El título original de esta última película del coreano Hong Sang-soo se traduce como la torre. O la pagoda. En inglés la han llamado Walk up, en castellano, En lo alto. He dicho la última, pero vete tú a saber. Al ritmo que Hong va rodando películas, con escasos presupuestos y medios, con enorme sobriedad, pero con mucho esfuerzo de escritura y de diálogos, quizá ya tiene otra estrenada o a punto de estrenar en su país. Espera un momento que compruebo… pues sí… dos, esta y esta, que ya se han podido ver en Francia, supongo que en algún festival. A pares. Y en esas sí que trabaja como actriz una de mis favoritas, Kim Min-hee, que en la que hoy nos ocupa ha participado como directora de producción y fotógrafa de plato. Cuando ruedas con cuatro wones, tienes que valer para todo. Me gustaría saber si las imágenes que veo por internet son fotos suya o meros fotogramas extraídos del metraje de la película. Hace unos años que siento debilidad por esta mujer, y la he echado de menos en la pantalla.

Pero vamos a lo que vamos. Hong Sang-soo sigue a lo suyo. Sigue argumentando sobre los mismos temas. El creador, sus crisis, sus fracasos en las relaciones… Alter egos, variantes de sí mismo, presentados en diversas situaciones, para reflexionar sobre cuestiones existenciales. El escenario, un edificio de 4 plantas, contando la planta calle. En los países del Asia oriental, no hay planta calle, bajos o principales. La planta calle es la 1F (1st Floor), directamente, y a partir de ahí se siguen contando hasta la última, la 4F en este caso, que es un ático… más bien una buhardilla como alguien atinadamente dice en la película, aunque con terrazas y vistas. Ese edificio es la torre del título. Propiedad de una diseñadora (Lee Hye-yeong) que, además de tener un estudio en el sótano para sí misma, alquila espacios para un restaurante (Song Seon-mi) y otros inquilinos. Un día llega un amigo, un prestigioso director de cine (Kwon Hae-hyo), acompañado de su hija (Park Mi-so), que quiere ser diseñadora de interiores y quiere aprender con la propietaria. Y a partir de ahí, cuatro episodios, que transcurren en los distintos pisos del edificio, en momentos distintos, con lapsos de tiempo entre ellos que pueden ser de años. Y a veces, en universos alternativos donde las cosas suceden de otro modo.
La puesta en escena y la estética es la habitual en muchas de las películas del director. Planos fijos, muy estáticos, donde dos o más personas conversan. Con algún zoom, hacia dentro o hacia fuera, repentinos, para variar la información y la subjetividad del hablante. En blanco y negro, austero. En un escenario anodino. Un rincón urbano como otro cualquiera, en Seúl o cualquier otra ciudad que se os ocurra. Y gente que come y, sobretodo, bebe. Habitualmente soju, pero en esta película se empujan también unas cuantas botellas de buen vino tinto. Y hablan. Diálogos que pueden ir desde lo banal, a lo profundo, y que hay que considerar en su conjunto. Y siempre con intérpretes, la mayor parte de ellos muy veteranos, que son capaces de dotar de naturalidad, alejados de todo tipo de estridencias, a estas secuencias.

El cine de Hong Sang-soo o lo compras y te aficionas y te haces adicto, o lo dejas y te dedicas a otra cosa. No creo que haya término medio. Como de costumbre, películas que entusiasman a la crítica, pero que llaman a las salas a un número limitado de espectadores, de los cuales, los entusiastas seremos una parte, desconozco el porcentaje. En cualquier caso, hay que haber tenido vivencias, iguales o distintas, a lo largo de tu vida que te permitan resonar con lo que se dialoga en pantalla. Quizá por eso es difícil ver gente joven en estas películas. En cualquier caso, yo lo compro, y me hago adicto a ellas. Mientras vayan viniendo a la cartelera, bienvenidas sean. Mejor si sale Kim Min-hee, aunque sea un poquito. Pero bueno. Por lo demás, ni la recomiendo, ni la dejo de recomendar. A mí me vale.
Valoración
- Dirección: ****
- Interpretación: ****
- Valoración subjetiva: ****











