Recién llegado de unas vacaciones por Corea del Sur, utilizaré unas cuantas fotografías de ese país para ilustrar la entrada. Aunque el tema principal va a ser la televisión nipona. Pero arrastro un jet lag de caballo que hizo que ayer por la tarde me quedara dormido en cualquier situación, y que ha hecho que desde las dos de la madrugada no haya pegado ojo. He aprovechado, cuando me he cansado de dar vueltas en la cama, insomne, para levantarme y desayunarme una película de zombis coreana que se estrenó hace unos meses en Zaragoza, Busanhaeng (부산행), traducida como «Tren a Busan», pero que no pude ir a ver. La crítica la puso bien… pero siendo de zombis. Pues oye, quitando unas cuantas ingenuidades argumentales, y que los ataques de los zombis están tratados con una evidente dosis de ironía o sarcasmo, la película está muy entretenida. Y como yo también he disfrutado estos días de los KTX coreanos, muy muy muy muy parecidos a los TGV franceses y a la primera generación de AVE españoles,… pues me ha hecho ilusión.

Una locomotora diésel de aspecto muy norteamericano en la estación central de Seúl el día en que me desplazaba a Busan en un KTX (Korean Train eXpress) similar al que protagoniza la película que he comentado.
Pero hoy me apetece del programa de telerrealidad japonés de Netflix, Terrace House, cuya versión Aloha State se puso a disposición de los abonados hace pocas semanas, y que me merendé en un santiamén antes de salir de viaje. Ya he comentado en alguna ocasión, pero voy a insistir un poco más.
La premisa básica es muy sencilla. Se reúnen a seis jóvenes, tres chicos y tres chicas, entre 18 y 29 años, para que convivan en una casita tipo chalé, muy mona, con piscina. Les ponen un par de coches para sus desplazamientos y… nada más. No hay competición, no hay descalificaciones. No hay producción bajo mano para que haya conflictos. Se les deja que simplemente convivan, mientras siguen a lo suyo. Van a trabajar, a clase, a darse un paseo,… quedan con amigos, entre sí. La vida más vulgar y corriente que te puedas imaginar.
Yo vi primero algún episodio de la entrega anterior, Boys and Girls in the City. Pero allí,… no pasaba nada. No había gritos, ni chulerías. Todo el mundo era extraordinariamente educado. En esa edición, la casa estaba en un barrio de Tokio, y los participantes eran principalmente japoneses, con alguna excepción. Ah, se me olvidaba mencionarlo. Los participantes no están obligados a estar hasta el final. Cuando se cansan o tienen cosas mejores que hacer, se van, y entra otro del mismo sexo a sustituirlo.
Mi primera impresión fue de aburrimiento. Hasta que llegó la segunda edición, la Aloha State, a la que le di una nueva oportunidad. Y entonces me di cuenta. Le vi la gracia. En su levedad, en su «aquí-no-pasa-nada» está el meollo. En esta ocasión, para impulsar el programa a través de Netflix en todo el mundo, y especialmente en Estados Unidos, la casita la pusieron en Oahu, la isla más poblada de las Hawai, con vistas al mar y a la playa. Y el reparto de participantes incluía, además de los japoneses típicos, japoneses residentes en los Estados Unidos, principalmente en el estado de Hawai, personas con algún progenitor no japonés, e incluso una chica norteamericana de origen chino que quería triunfar como modelo y diseñadora en Tokio.
Como digo, con esta entrega le vi la gracia. Vi la primera tanda de ocho capítulos y recuperé la entrega anterior. Con el tiempo, han ido llegando las siguientes entregas, hasta los 32 episodios de esta última edición que ha terminado recientemente, cada uno de alrededor de media hora de duración. En cada uno de ellos se van pasando fragmentos de lo grabado en las vidas de los participantes, los de más interés, y hay tres interrupciones en los que seis comentaristas, también tres mujeres y tres hombres, le dan unas vueltas a lo que sucede. Típicamente en clave de humor y dándole la vuelta a lo que pasa. También hacen un excelente trabajo de guiado para que los televidentes no nipones capten las sutilezas de los usos y costumbres nipones.
Porque todo el mundo es exquisitamente educado. Todos se tratan mutuamente con gran consideración. Pero claro… aunque parece que no pasa nada, donde conviven seis personas pasan cosas. Hay conflictos que poco a poco van surgiendo. Habiendo tres chicas, generalmente elegidas entre mujeres jóvenes que están de muy muy muy buen ver, hay tensión sexual, inicialmente no resuelta. Porque la formación de parejas es una de las expectativas del programa. Pero todo a un ritmo enloquecedormente lento. Ha habido parejas que han tardado semanas en darse la mano. O en darse un besito ligero en los labios. Es obvio que tras las cámaras se animan mucho más… pero todo es muy contenido. Y a la vez muy divertido.
Y los conflictos. Esto es lo mejor. Porque es el reino de los Pasivos-Agresivos. La que se puede montar por que alguien se coma un bistec de otro. O porque una de las chicas sea un poco guarrilla en el baño y no limpie todo lo que deba. O el pavo que suelta eso de «bueno, las chicas harán la comida ¿no?… y se va unas semanas más tarde desesperado porque ninguna quiere saber de salir a tomar un chisme con él. Las mismas que le consuelan con palmaditas cuando se va, con aquello de «amigos para siempre» y esas cosas.
Lejos de las estridencias, de la vulgaridad y la obscenidad mal entendida de la telerrealidad occidental, aquí todo es elegancia y buenas manera. Buen rollo, incluso si te estás despepitando con los más mundanales conflictos de las relaciones humanas que te puedes imaginar. Por eso, no soporto ni de lejos la telerrealidad occidental, y estoy enganchado como un memo con esta «terraced house» de la que ya estoy anhelando una nueva entrega, que no sé cuándo se producirá. Espero que no tarde. Es que me resulta hasta relajante.