He de decir que el inglés Ian McEwan es uno de mis escritores contemporáneos favoritos desde que leí Amsterdam hace ya unos años. Desde entonces he leído varias de sus novelas, especialmente de las que ha escrito en lo que llevamos de siglo. Unas me han gustado más que otras, pero todas me han parecido interesantes. Y algunas han sido motivo de mucha reflexión en distintos aspectos de la vida, la mía y de quienes me rodean. Entretenido como narrador, siempre hay profundidad en sus obras para quienes quieran ir más allá en la lectura de un libro.

No he tenido oportunidad de visitar Chesil Beach, aunque no he andado lejos, cuando nos dirigimos hace ya once años a visitar la península de Cornualles. Pero puedo representar ese ambiente melancólico de las costas británicas con unas cuantas fotografías de la playa de Margate.
Hace unos meses me enteré de que estaban adaptando al cine la novela que hoy nos ocupa. Y esto me incentivó para leer esta novela antes de su estreno para enero de 2018. En el Reino Unido… ni idea de cuando llegará a España. Tiene un reparto interesante con la norteamericana de origen irlandés Saoirse Ronan a la cabeza. Actriz que precisamente destacó y se dio a conocer en otra adaptación de una novela de McEwan. Un papel excelente. Lleva tantos años danzando ya esta chica por la gran pantalla que parece mentira que todavía sea una joven de 23 años.
Una edad muy parecida a la de Florence, la parte femenina de una joven pareja de recién casados a quienes conocemos cuando están «disfrutando» de una velada con cena en un hotelito en Chesil Beach en su noche de bodas. A través de sus pensamientos, y de una serie de flashbacks en forma de recuerdos iremos conociendo cómo dos chicos al principio de sus veintitantos, muy enamorados uno del otro, han llegado a un matrimonio para el que poco a poco iremos descubriendo que están muy poco preparados.
Ambientada en un momento de transición, al principio de los años sesenta en el Reino Unido, estos jóvenes se encuentran a caballo entre el conservadurismo y la austeridad propia de los años de la guerra y la posguerra mundial, y los exhuberantes y progresistas años 60 que se empiezan a vislumbrar en el horizonte y que daría lugar al Swinging London y otros fenómenos socioculturales similares. Son dos jóvenes procedentes de estratos sociales distintos, que han llevado una infancia y adolescencia muy distintas, con unos entornos familiares problemáticos pero muy diferentes, y con unas concepciones morales de la vida muy distintas. Y que se aman, pero no se comunican. Y este es el tema principal de la novela. La incomunicación en las parejas, que puede ser especialmente marcada en sus años más jóvenes, donde se atraen por sus físicos por la concepción ideal que tienen del otro. Dice una amiga mía que tuvo la mala fortuna de vivir un matrimonio infeliz que en un momento dado saltó por los aires: «Nos enamoramos mirándonos al culto y las tetas, y nos separamos porque no soportamos mirarnos a la cara».
No desentrañaré cual es el destino de la joven pareja que protagoniza este libro. Durante buena parte del mismo, somos conscientes de que están en un problemático inicio de una relación que necesariamente tiene que pasar la prueba de fuego de la cama. Pero tanto se puede inclinar de un lado de la balanza como de otro. Pueden convertirse en un matrimonio convencional, o pueden ser el inicio fallido de algo que no germinó. El caso es que, aunque hoy en día las cosas se manifiestan de otros modos, el sexo ya no es el trauma que fue en su momento, lo cual no quiere decir que siempre se disfrute con salud y alegría, la incomunicación está ahí, y amenaza la mayor parte de las relaciones de pareja.