[Cine] Hubo en tiempo en que los Oscars…

Cine

… nos divertían, nos emocionaban, provocaban debates,… incluso discusiones. Quién lo merecía más. Qué decepciones te llevabas por los que perdían. O… qué decepciones te llevabas por los que ganaban. Y sobretodo, el glamur de los artistas. De ellas en especial. El repaso a las fotos de la alfombra roja. Las más elegantes. Las más estrambóticas. Las más… raras. El fin de semana de los Oscars, en aquella época a finales de febrero, nos divertía. Si coincidía con temporada de esquí con subida a pistas el sábado de la víspera, el debate en el coche sobre los posibles ganadores.

Dentro de las alabanzas al cine asiático reciente, cada vez incluimos menos al cine chino. Aunque en los últimos veinte años nos ha deparado sorpresas muy agradables, cada vez se nota más controlado por el estado autoritario en el que se tiene que mover. Pero aun así, en esta entrada nos daremos un paseo fotográfico por Shanghái.

No creáis. No pecábamos de ingenuos. Nunca hemos mirado los premios de la Academia como si realmente fuesen un referente a la calidad real del cine que se hace sobre la faz de la Tierra. Son los premios de la industria a su cine, el de Hollywood, con admisiones puntuales al indie o los extranjeros. O como ellos les llaman, los de habla extranjera. Parece que a pesar de los millones de hispanohablantes, de asiáticos, de gentes de otros orígenes que hablan sus propias lenguas en un país que no tiene una norma legal federal que establezca ninguna lengua, tampoco el inglés como oficial, esas otras sean extranjeras. Así que el sesgo está ahí desde el principio. Y como tal industria, los dineros priman sobre el arte.

Dentro de unos límites claro. Los premios a la animación de Disney son aceptables en una categoría que parece creadas para esta productora, por más que de vez en cuando premien alguna producción de otras productoras. Cierto es que sorprendió el primer premio en esta categoría que se concedió, en 2001, a una película que no era Disney. Y la segunda a una película de Studio Ghibli, cosa que no se ha repetido a pesar de que la calidad promedio de esta productora ha sido claramente superior a la de Disney y otras productoras americanas. Por no hablar de excelentes animaciones para adultos que ni siquiera son consideradas. Y a pesar que las de Marvel dejen pingües beneficios a la industria, tienen cierto pudor a la hora de premiar estas películas que son el equivalente a macdonalds o burgerkings en el cine. Salvo que sea animación… ahí si tienen premio. Así pues, para ganar el Oscar hay que generar dividendos, tener una pose de artisteo y, en muchas ocasiones, ser sensiblera o espectacular. Claro… alguien me dijo hace poco… «Oye, que Pixar a ganado más premios que Disney en esta categoría». Y me le quedé mirando con pena… Pixar es una subsidiaria de Disney.

Pero llevamos unos años en los que ya no nos divertimos con los Oscar. Dicen algunos que la culpa del desinterés la tiene la inclusión de hasta diez películas entre las candidatas desde 2009 y el sistema de voto preferencial para esta categoría. Salvo que haya una dominadora muy clara en una edición determinada, se produce un regresión a la mediocridad, que acaba provocando que la ganadora sea la medianía más aceptada por un mayor número de votantes. Y hasta cierto punto estoy de acuerdo. Por lo que leo, es muy posible que este año suceda. Que la mediocridad, una película digna y correcta, pero no brillante, sea quien se lleve el gato al agua, dejando aparcadas las más brillantes películas, pero que son más arriesgadas y pueden dividir el voto. Es decir, las mejores películas compiten ferozmente entre sí, divididos los votos entre el colegio electoral, y al final gana una película que ni fu ni fa, pero que siendo simpática, aparece como segunda o tercera opción con frecuencia, y así desplaza a las apuestas de más calidad, pero más polarizadoras de la opinión. Observad que aplico el término «mediocridad» no como peyorativo, sino en un sentido estadístico, de película que esta entre las próximas a las medidas de tendencia central, y no entre los desviaciones de estas hacia la calidad.

Pero yo creo que hay más elementos en nuestro desinterés. Cada vez nos interesa menos el cine norteamericano. Ciertamente siguen haciendo películas brillantes. Pero también se hacen en otros puntos del globo. En los últimos años, la pujanza del cine asiático nos parece muy interesante. Incluyendo apuestas formales en la narración alternativas a los cánones de la cultura europea/occidental, pero que son muy interesantes. Y sin necesidad de gastar indecentes cantidades de dinero en pirotecnias banales. La mayor parte del cine made in Hollywood nos motiva menos que un nabo olvidado en el frigo cuando lo abrimos cuando pensamos en qué queremos cenar.

