Sin duda alguna, Fernando Aramburu es uno de los escritores de moda en España en estos momentos. Son muchos los que comentan el éxito de su último libro… y muchos los que me lo han recomendado. Pero en estos momentos, a punto de poner el blog en modo sólo fotos, leer algo sobre las consecuencias de las tontás identitarias que provocan unos u otros de todo tipo, signo y bandera, y no me refiero solo a los centrífugos, también a los centrípetos, me apetece tanto como que me den de patadas en el borde tibial anterior, o sea, en la espinilla. No obstante, curioso por leer algo del autor, di en encontrar este libro de viajes publicado en 2010, que se me prometía divertido por el sentido del humor que emanaba de sus páginas.

No conozco todos los lugares visitados en el viaje por Alemania, pero algunos sí. Por ejemplo, Bremen, aunque era Brema cuando me contaban el cuento de los músicos cuando era pequeñito.
Este libro está narrado en primera persona por un individuo que supongo cuarentón o a punto de serlo, originario de un país innominado, pero que podemos suponer España, y casado con una alemana, profesora de lengua en un instituto de una pequeña ciudad costera del mar del Norte, en las regiones septentrionales del país germánico por excelencia. Parece que su dedicación habitual es cuidar de la casa y dar clases eventuales de su lengua materna. Cuando arrancan el relato, su esposa, Clara, el nombre del narrador no se menciona, «ratoncito» o «señor Ratón» son su apelativos más habitual, se ha pedido un permiso de sus deberes docentes con el fin de escribir un libro de viajes por el norte de Alemania, con referencias a los escritos por otros literatos alemanes en el pasado. Y ambos van a abandonar su casa durante unos meses. El libro es el relato de ese viaje desde el punto de vista del «señor Ratón» (¿Herr Maus?).

Hamburgo, tanto paseando por la zona portuaria, en el encabezado, como por los barrios del pecado de Sankt Pauli.
Por supuesto, el libro no es un libro de viajes, exactamente. Más bien es un relato humorístico, a ratos sarcástico, a ratos irónico, a ratos paródico y a ratos tierno, de la convivencia matrimonial de esta singular pareja internacional sin hijos. Así como de sus relaciones con grupos familiares o amistosos diversos, a cual más disfuncional y sin embargo típicos.

La hanseática Lübeck, antaño conocida en español como Lubeca.
En un momento dado me planteé hasta qué punto el relato podría ser autobiográfico. Determinadas referencias del relato sitúan el viaje en 2003. Es conocido que el autor está casado con una alemana y vive en Alemania. Cotejé su biografía, y comprobé que hay diferencias notables. El protagonista del libro no terminó sus estudios, y conoció a Clara en una estancia de seis meses en Gotinga para aprender el alemán. El autor estudió filología hispánica en la Universidad de Zaragoza, ciudad donde conoció a la que sería su esposa. Así que, en principio, no. En el fondo, desconozco, puesto que no se narran en sus biografías, las peripecias de su devenir matrimonial.

La coqueta Celle.
El narrador, o sea, la narración, tiene un punto borde. El marido es un cabroncete que aprovecha cada momento para darse la mejor vida que puede ofrecerse, teniendo un punto hedonista que básicamente se expresa por su afición a la comida, la bebida, determinadas partes de la anatomía femenina y el Werder Bremen. La esposa se nos presenta con un carácter seco y dominante, y un tanto neurótica e hipocondríaca, aquejada de fuertes jaquecas cada vez que sus planes se tuercen. No hace falta ser un lince para deducir que el autor está representando la adustez luterana germánica y el carácter irreverente y voluptuoso del catolicismo latino en sendos cónyuges, que entran con frecuencia en colisión, con la frecuencia victoria, al menos aparente, de lo germánico, pero con el latino viviendo a costa de lo anterior. Y a pesar de todo, no falta momentos de ternura, puesto que en realidad, aunque instalados en la rutina por dieciséis años de matrimonio, no pueden vivir separados, y se quieren.

El macizo del Harz, aunque lo que yo conozco no coincide con lo recorrido en el libro.
No estamos ante un libro redondo; tiene algunos altibajos. Redactado con un estilo coloquial, como conviene al narrador principal, tiene momentos de notable hilaridad. Dada mi costumbre de leer en el autobús urbano durante mis desplazamientos por la ciudad, la cantidad de veces que he sido interpelado estos días por señoras de cierta edad que no podían contener la curiosidad por lo que me hacía reír, ha sido notable. Pero también tiene algún momento de bajo, y pasajes en los que el libro se estancaba en una situación determinada, sin un avance aparente. Dicho lo cual, me parece bastante recomendable, es divertido y se lee fácil. Hasta los más reticentes lectores deberían poder con él. Pero me la impresión de que no me prepara para el libro que todo el mundo me recomienda. Creo.

Y terminan viaje en Berlín, aunque el «Monumento a los judíos de Europa asesinados» no debía de estar terminado en la época del viaje.