Cuando visito París, me gusta mucho ir visitando determinados museos, salas de exposiciones y librerías relacionadas con la fotografía. Y siempre me traigo algunos libros para mi biblioteca fotográfica. La variedad de publicaciones, la posibilidad de verlas en directo, es infinitamente superior a lo que nos ofrecen cualquier librería en España, salvo alguna muy especializada en Madrid o Barcelona, y cada vez menos. No digamos ya lo que pueda encontrar yo en Zaragoza. Sin embargo, en esta ocasión, como el viaje a la capital francesa tenía un carácter familiar, no he podido practica estas interesantes actividades culturales, que si desarrollo cuando voy a mi aire.

Afortunadamente, hubo un par de excepciones. Mientras mi hermana y mi sobrino se desesperaban con las multitudes que querían acceder a la torre Eiffel, un entorno absolutamente arruinado en estos momentos como experiencia para el viajero, yo me escapaba al Museo de Arte Moderno de la Villa de París. Situado en el Palacio de Tokio de una de las exposiciones internacionales celebradas en la ciudad, debe de estar en reformas porque no se entraba por la puerta habitual, el recorrido por sus salas está reducido, y no accedes a algunas de las obras más representativas. Tampoco accedes a su estupenda tienda, aunque había una pequeña dispuesta en la entrada, donde aproveché para hacer alguna compra. Las fotos de esta entrada proceden de esa visita.

Y donde sí pudimos disfrutar fue cuando entramos a la librería del Centro Pompidou. Pertenece a la cadena de librerías Flammarion. No hay que confundirla con la tienda del centro, que también está muy bien, pero es más de regalos. Me llevaría la mitad de la tienda, todos los géneros artísticos incluidos. Y de la sección de fotografía… pues prácticamente todo. De hecho, a lo que me había dado cuenta, había seleccionado cuatro libros que me apetecía comprar. Pero me eché atrás por dos motivos. Porque necesariamente hay que poner unos límites al gasto, y porque los libros pesan mucho en la maleta, para la vuelta a casa. Al final cogí dos.

El primero, curiosamente, está editado en España, aunque yo no he tenido oportunidad de verlo en ninguna librería. Se titula La mirada de las cosas – The Gaze of Things, y lleva el subtítulo de Fotografía japonesa en torno a Provoke – Japanese Photography in the Context of Provoke. Y está publicado por La Fabrica. Provoke [プロヴォーク] fue una revista de fotografía japonesa de muy corta vida, publicada entre 1967 y 1968. Llevaba como subtítulo Materiales provocativos para el pensamiento [Shisō no tame no chōhatsuteki shiryō 思想のための挑発的資料], y nació en el ambiente de los movimiento de protesta que se extendieron por todo el mundo a finales de los años 60, y también el País del Sol Naciente. Daido Moriyama, Nobuyoshi Araki, Shōmei Tōmatsu… son algunos de los nombre más destacados de aquel movimiento, pero hay otros muy interesantes, y con estilos más variados de lo que nos imaginamos al pensar en las fotografías sucias, hipercontrastadas, callejeras, de motivos transgresores que nos evocan algunos de estos autores. Una ruptura con las formas de la fotografía tradicional japonesa, que era más variada de lo que pensamos antes de este momento, y que todavía influye mucho hoy en día. No hay más que ver muchas de las fotografías de calle que pululan por Instagram hoy en día…

El otro libro que compré está publicado por Steidl, y es In my room de Saul Leiter. Leiter, que falleció recientemente en 2013, fue un fotógrafo que quedó olvidado durante décadas. Un tipo discreto e introvertido, afortunadamente su obra se ha recuperado y actualmente disfruta de un elevado prestigio. Principalmente se le considera uno de las precursores de la fotografía en color más importantes, con su fotos de la ciudad de Nueva York a partir de 1948. Debo reconocer que es uno de mis fotógrafos documentales favoritos, y me parece un maestro de referencia en su dominio del color. Pero este libro que traigo no tiene que ver con esto. Más bien son la antítesis de su trabajo más conocido. Frente a la vorágine de la ciudad en color, nos encontramos en la intimidad del estudio del fotógrafos, en el que durante 20 años y en blanco y negro retrató a un cierto número de amantes y amigas, de forma muy sensual, hay no pocos desnudos, en un trabajo que tiene no poco de introspección al mismo tiempo que es evidente la carga erótica de muchas de sus imágenes. En el ensayo introductorio, Carole Naggar se pregunta si la elección del blanco y negro, por parte de un fotógrafo que trabaja sobretodo, en color se deberá a una decisión de carácter creativo o fue una forma de evitar la exposición de las obras a miradas ajenas, al procesarlas el mismo en la intimidad de su cuarto oscuro. Intimidad, es la palabra clave que describe este trabajo, junto con sensualidad, belleza y homenaje a la mujer, agradecimiento quizás por lo que las mujeres nos ofrecen y a lo que ocasionalmente nos permiten acceder.