Reconozco que somos raros. Que la mayor parte de la peña, igual que se ha acostumbrado a las hamburguesas hechas en serie, o a la telebasura, o al café en vaso de cartón para llevar, se ha acostumbrado a las películas de digestión fácil. Cuando escucho a mucha gente en sus veintitantos me sorprendo cuando se maravillan ante películas que son exactamente lo mismo que todo lo que ha hecho esa productora en los últimos quince años, variando los disfraces de coloricos de los protagonistas. Así que el lunes por la mañana, nos asomaremos con pereza a los titulares de prensa y, probablemente, bostezaremos con aburrimiento con la lista de premiados este año. Sinceramente, me gustaría mucho equivocarme.

[Libro] De la estupidez a la locura

Literatura

Hoy estoy de fiesta, y me puede permitir el lujo de escribir mi entrada en este Cuaderno de ruta de forma tranquila. Aunque no me llevará mucho tiempo. Estoy de fiesta porque me quedaban días por disfrutar y se me habían acumulado tontamente. Tengo que organizarme mejor en años venideros. Porque aunque siempre viene bien tener unos días de descanso, es bueno tener un propósito claro para esos días. Es más divertido. Y provechoso. Intentaré encontrarlo. De momento, os cuento el último libro que he leído. De Umberto Eco. El filósofo y escritor italiano, piamontés, que para la mayoría de los mortales que ha oído hablar de él está ligado a su novela más conocida, Il nome della rosa. El nombre de la rosa. Aunque la mayor parte de la gente lo que conoce es la película. Que muchos alaban,… pero yo no. Siempre he pensado que su final traiciona buena parte del espíritu de la novela.

En cualquier caso, probablemente una de las obras que, por la edad y el momento vital por los que pasaba cuando la leí, más me ha impactado y marcado. Fue algo así como el principio de mi deriva definitiva ideológica que me sitúo en mi ser adulto frente a la confusión de mi adolescencia y primeros años de juventud. Pero no es que la novela fuera la que me indicara lo que iba a pensar en el futuro. No, lo que me indicó fue, en parte, cómo iba a pensar en el futuro. Así que a Eco le tengo cariño.

Si bien Eco fue nacido en el Piamonte, vivió buena parte de su vida y murió en Milán. De donde traeré algunas fotos, con uno de los temas sobre los que no le faltarían cosas que decir, la autoexposición mediática. Los selfis.

Recientemente apareció de oferta la versión electrónica de esta colección de pequeños ensayos periodísticos, columnas de opinión que tratan sobre temas de actualidad del momento, y que en conjunto podemos decir que nos trazan bastante bien el modo de pensar, abierto y tolerante, del filósofo. Se publicó póstumamente. El escritor lo entregó a la editorial poco antes de morir. Y abarca escritos que prácticamente van desde el 2000 hasta el 2014 o el 2015. No recuerdo ahora si hubo alguno anterior al 2000, ni si llegó a colar alguno del 2016, año en el que falleció el escritor. Política, internet, educación, ética, la sociedad en general,… son los variados temas del libro. Que vienen muy marcados por un penoso fenómeno político y social en Italia, con equivalentes claros en el resto de países europeos, España también, e incluso del mundo; el berlusconismo y la televisión como único espectáculo impúdico al mismo tiempo que única fuente de información para la mayor parte de los ciudadanos. Impúdico no por cuestiones del sexo, sino por la falta de vergüenza de los que allí salen.

Hace un tiempo leí que no tiene gracia leer a aquellos que piensan como nosotros. No nos aportan nada, y contribuyen a afianzarnos en unas ideas, que sin un crítico con quien contrastarlas, se hacen más sólidas, incluso si pueden estar equivocadas. Y sin embargo es lo que hace la inmensa mayoría de la gente. Realimentarse ideológica, filosóficamente, de quienes piensan como ellos. Sentirse seguros. No arriesgar. Y así me he sentido leyendo este libro de Eco. Me consuela pensar, que alguno de los artículo me ha hecho pensar un rato, con alguno he discrepado, y que hay enfoques prácticos que yo orientaría de otras formas. No coincidimos al 100 %. Digamos que al 85 %. Descontando las ideas primarias en las que coincidimos casi todos; el no matarás, no robarás, no mentirás, no… patatín patatán, que forma la base ideológica para una convivencia razonable. O sea un 85 % de coincidencia en las ideas que están por encima de esa línea basal y que son las que marcan las diferencias entre las personas.

Con 500 páginas, es un poco tocho. Más cuando algunas ideas se repiten mucho a lo largo de los textos. Pero bueno, sirva como homenaje, dos años y medio tras su fallecimiento, a un pensador que, no sé cómo sería en realidad, pero a mí me parecía un buen tipo. Y además, fue de los que me enseñó a pensar. Especialmente en la parte en la que es menos natural para mí. Yo soy un chico de ciencias. Y por ende, escéptico, muy escéptico con las propuestas indemostrables que nos llegan con frecuencia de las humanidades. Por lo tanto, que colaborase en mostrarme un camino para poder evaluar esas propuestas… pues está muy bien.