mejorar en el «desrawtizador», pero también pierde definición en los detalles. Esto último puede pasar en escenas generales nocturans, pero no cuando una serie de visitas importantes, las basílicas paleocristianas de Rávena, tienen como principal atractivo los mosaicos policromados. Es preciso que haya textura para que la foto sea digna. Menos mal que varios de estos templos tenían ventanas por las que entraba luz natural y el ajuste de la sensibilidad podía bajar a 400-640 ISO.

En las horas centrales del día, los contrastes son fuertes. Casi no distinguimos la cara del ciclista en la sombra sobre el blanco fondo de la fachada de la catedral de Ferrara.
Uno de los problemas de Bolonia en cuanto a alojamientos son los precios de los hoteles y similares. Dos son los factores que hacen que no sea especialmente barata. Por un lado el alto número de población flotante por la populosa universidad, que acoge muchos estudiantes y profesores foráneos, tanto para programas de varios meses de duración como para jornadas, congresos o cursos más cortitos. Por otro lado, es una importante ciudad de ferias, y constantemente hay muestras y exposiciones que pueblan de visitantes la ciudad. Así que, habrá que prever con tiempo las fechas y mirar en cuales los precios resultan más ventajosos. Algo similar nos pasó en Colonia; donde los precios de la habitación de hotel donde estuvimos, muy razonables, se triplicaron la semana siguiente durante la celebración de la Photokina.
Desde un punto de vista práctico, si haces de Bolonia tu centro de operaciones como he hecho yo, viene bien prever una tarjeta bus de 10 viajes (11 euros), que te evita tener que prever monedas sueltas cada vez que subes al autobús para las máquinas expendedoras que no dan cambio, y salen más caras (1,50 euros/viaje).
Al llegar a las estaciones de ferrocarril de Ferrara y Rávena encontraremos entre sus instalaciones una oficina del transporte urbano de autobuses. En Ferrara viene bien cogerse dos billetes, uno para ir al centro y otro para volver a la estación, si se va a pasar el día. Te ahorras un paseo caminando sin mucho sentido. En Rávena no merece la pena coger el bus para ir al centro. Caminando se hace perfectamente. Pero si puedes planificar la visita a Sant’Apollinare in Classe en primer lugar, y entonces puedes coger en la estación el autobús. Por lo tanto, podrás coger dos billetes para la ida y la vuelta. Preguntad en las oficinas qué líneas de autobús son las adecuadas.

Sant'Apollinare in Classe está a seis kilómetros de Rávena, pero se llega cómodamente en el autobús urbano. El interior de la basílica está bastante iluminado, y podemos hacer fotografías a 500 ISO como las de estas columnas que separan una de las naves laterales de la basílica de la nave central.
En Venecia no hay autobuses. Hay vaporetti, y van por el agua. Nosotros lo que hicimos fue coger un billete de 12 horas, que nos permitió un número de viajes indefinido desde que lo validas en ese lapso de tiempo. Por precio, merece la pena si vas a coger 3 veces o más los vaporetti. Nosotros lo hicimos en cuatro ocasiones, y nos permitieron ir mucho más ágiles por la ciudad en determinados momentos. Hay muy pocos puentes que crucen el Gran Canal, y en el laberinto de callejuelas y canales, los desplazamientos de un punto a otro pueden suponer calcetinadas de cuidado.
Por terminar con los transportes públicos. Antes de subir a los trenes que no llevan reserva de plaza, no olvidéis validar el billete en las maquinitas naranjas que hay en los andenes y en los vestíbulos de las estaciones. Si no, no valen. Eso sí. Si sacas un billete, puedes coger cualquier tren siempre que no exija reserva de plaza. Si se te escapa uno, coges el siguiente. Y ya está.
Finalmente, en Italia se come de vicio. Pero para percatarse completamente del hecho, hay que animarse a dejar de lado la pasta y las pizzas. O elegir elaboraciones de estas poco habituales. Por la cercanía al Adriático de este viaje, hemos tirado mucho de pescados y similares. Y todo estupendo, oye.

La línea 1 del "vaporetto" es la más útil para recorrer el Gran Canal, o para ir desde la estación hasta San Marco. En muchos lugares consta también la línea 2, que hace menos paradas y es más rápida. Pero en la realidad es que tenía final en Rialto, y no llegaba hasta San Marco. A nosotros ya nos vino bien, puesto que teníamos planeado empezar el paseo veneciano en el famoso puente veneciano.
El día que he pasado en Venecia ha tenido un carácter particularmente especial en lo personal. Así que me lo guardo para mí. Me limito a poner algunas, bastantes, fotos del día. Pretender ser original en las fotos, incluso en comparación con uno mismo cuando ha visitado la ciudad más de una vez, es una ilusión. Pero bueno, he intentado dar mis toques personales, y por lo menos ser correcto técnicamente. Salirme, aunque sea ligeramente, de la masa.

