Con este libro de Almudena Grandes me pasó una cuestión curiosa. Hace mucho que lo adquirí, en una de las ofertas que periódicamente aparecen en Amazon, en septiembre del año pasado. Si el precio habitual en edición electrónica sobrepasa los nueve euros, a mí me costó algo menos de dos. Pero luego, dada su gran extensión, más de 900 páginas en la edición de árboles muertos, me dio pereza y empecé a demorarlo.
Paradójicamente, a final de la primavera pasada, me dejaron otra novela de la misma escritora, y la leí antes que la que tenía en espera desde meses antes. El caso es que eso me incentivó para afrontar la lectura de esta novela. Como ya comenté en su momento, Grandes es una escritora que me cae bien, pero cuyas novelas no siempre me enganchan o me acaban de convencer. Escribe bien, pero sus historias… no sé como decirlo, pero tienen mejor planteamiento que desenlace, en mi humilde opinión.

La abuela de la protagonista fue de un pueblo de la provincia de Teruel, en la sierra de Albarracín, cuyo nombre no se desvela porque se niega a mencionarlo; tal fue la barbarie de la guerra en esos lugares.
El evidente homenaje a los versos de Antonio Machado que se nos presenta en el título ya hace evidente que Grandes nos va a llevar de nuevo, de uno modo u otro a la nefanda guerra civil que asoló nuestro país, y de la que aun hoy todavía sufrimos sus consecuencias. Por un momento creí que al igual que la novela que leí en junio, también pertenecería a la serie de Episodios de una guerra interminable. Pero no. Esa serie comienza con una novela en 2010, y esta es la inmediatamente anterior de 2007… pero podría entrar, la verdad.
Quizá la gran diferencia es que, aunque con constantes saltos atrás en el argumento que nos llevan a la historia en el pasado de dos familias españolas, Grandes parte de una historia presente, cuando dos descendientes de esas familias, en sus treintaitantos o cuarenta años, ella, de familia republicana, él, de familia que medró con el franquismo, se conocen e inician una relación que les va a llevar a descubrir mucho sobre de donde vienen.
Si hemos de ser sinceros, la dos Españas que es enfrentan en esta novela no es la progresista frente a la carpetovetónica, las izquierdas contra las derechas, la democrática frente a la tiránica, o como lo quiera ver cada uno. Porque Machado dio por sobreentendidas en su poema cuales eran las dos Españas, pero luego algunos hemos tenido la sensación de que el número de dimensiones en este país capaces de matar los sentimientos de un españolito cualquiera es bastante más que dos. En esta ocasión las dos Españas que se confrontan son la de los honrados que van con la cara por delante frente al aprovechado, al chaquetero, al arribista que se arrima al poder y al sol que más calienta. Que carece de ideología, porque lo único que le mueve es el interés personal. La España de los empresarios de la construcción y similares que son amigos de quien toque. Aunque durante décadas tocasen los militares, los obispos y otros poderes fácticos y fascistas. Pero bueno, ahora no le hacen ascos a otras ideologías más «progresistas» si les viene bien.
Nuevamente me ha pasado el mismo fenómeno que con otras obras de la autora. El planteamiento inicial despierta mi interés, vivamente. E incluso el desarrollo de los saltos atrás al pasado lo mantiene durante la mayor parte de la larguíiiiiiiiisima novela. Porque ahí si que le veo un problema a esta obra. Que es larga, pero sin necesidad. En algún momento tengo la sensación de que estoy volviendo a leer algo ya leído, que se me plantea una reflexión que ya se ha dado, que algunas ideas o conceptos se mueven en círculos constantemente sin un avance claro.
Esto lastra especialmente la historia actual. La de la relación entre Raquel Fernández y Álvaro Carrión. Una relación que, una vez que empieza, acompañada de demasiados lugares comunes desde mi punto de vista, avanza en círculos y de una forma un tanto inverosímil. De hecho, llega un momento que pierdes la empatía con este par, y empieza a darte igual lo que les pase. Mientras, se olvida de desarrollar en fondo y forma, aunque se le dedique algún capítulo, al verdadero personaje del corazón helado que da título a la obra, y que, eso sí, permite a la novela obtener un cierre más digno que lo que el romance entre los dos presuntos protagonistas hace presagiar.
Tiene cosas buenas la novela; hay episodios de la historia de los Fernández muy interesantes. Y en la vida del Carrión fallecido, también hay momentos que tienen su miga. El capítulo dedicado a sus aventuras en Rusia es notable. En general, puede resultar del agrado de algunos lectores. Pero para mí, hay algo que falla en el desarrollo y que hace que no acaba de dejar un sabor de boca del todo agradable. En fin. A lo peor es que el raro soy yo.