Hace tiempo que vimos esta película en el cine. En enero. Pero me negué en su momento a hacer el comentario, porque la versión original subtitulada en español duró muy poco en las salas, y a horarios inconvenientes para nosotros, y al final la vimos doblada. Y si hay algo que no tiene sentido es ver una película con tantos matices, en la que el trabajo actoral es tan principal, en versión adulterada. Con el tiempo he tenido la posibilidad de acceder a la versión original de esta obra firmada por el francés Florian Zeller. Y ya estoy en disposición de opinar lo que me ha parecido.
Londres… donde al parecer transcurre la acción de la película.
Es la primera película dirigida por Zeller, que es más conocido como escritor, en la que adapta una obra teatral propia. Zeller tiene un gran prestigio como dramaturgo, y esta obra teatral, Le Père, se ha traducido a una variedad de idiomas y estrenado en teatros de al menos una cincuentena de países. En ella, y también en la película, asistimos a cómo avanza una persona mayor, Anthony (Anthony Hopkins), empieza a sufrir fallos en la memoria y confusión en su vida, al mismo tiempo que interacciona habitualmente con su hija Anne (Olivia Colman), y con otras personas de su entorno, otros familiares, cuidadores,… (Mark Gatiss, Olivia Williams, Imogen Poots, Rufus Sewell).
Con un reparto de primera categoría como el mencionado en el párrafo anterior, y jugando con los decorados en un número limitado de localizaciones (uno o más apartamentos, una residencia de personas mayores,…), Zeller realiza un análisis detallado de lo que supone una demencia, centrándose en lo que pueden ser las vivencias de la propia persona que sufre la enfermedad. El relato, por lo tanto, sufre las mismas alteraciones en la continuidad espaciotemporal que podríamos suponer en la mente deteriorada de la persona, de Anthony en concreto. Confusión de lugar, confusión de tiempo, confusión de personas,… Determinados detalles ayudan al espectador a conectar y evitar la confusión propia. La luz, el reloj, el decorado de las habitaciones, los distintos roles que pueden adoptar los intérpretes.
En su conjunto, el trabajo de dirección y producción es encomiable, aunque muy académico, lo cual puede resultar en cierta frialdad en algunos momentos. No hay riesgo en la realización. Hay que considerar que es el primer largometraje de Zeller. Y quizá esta historia, en su translación cinematográfica, pedía alguna desviación de la obra original y ciertos riesgos en la dirección y en la visualización de lo que pasa con Anthony. La historia es muy poderosa, es una visión distinta de los muchos acercamientos cinematográficos, algunos muy muy buenos, que se han hecho en las dos últimas décadas al problema de la demencia. Creo que es una película que hay que ver. La interpretación del elenco ya justifica la decisión de hacerlo. Y está muy correctamente realizada en general. Así que ya sabéis. Pero si podéis… en versión original. Siempre en versión original.
He llegado a un punto curioso. Cuando publique esta entrada, por primera vez en mucho tiempo no dejaré series o temporadas de series pendientes de comentario. Una serie de circunstancias se han sumado para que en los últimos tiempos dedico menos tiempo a la «seriefilia». Y en los últimos tiempos esté siguiendo varias series que se desarrollan semana a semana y no apareciendo todos sus episodios a un tiempo. En cualquier caso, el comentario de esta semana está claro, dos series pertenecientes al fantástico, que han recibido su atención en los últimos tiempos. Las comento en el orden en las que las vi, y no en el orden en que aparecieron en la programación de Netflix, que es de donde proceden.
Con el año nuevo, la cadena de vídeo bajo demanda estrenó la enésima adaptación del clásico del terror gótico, Dracula. Y aunque, personalmente, no es un personaje y un tema por el que pierda el sueño, venía con unos antecedentes interesantes. Su creadores, Mark Gatiss y Steven Moffat, están entre otras muchas cosas, detrás de algunos de los mejores momentos de series como Sherlock o Doctor Who. Es colaboración con la BBC, que siempre cuida mucho sus producciones televisivas. El reparto es fundamentalmente británico, o así… que siempre es motivo de confianza, con Claes Bang, que en realidad es danés, y Dolly Wells, a la cabeza. La crítica está encantada; el público votante de IMDb y los fans del «colmillos» más famoso de la literatura, menos. Se ha dicho que es una de las más fieles adaptaciones en espíritu a la obra de Bram Stoker. Pero tiene varias heterodoxias que suscitan tantos amores incondicionales como odios encarnecidos.