Tras reunirnos en la estación de Santa Lucia, cogemos el "vaporetto" y nos bajamos en Rialto. Todo el mundo parece tener la misma idea. Y todos hacen la misma foto. "Señora. La de rasgos asiáticos. Que se le escapan los niños."

Paseando por los rincones más recoletos de la laberíntica ciudad, siempre puedes encontrar pequeños detalles en las calles en los que la gente que pasa no parece fijarse.

Cuando salimos por San Zacchria al Gran Canal y al entorno de San Marco, la luz es penosa y la bruma tremenda. Y dada la hora decidimos que es hora de ir a comer a algún sitio tranquilo, lejos de las hordas de turistas.

En el "vaporetto" todo el mundo va armado con sus cámaras con las que "disparan" a todo bicho viviente. Lo mismo que las gentes de otras embarcaciones dispuestas a "dispararnos" a nosotros. ¿En cuantas imágenes perdidas por el mundo no estaré?

Llegamos al Campo Santa Margherita, donde antes de comer nos tomamos un "spritz" Aperol. La gente paga un dineral por una cerveza vulgar y corriente en los sitios de moda en la ciudad de los canales, y aquí, por 2'50€ te tomas un rico aperitivo propio del lugar.

Tras comer, nos damos un amplio paseo por el Dorsoduro. Siempre hay gente que se opone a los trenes de alta velocidad. Es una constante. En todos los países.

Otra constante veneciana es la gente yendo de un lado para otro arrastrando sus maletas. Lo que tiene que los taxis no lleguen a ninguna parte. Tras la joven que marcha por uno de los puentecillos de la Fondamenta Zattere, se vislumbra la torre de San Giorgio Maggiore.

En mi visita de hace cuatro años, no pude llegar hasta la punta de la Dogana. Han puesto una curiosa escultura. Desconozco si de forma permanente. La mano no posó. Apareció de repente. El resultado es gracioso.

También es la primera vez que entro en Santa Maria della Salute. El señor me copió la foto, pero le perdono porque me proporcionó otra mejor. Esto es algo muy típico. La gente va por ahí con las cámaras y no sabe donde apuntar. Cuando tu tiras una foto, inmediatamente miran hacia el lugar y fotografía también. Por si acaso es interesante. En fin...

El sol va bajando conforme pasa la tarde, así que decidimos que es el momento de volver a San Marco. No habrá tanta gente, y la luz será mucho mejor. Cogemos nuevamente el "vaporetto" para cruzar el Gran Canal.

Muchas palomas y alguna gaviota pueblan la piazza San Marco, alimentadas por los propios turistas. Pero si lo ponen todo hecho un asco.

Las típicas máscaras... Lo que no tentiendo es porque ahí en San Marco han puesto quince puestos de venta de recuerdos donde en todos venden exactamente lo mismo. ¿No podían haber puesto uno solo grande?

