Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2008), 27 de abril de 2009.
No es frecuente que llegue a nuestras carteleras una película sueca. Y no es frecuente que llegue precedida de cierta expectación. Pero esta es la cuestión con este largometraje del director Tomas Alfredson, que nos llega como adaptación de una novela de bastante éxito en su país y en otros. Y añadamos algo; esta película está particularmente de moda por que últimamente estamos viendo varios intentos de revisitar el género de vampiros. No es mi género favorito, pero… vamos allá.
Por ahí se ha oído que, en realidad, lo de menos es que la niña protagonista sea un vampiro… pues no oiga. No pretendamos llevar la cuestión a un extremo intelectualoide excesivo. Pues sí, la cuestión alrededor de la que gira todo es que la niña protagonista (Lina Leandersson) es un vampiro. Un vampiro que caza, que chupa sangre, que no tiene escrúpulos, que huye de la luz del sol, que carece de elementos éticos de decisión… Nada que ver con los vampiros edulcorados y ñoños que ahora están de moda entre las adolescentes de todo el mundo. No. Muchos de los caracteres básicos del vampiro están ahí. Pero faltan otros. Y son los caracteres que faltan los que dan atractivo al filme. Eso y la perfecta ambientación en el helado invierno sueco en algún momento de los años sesenta. Si yo, con mi cámara de fotos, fuera capaz de recoger en fotos fijas los ambientes que se recogen en este filme, con esos encuadres, con esas posiciones de cámara, con esos desenfoques, con esa iluminación,… me consideraría un fotógrafo realmente excelente. Buenísimo el trabajo del director de fotografía. Pero a lo que vamos.
Los caracteres vampíricos que no están. No nos encontramos con un vampiro guapo, elegante, arrogante, seductor… No. Nos encontramos con un vampiro frágil, amenazado, necesitado de protección. Desarrapado y bajo la forma de una preadolescente enfermiza, incapaz de la más mínima seducción. Y sin embargo seduce al enclenque muchacho de 12 años (Kåre Hedebrant), ese vecino que sufre abusos escolares, inseguro, débil, con un mundo reducido casi por completo a sus separados padres y a un colegio en el que se esmera pero en el que sufre. Y mucho.
Con estos mimbres se construye una historia dura, en la que surge una relación entre los dos adolescentes que tiene que ver mucho con el amor. Un amor extraño, entre personas básicamente solitarias, que viven entre personas también solitarias. Aunque también comprendemos que vemos un final de un ciclo y el comienzo de otro; comprendemos que el vampiro no sólo es capaz de parasitar buscando su sangre nutricia, sino que es capaz de parasitar cautivando voluntades.
Las interpretaciones, sobrias, frías como el gélido ambiente de la película, son sin embargo excelentes. Las miradas de los dos adolescentes protagonistas, especialmente el chico, son taladrantes. Estamos ante ese cine nórdico donde parece que las palabras sobran. Que todo se puede decir con un gesto, con una presencia, e incluso con una ausencia.
Estamos ante un filme duro, pero sumamente interesante. De los que dejan regusto. De los que conforme pasa el tiempo y vuelves con a él con el pensamiento vas descubriendo nuevos matices. Nuevos aspectos interesantes. Yo le pongo un ocho a la valoración subjetiva, lo mismo que a la dirección y a la interpretación. Oye… que me ha gustado.
La foto de hoy, en Finlandia, frente a las costas suecas… que es lo más apropiado que he encontrado.