Pues eso, que por la mañana me he pasado a visitar la Fundación Calouste Gulbekian, que es un sitio que me gusta mucho, donde además de excelente piezas de arte, he descubierto algunas muy divertidas, y donde hay un parque a su alrededor absolutamente encantador, y en el que se rezuma cultura y bienestar por todos los lados.

Qué agradables paseos entre árboles, césped, arbustos, juncos... de todo, en el parque de la Fundación Calouste Gulbekian
Después he cogido el metro para dirigirme hacia el centro. Antes de subir al Barrio Alto, donde tenía la intención de pasear, comer, y volver a pasear, a ser posible en «elevador», he pasado por la Rua de Portas de Santo Antao a ver si todavía estaba la cochambrosa pensión, Residencial Florescente, donde me alojé en mi primera visita a la capital lusa. Y sí. Todavía está. Pero parece que no tan cochambrosa. Incluso parece tener aire acondicionado en las habitaciones. Prefiero no describir el «aire» que teníamos en aquel puente del Pilar de 1990.

En el Miradouro de Santa Caterina, comprobamos que el concepto de antena colectiva todavía no es popular en Lisboa
Tras mis paseos por el Barrio Alto, un viaje en el tranvía de la línea 28, y un paseo por la colina de enfrente. Especialmente por el Castelo de San Jorge y por la Sé, que mira tú por donde hasta ahora no había visitado por dentro. Y el claustro no está mal.
Tras estas visitas, y con un nublado que ha llegado a chispear en algún momento, me he dado una vuelta por la Alfama. Lugar único, al que hay que ir de vez en cuando. Es como pasar a otra dimensión social y cultural. Y con el inefable olor a sardinas asadas. El paseo ha culminado en el mirador de Santa Clara donde me ha sorprendido (gratamente) la puesta de sol, que se ha abierto paso entre las nubes.
Después ya todo ha sido pasear un poco más hasta ir a cenar al Barrio Alto un bacalhau que estaba estupendo. Mañana más.