El crepúsculo nos trae la "hora azul" al palacio ducal. Una de las horas más propicias para sacar la cámara de fotos en cualquier lugar.
Cuando salgo de viaje, hago fotografías. Muchas fotografías. Pero son muchas las que nunca ven la luz, bien sea en mis diversos sitios de internet, y menos aún en forma impresa. Por lo tanto, quedan muchos archivos en formato RAW o JPEG, sin tocar, en el disco duro del ordenador. Tampoco borro muchas, sólo aquellas francamente deplorables por sus errores técnicos o compositivos.
Pero bajo la sugestión de alguien recientemente, he decidido dedicar algún tiempo a revisitar las imágenes tomadas el año pasado en los diferentes viajes. Y comprobar qué fotos desechadas merecen una segunda oportunidad. Jugar con los reencuadres, con el equilibro de color, con el contraste, con el blanco y negro… imágenes que probablemente sufran una mayor intervención mediante las aplicaciones de tratamiento de imágenes…
Bueno, pues todo ello constituirá, para cada reportaje, lo que he dado en llamar la cara B en imágenes. De momento, he empezado con Venecia y Trieste. Las fotos las podréis ver en Flickr, en el álbum correspondiente. Igual merece la pena.
En dos ocasiones he visitado Venecia. La primera, a principios de septiembre; la segunda, a mediados de mayo. Con tiempo bueno, algún chaparrón aislado y poco importante la segunda vez, las aguas de la laguna se mantuvieron a niveles razonables para pasear y hacer turismo.
Así que nunca he tenido la ocasión de «disfrutar» de un «acqua alta» en directo. Un pena… o no. Este es un fenómeno que se da en determinados momentos del año en la Laguna Veneta, y que produce la inundación de grandes áreas de la ciudad de los canales. Esto da lugar a muchas imágenes muy pintorescas, en las que se mezclan los turistas curiosos y los venecianos soportando como mejor pueden los inconvenientes del fenómeno natural en el entorno urbano. Además, una de las zonas más afectadas de la ciudad es la parte más turística de la misma, los alrededores de la Piazza San Marco.
En cualquier caso, a falta de poder vivir este fenómeno en directo, acudadmos a The Boston Globe, que nos ofrece un divertido reportaje fotográfico sobre el «acqua alta» de este último fin de semana.
Aquellos que sigáis con cierta asiduidad este Cuaderno de ruta, sabréis que hace unos días viajé a Italia por trabajo, y me tomé un par de días libres para visitar la ciudad de Venecia. Venecia es muy bonita, pero uno de los problemas que tiene es que está llena de gente. De turistas. En algunos momentos, en algunos lugares, me llegó a resultar agobiante. Lo cual no es bueno cuando lo que te apetecete es relajarte un poco.
Así que en algún momento decidí huir un poco, y siendo ya por la tarde cogí el vaporetto a las islas de Murano y Burano. En Murano aún encontré cierto lío de gente, pero en Burano y, sobretodo, en el vaporetto de vuelta a Venecia, encontré la calma que me apetecía. Y se refleja en el aspecto de las fotografías de esa hora de la tarde, entre las siete y media y las ocho y media, en que realicé la travesía. Os dejo unas fotos, al atardecer en la Laguna Veneta.
Última parada antes de salir de Burano.
Solo en la cubierta, los pocos viajeros que me
acompañaban iban sentados en el interior.
Intensos colores en la puesta de sol.
Pareciera que hasta el piloto está ausente.
Todavía se adivina lejos la ciudad de Venecia.
Última parada antes de Venecia, el Faro de Murano.
(Todas las imagenes: Pentax K10D con
SMC-DA 21/3,2, SMC-A 50/2, SMC-A 100/4 Macro)
En el segundo día de mi estancia en Venecia, me armo de valor, pienso en que no queda más remedio, y me encamino a la plaza de San Marcos, donde si de algo estoy seguro es de que estará hasta arriba de gente. En un momento dado me planteo que la única forma de apreciar los detalles de los monumentos es fijándome en los dibujos que alguna artista confundida entre la multitud hace.
Pero bueno, en una mañana con nubes y claros, uno se arma de paciencia y buen humor, y va viendo los distintos hitos de la plaza. Uno de los momentos mejores es subir al Campanile, por la bella vista que se aprecia desde lo alto, que dará lugar a bonitas panorámicas,… cuando encuentre un rato para revelarlas.
Después de visitar la plaza, otra obligación, la de visitar el palacio ducal. Siempre me ha llamado la atención esa costumbre que tienen los turistas de tirar monedas a los pozos. Aunque estén tapados por una rejilla y no caigan al agua. Un poco absurdo. Pero mejor nos centramos en la visita, con las bellas estancias del gobierno de la antigua República de Venecia, y las vistas hacia la Catedral. A la salida, como es de rigor, foto de las góndolas en primer término, con vistas de San Giorgio Maggiore.
Tras la visita a los monumentos principales, decido alejarme del follón de las multitudes y tras comer en una cuca trattoria poco frecuentada por turistas, me dedico a callejear en dirección a San Zanipolo, entre Largos con sus puestos de venta, recoletos rincones entre los canales, con lluvia incluida, y alguna sorpresa en la rotulación de las calles. Y no, los venecianos no rotulan sus calles en español. Pero en su dialecto particular, no llaman a sus callejones vías, sino calles, como en estos lares.
