Es curioso lo de este fin de agosto y principio de septiembre. Desde hace un tiempo, me venía yo alejando de esa manía de estar enterado de todas las novedades en el mundo de la tecnología fotográfica. Qué cámaras hay en el mercado, cuáles son sus características, qué calidad de imagen ofrecen, el ruido,… La verdad es que, satisfecho con los chismes que tengo por casa, que son bastantes demasiados, no tenía yo especial interés en perder mucho tiempo en enterarme de estas cosas.
Pero de repente, un número no despreciable de amigos o conocidos han sentido la necesidad de hacer mejores fotos. Y en general todo ellos bajo la estúpida falsa premisa de que para ello es necesario una cámara más cara, más grande, «mejor»,… Así que he vuelto a sumergirme en el mundo de los chismes fotográficos para intentar ofrecer algún consejo sensato, que racionalizara su inversión gasto. Con poco éxito. Lo cierto es que la mayor parte de ellos no hacen caso. Vienen con un prejuicio, han echado sus ojos sobre algún objeto, y buscan más la confirmación sobre su elección que una nueva perspectiva que le complique la vida al tener que replantearse sus decisiones. Y en realidad, me parece bien esta postura suya. Al fin y al cabo, en el 99,9% de los mortales, una cámara fotográfica es un objeto suntuario; no es una necesidad vital. Y en ese caso, cada uno se compra lo que le da la gana. Faltaría más; forma parte de la diversión. No obstante, siempre me queda la intensa pena de saber que muchos de esos nobles chismes quedan arrinconados en un cajón de un armario, sin cumplir la bella misión que se les encomendó. Tomar fotos.

La Panasonic Lumix LX3 en la Rue du Pas de la Mule, París; la cámara que más he utilizado en los últimos 10 meses
En medio de toda esta historia, ha surgido algo que haya hecho que me empiece un picor en el monedero. Desde hace tiempo soy consciente que cuando salgo de viaje, cuanto menos pese el equipo fotográfico, más a gusto hago las fotos y mejor me salen. Los kilos pesan. También los de los chimes. A París, hace unos meses, y a Berlín, hace unas semanas, sólo llevé la pequeña Panasonic Lumix LX3 y la más pequeña Canon Digital Ixus 860 IS como respealdo. Y estoy contento con las imágenes. A Viena en Semana Santa y a Suiza en Julio, llevé el equipo réflex de Pentax con los pequeños pancakes, ya que abultan mucho menos y son más discretos que el equipo Canon EOS.

Castel Sant'Angelo en Roma, octubre 2008, la última ocasión que llevé de viaje la Canon EOS 40D, en esta ocasión calzada con un EF 50/1,8
Y resulta que ahora sale una nueva generación de cámara pequeñas con grandes captores, que se suponen que van a mejorar notablemente la calidad de las imágenes que se pueden obtener con un LX3. Pero aquí viene la trampa. Hay una calidad intrínseca de la imagen en forma de nitidez, ausencia de ruido/grano, fidelidad del color, etc que tal vez sea mejorada. Pero la composición, el elegir el momento adecuado y el punto de vista adecuado para hacer la foto, saber qué calidad de la luz conviene a un objeto, preocuparse por el momento del día más adecuado para visitar ese sitio que nos interesa retratar,… todo eso depende de las elecciones del fotógrafo, y muchas son independientes de la cámara.
¿Se adaptarán esas Olympus Pen E-P1, o esas Panasonic Lumix GF-1, o esa carísima Leica X1 a las fotos que quiero hacer como sorprendentemente se ha adaptado la LX3, aunque seguro que la «calidad de imagen» que ofrece es menor? ¿Merece la pena el gasto? O acaso quedaré hipnotizado como otros ante el aparato que se configure como objeto del deseo, independientemente de lo que la razón aconseje.
No sé. La respuesta, en los próximos meses. Si puedo, a principios de octubre iré a Sonimagfoto, a Barcelona. Allí, tal vez pueda echar mano de alguno de estos bellos objetos fotográficos. A ver si las sensaciones son buenas. O no.