Bueno, sí que hemos ido a un banco. Al cajero automático. Por lo demás, hemos llegado por la mañana con tiempo incierto. Y sensaciones encontradas. Nada más llegar, sales de la estación a la Bahnhofgasse, y te encuentras con una calle llena de tranvías y de tiendas en las que están encantados de servirte si tienes una Visa del tamaño de Siberia. Si vas con menos, no vayas. ¡Coño, qué precios! Pero es que cuando nos hemos salido, nos hemos encontrado con una ciudad muy mona, pero muy sosa. Calles recoletas, vacías. Alguna sosa iglesia protestante… Y encima, cada vez más gris y más cubierto hasta que se ha puesto a llover.
Visto lo cual, y percatándonos de que en el Zurichsee, o lago de Zurich, hacia el sur el tiempo era soleado. Hemos decidido embarcarnos en dirección a Rapperswil. Y qué a tiempo, porque al poco de salir de puerto, hemos visto como caía sobre Zurich un tromba de agua de mucho cuidado. Nosotros hemos ido tomando el sol, y admirando el paisaje. Nos ha recordado en cierta medida a los grandes lagos italianos, aunque no tan mono. Pero por razones que ahora no vienen a cuento, ese recuerdo nos ha parecido apropiado.
Una ver en Rapperswil, nos hemos dado una hora para ver sus calles y, en lo alto, alguna iglesia pequeñita y mona, y un castillo donde estaba Bambi y su mamá. Parece que todavía no se han encontrado con «el simpático» cazador.
Finalizada la visita, regreso a Zurich, donde también había salido el sol. Y también la gente. Todo estaba muy mono y muy animado, lo que ha mejorado nuestra impresión de la ciudad. Y a las nueve, el tren de vuelta a Berna. Otro día de vacaciones cumplido.