Finalmente, visita a San Zanipolo (o de forma más precisa San Giovanni y San Paolo), último hito callejero antes de dirigirme a la Fundamenta Nuove con el fin de embarcarme en un vaporetto para visitar algunas islas en la Laguna Veneta.
En una tarde, nublada, con chubasquillos suaves de vez en cuando, me dirijo a Murano, donde paseo entre las factorías de vídriro y las múltiples tiendas con productos… de diverso gusto… unos monos y otros no. En cualquier caso, aprovecho para comprar algún detalle.
Vuelvo a embarcarme, esta vez con destino a Burano, con sus casitas pintadas de vivo colores, que resaltan con el suave sol del atardecer, una vez desaparecidas las nubes que han incordiado buena parte del día. Parece que a estas horas los turistas se han ido, y la isla está tranquila. En la terraza de algún bar, unos ancianos del lugar, entonan canciones tradicionales, especialmente motivados por los vinos del lugar,… o de algún otro lugar. Eso sí, producen el arrobamiento de un par de turistas americanos que siente que por fin han dado con la quintaesencia del ser italiano o veneciano. Pues bueno,… si eso les hace felices. En cualquier caso, la escena es divertida. Especialmente cuando uno de los ancianos, todavía más motivado por el vino o la cerveza, comienza a declarar su amor por la californiana de mediana edad, que no acaba de pescar el exacto significado de los «i love you».
Vuelta con el vaporetto a la ciudad, lo que permite disfrutar del atardecer en la Laguna Veneta en todo su esplendor. Está muy bien.
Después de cenar algo, con la noche ya cerrada, me acerco al Puente de Rialto, hasta ahora ignorado. Será la última visita del día, al mismo tiempo que la primera visita del día siguiente. Es el último día, y tengo tres horas para dar una vuelta antes de coger el vaporetto en dirección al aeropuerto.
Tras la visita al Puente de Rialto, vuelta a callejear que es lo más divertido de la ciudad. Unas máscaras, alguna bonita iglesia de fachadas de marmol blanco, nuevos rincones recoletos entre los canales.
Finalmente, llego no sin problemas, tras perderme un par de veces en el laberinto de callejuelas y canalillos, al Arsenal, donde hago las últimas fotos en plan turístico.
Para el aeropuerto cojo el vaporetto rápido, más caro, pero que me permitirá comer algo antes de meterme en la maraña de facturaciones, control de pasaporte y embarque que suelen ser los aeropuertos italianos. Sólo vamos dos pasajeros en el vaporetto, aparte del piloto, un asiático y yo. El asiático va preocupado por los botes que da el vaporetto, más rápido que los habituales, al cruzar las olas que provocan en la laguna las otras embarcaciones. Yo voy preocupado porque en los 40 minutos que dura la travesía, el piloto va más preocupado de hablar por el telefonino que de pilotar el barco. Pero al final, llegamos con bien.
Y aquí acaba la historia. Una escapada tranquila, casi relajada (salvo por las multitudes en algún momento), que ha merecido, y que ha sido reflejada con mi Pentax K10, con SMC-DA 21/3,2, SMC-A 50/2 y SMC-A 100/4 Macro, con el apoyo de mi Fujifilm Finepix F10.
Todas las entradas de este viaje, se han reunido en un artículo único en mi página De viaje con la cámara al hombro.
Finalmente, fuera trabajo y bienvenidas unas mini-vacaciones de dos días. Y aprovechando que el Adriático pasa por Trieste, me vengo a Venecia a pasear un poco. De momento, no va mal. El hotel es aceptable. Está bien arreglado, es caro como todos en esta ciudad, y tiene vistas a un canal. Vamos que como haya una acqua alta, me ahogo porque me entra el agua del canal.
En fin, ya se sabe que esta ciudad va de canales, góndolas y palacios en las orillas de los canales, y a los que se llega con las góndolas. O con lo que se quiera que navegue. Y puestos a navegar, en cualquiera de los innumerables vaporettos que surcan arriba y abajo el gran canal. En eso consiste el turismo en Venecia. Y tener cuidado de no caerse al canal, claro.
Lo de los palacios me impresiona mucho. Sí, por bonitos también. Pero ahora no estaba pensando en eso. Estaba en que no ganarán para pintura. Por que con esta humedad, no habrá techo que no se desconche. Pero bueno. Son bonitos. Y es la gracia de los canales. Porque si en vez de palacios hubiera chabolas, ya veríamos quien venía de visita a ver esta ciudad.
También hay un considerable número de museos. Ayer visité dos. La Gallería dell’Academia, que no está nada mal, y la siempre cuca Fundación Peggy Guggenheim. Claro que Miss Peggy debía ser una cochina,… porque vaya obscenidad de esculturas que se compraba.
La puesta de sol me ha pillado paseando por las orillas del Canal de la Giudecca. Todas las fachadas iluminadas por un sol que no ha aguantado mucho, porque unos nubarrones lo han ocultado prematuramente. De momento, sin mayores consecuencias.
Así que me he ido hacia el Campo Santa Margherita, donde me he tomado tranquilamente un spritz, y después me he ido a cenar. Antes de irse al hotel un paseíto. El primer paso por la Piazza de San Marco, donde pequeños grupos de músicos actuaban como reclamo para las carísimas terrazas de la plaza.
Y esto es todo por ahora. Probablemente, el resto de la estancia en Venecia os la cuente ya llegado a Zaragoza. Hasta la próxima.