Sí. Hay ciudades españolas con núcleos urbanos muy bonitos y con mucha personalidad, especialmente ciudades pequeñas, de interior. Pero las grandes ciudades, aunque puedan tener elementos interesantes que atraigan a visitantes, turistas o lo que sea, suelen tener una acusada falta de personalidad. Y mi ciudad, Zaragoza, es un ejemplo. Como en muchas otras, en las últimas décadas se han hecho esfuerzos para mejorar la «paseabilidad» de la ciudad. Pero muchas veces notas que faltan cosas. O que sobran otras. No percibes la coherencia y armonía de los cascos urbanos en el centro de la ciudad que encuentras en otros países.
La piqueta en los tiempos del desarrollismo franquista hizo estragos. En busca de la «modernidad», se tiraron por los suelos muchos edificios interesantes, para construir, al menor precio posible y sacando el mayor beneficio posible, otros edificios más grandes que en muchas ocasiones podemos calificar simplemente como feos. A mi tía Lola, que vivía en Barcelona, le oí decir en una ocasión que el paseo de Sagasta en Zaragoza era como una paseo de Gracia en pequeño, comparándolo con la conocida vía pública de la capital catalana. Pero es un ejemplo de los estragos que hizo la piqueta. Sigue siendo un paseo agradable, pero con notables engendros arquitectónicos en su recorrido.
La reflexión me viene de unas fotos que hice a finales de agosto, en el eje entre la puerta del Carmen y el Mercado Central por la avenida de César Augusto. Hablo de ellas en La Color Mission es para el amanecer y el atardecer – Minox 35 GT-E con Adox Color Mission. Un eje que, aunque carece de la armonía necesaria, tiene elementos que nos hablan de la ciudad de antaño. Como oí decir a otra persona, Zaragoza no es todo lo bonita que podría es porque no ha necesitado conservar para atraer dinero, y en un momento dado, la burguesía zaragozana, bastante mediocre culturalmente, prefirió el dinero fácil al estilo, la estética y la cultura. Es lo que hubo, y es lo que tenemos.