Bueno. Pues estamos en Amsterdam. Más bien con ambiente invernal y no primaveral como uno podría esperar dadas las fechas. También habría que saber que entienden los holandeses por primavera, claro. Con el solecico tan rico que hacía en Barcelona cuando he cogido el avión. Pero la salida de la aparatosa estación Central de Amsterdam ha sido como un bofetón de fría realidad en la cara.

Hace 17 años, ante la estación central estaban las mismas obras y las mismas grúas, o me lo parece a mí; los tranvías son más modernos.
Tras acomodarnos en un hotel que está mejor de lo que aparenta en una primera impresión, a la vera de uno de los más monos canales de Amsterdam. Nos hemos ido a pasear. A ver, pues eso, casitas monas y canales. La verdad es que hemos ido sobre todo por el centro, alrededor de la plaza del Dam, que quizá no es lo más mono de la ciudad. Eso sí, hemos empezado a divagar y hemos aventurado una teoría. Los auténticos habitantes y dueños de la ciudad son las bicicletas y los tranvías. Que tienen parasitados a los seres humanos para que les aporten la energía necesaria para que se desplacen por la ciudad. A las bicicletas, particularmente, les gusta reunirse todas juntas en las aceras donde supongo que hablarán de sus cosas. Mientras, los seres humanos, esclavos de las anteriores, caminan por donde pueden esquivando a las bicicletas que se mueven, a los tranvías, y a los canales. Supongo que morirán muchos. Es difícil esquivar tantas agresiones.

Amena reunión de bicicletas ocupando la acera, mientras los peatones se juegan el cuello pasando por donde pueden.

Este amenazador tranvía tocaba la campana por lo menos antes de atropellarte, dándote una posibilidad a la salvación.
Tras visitar una librería de libros en inglés realmente muy mona, nos hemos metido por la zona más comercial aunque todo había cerrado a las seis. Los comercios más animosos andaban cerrando a las siete de la tarde. Supongo que a esa hora, los humanos son reclamados por las bicicletas para que las lleven a sus casas. En cualquier caso, uno de los escaparates lo tenía claro: el sexo vende.

En la estupenda librería americana, en la que había alguna gente; mucha menos que en otro tipos de comercios que hemos visitado más adelante.
Y eso es lo que venden en esta ciudad, especialmente a los turistas en el Barrio Rojo. Tras discutir sobre si entrábamos a «la tienda más vibrante de la ciudad», hemos comprobado cómo auténticas manadas de turistas acompañados por guías iban recorriendo las calles y los canales del pecado. Los más emocionados lo japoneses. Un ratito nos hemos acoplado a un grupo de argentinos con guía en castellano, quien les explicaba bajo la lluvia cómo se producía las transacciones comerciales entre las prostitutas de los escaparates y los clientes. Como curiosidad, hemos pasado junto a uno de los escaparates cuando se producía una de estas transacciones. 50 euros. Desconocemos lo que comprende el servicio por ese precio.

Emocionados súbditos del trono del crisantemo, a la expectativa de entrar en uno de los gazillones de museos del sexo que hay en el Barrio Rojo de Amsterdam.

Un guía explica en castellano a un grupo de argentinos cómo es la mecánica del comercio carnal con las trabajadoras del barrio.

Las luces rojas indican los "escaparates" de mozas con poca ropa; no, no me he dedicado a intentar fotografíar a ninguna de ellas... tengo cierta ética.
Tras cenar, hemos intentado dar un paseo, pero hacía un frío que pelaba, así que nos hemos venido al hotel a tomar un chisme a charra un rato y a escribir esta entrada del blog. Y hasta mañana.