Drácula, héroe o villano, según se cuente la historia, la leyenda o el cuento. Pero de origen… en lo que es la actual Rumania. De hecho, en algún lugar he leído que el lugar de nacimiento de Vlad Tepes, el príncipe de Valaquia que inspiró el personaje, era de Sighisoara, una bella ciudad transilvana. Y es que Transilvania no es un lugar tétrico. Al contrario, es un lugar muy bello y agradable.
Los tres episodios de unos 90 minutos de duración dividen la historia en sus tres partes más conocidas; lo acontecido en el castillo del conde (y alrededores) en Transilvania, lo acontecido en la travesía en barco desde el mar Negro hasta Inglaterra, y lo acontecido en este último país tras la llegada del conde. Con alguna variación debida a las variaciones introducidas en el personaje de Van Helsing, algunas de las más notables desviaciones del original, la primera parte es muy similar a lo ya conocido en otras adaptaciones. La travesía en barco consituye por sí misma una historia apasionante. Se desarrolla mucho más extensamente que en otras adaptaciones, y para mí es el mejor episodio de la serie. El último episodio, en Inglaterra, es el que más difiere del original, aunque lo esencial del mismo está respetado. Si buscas las valoraciones de los tres episodios, es evidente, como pasa con otras sagas tradicionales, que la gente busca siempre más de lo mismo, que no gusta de variantes.
Desde mi punto de vista es una serie muy apreciable, con nuevos valores respetando los presentes en el original, y no poca osadía por parte de sus responsables. Como no soy fan del original, probablemente soy más libre para valorar este tipo de adaptaciones y, sin que haya aumentado mi afición por el género o el personaje, creo que es una de las mejores adaptaciones del personaje que he visto. Y ya digo… el segundo episodio, me parece antológico.
Mientras, unas semanas antes llegó al mismo canal la adaptación de las novelas de la saga de Geralt de Rivia del polaco Andrzej Sapkowski, bajo el título de The Witcher. No he leído las novelas… ni tengo especial intención. He oído acusaciones de que se intenta copiar el estilo y el ambiente de Game of Thrones… Mmmmmm. Probablemente, Netflix intenta cubrir el hueco que ha dejado esta última, pero las novelas de Sapkowski son anteriores en el tiempo a las de George R. R. Martin. Desde mi punto de vista, y según lo visto hasta el momento, ambas se apuntaron, literariamente, a exprimir la popularidad del género fantástico medieval que derivó del éxito de The Lord of the Rings. La de Sapkowski sigue más la línea de la saga de Tolkien, mientras que Martin evita más el maniqueísmo y construye más una metáfora de la política real. Así que inevitables semejanzas visuales al margen, juzguemos a cada una por sus virtudes y defectos propias. Y «el brujo» ha empezado regular, aunque con propósito de enmienda. Reconozco que estuvo a punto de desinteresarme en los primeros episodios. No he sentido gran empatía por los personajes, y reconozco que soy uno de los que se despistó sobre la línea temporal de los acontecimientos narrados. Y creo que no soy demasiado torpe para estas cosas… pero… No obstante, si bien los personajes son un poco muermos, o quizá sea problema de un nivel interpretativo mucho más flojo de lo esperado, la trama ha ido aumentando en interés y la primera temporada ha tenido un cierre interesante.
El protagonista masculino me dice más bien poco. Pensaba que Henry Cavill daba más de sí, pero está justito en el aprobado. Y las dos protagonistas femeninas, la princesita, Freya Allan, y la bruja, Anya Chalotra, me parecen muy flojas interpretativamente. Especialmente esta última, que nunca me la he creído mucho. No colabora tampoco mucho esos diálogos que asocias más al lenguaje del siglo XXI que no a un místico medioevo. A veces no me parecen muy diferentes de los que oyes en producciones más banales, culebrones de intriga que normalmente no ves. Llevo unos días bromeando sobre el hecho de que el personaje más interesante, aunque sus diálogos también dejaban que desear, la princesa Renfri (Emma Appleton), desapareciera a las primeras de cambio (aunque también aparece en el reparto del último episodio de la temporada, que tendré que repasar, porque se me pasó por alto el detalle).
En resumen, serie visible,… pero no especialmente memorable de momento. Por supuesto, igual que con la anterior, voy a la contra del público votante en IMDb, que parece entusiasmado.