Periódicamente me doy una vuelta algún domingo por la mañana por el Centro de Historia de Zaragoza, un lugar para la cultura que me agrada mucho, para ver que exposiciones hay en activo. Y es fácil que alguna de ellas me interese. Y este domingo pasado, además de una muestra de instrumentos tradicionales aragoneses, visité una exposición sobre el fenómeno de los quinquis en los años 80. Fundamentalmente, de principios de los años 80.
El final de los años 70 y el principio de los 80, lo que se ha dado en llamar desde el punto de vista histórico «la transición«, me pilló en plena adolescencia. Y recuerdo que por aquel entonces se pusieron de moda los «macarras«. Este apelativo es como otros, por ejemplo rufián, que siendo en origen un sinónimo de proxeneta, especialmente lo de baja estofa, acaban aplicándose a los maleantes de todo tipo, o a individuos chulescos desagradables y con tendencia a la violencia. Cualquier adolescente con pinta de pardillo corría el peligro de ser atracado y de recibir algún sopapo si no se andaba con cuidado por parte de algunos individuos coetáneos o ligeramente mayores. El caso es que eso sólo era un aspecto más de un fenómeno que se dio en el país como un efecto más de la situación económica y social heredada del nefasto régimen franquista; la delincuencia juvenil.
Nunca sabré hasta que punto fue algo realmente importante o preocupante, o simplemente fue la sensación que se produce cuando algo, que ya existía, de repente se conoce por mor de la recién llegada libertad de prensa. El franquismo tuvo muchas miserias que no salían a la luz por la mordaza que imponía el régimen. Pero lo que sí que es cierto es que tuvo una fuerte repercusión en la prensa, en la literatura y, sobre todo, en el cine de la época. Películas más bien malas, que tiraban de actores no profesionales que salían del propio mundillo que querían reflejar, y que alcanzaron cierta popularidad. Pues de todo esto nos habla esta interesante exposición. Así que, los que viváis por Zaragoza, ya sabéis.