Antes de entrar en tema de forma detallada, quisiera establecer una serie de hechos.
En primer lugar, las ciudades taiwanesas no son bonitas. Lo que no quiere decir que no sean interesantes. Tienden al caos. A la invasión perpetua del espacio público por la enormidad del número de vehículos, scooters y coches y por los negocios grandes o pequeños que pueblan sus calles. Las aceras han dejado de ser un lugar de paso para ser ocupadas con una serie de trampas constantes para el viandante. Y evidentemente la elevada densidad de población ha llevado a un especulación por el terreno edificable que no favorece la armonía de la ciudad. Pero aquí y allá encontramos los templos; algunos relativamente modernos, otros relativamente antiguos. Y muchos de gran belleza.
En segundo lugar, los viajeros, que somos nosotros, mi acompañante y yo, somos escépticos ante el hecho religioso. Mucho. Lejos de ver las distintas denominaciones religiosas como inspiración de un ser divino o una verdad revelada por un profeta o mesías, las vemos con constructos de la mente humana ante el miedo básico a no ser. A la muerte. A no trascender cuando se acaban nuestros días sobre la faz de la Tierra. Miedos que son aprovechados por una casta religiosa para su propia superviencia. Lo que William H. McNeill en su clásico de los años 70 del siglo XX «Plagas y pueblos» denominaba macroparasitismo de las poblaciones, frente a los microparasitismos de los microorganismos u otros parásitos biólogicos. A partir de ahí, aun con las rivalidades con las que se presentan históricamente, que llegan hasta el conflicto armado, en todas las religiones observamos más afinidades que diferencias.

Templo de Confucio en Tainán.
Pero tomémonos la cuestión con un sentido lúdico. Porque pasear por los templos de las ciudades taiwanesas y observar las actitudes y las costumbres de las gentes es una lección de antropología en sí misma.
Lo primero en lo que hay que aclararse en la denominaciones religiosas que se dan en Taiwán y en general en China. Existe el budismo, como gran religión difundida por toda Asia. Templos con sus orondos budas, sus monjes pidiendo silencio, y una cierta tranquilidad. En algún caso son los más «fotohostiles», prohibiendo las fotografías de determinados lugares. Para una religión que no teísta, es notable el nivel de idolatría que presentan sus fieles ante las figuras de sus budas y bodhisattvas.

Templo Fahua, budista, en Tainán.
Después tenemos un par de escuelas filosóficas que han dado lugar a sus versiones religiosas. Por un lado tenemos el confucianismo, con salones para el culto muy sobrio, muy tranquilos, con pocas o ninguna imagen, y abundancia de citas de las analectas de Confucio. Ya sabéis, aquello del «como dijo Confucio…».

Templo de Confucio en Tainán.
Y luego está lo que las guías llaman templos taoístas. El taoísmo no era propiamente una religión. Impulsada por Lao Tse, es más bien una filosofía de vida. Pero que cuando se ha mezclado con las religiones tradicionales y populares, con el culto a los antepasados, y ha entrado en sincretismo con el confucianismo y el budismo, se ha convertido en un fenómeno religioso de carácter muy popular, donde los elementos de todos los anteriores valen y se integran, y donde gracias a la «inmortalidad» de figuras destacadas, va aumentando el panteón de dioses o inmortales a los que consultar y pedir favores. Sus templos son los más divertidos y animados, y al mismo tiempo, pueden ser muy abigarrados en su decoración. Tanto en sus esculturas, como en sus pinturas.

Templo de la diosa Matsu en Dajia, un distrito de Taichung. Matsu es una diosa o inmortal, protectora de los marineros y otros gremios. «Cumple» un papel similar a la Virgen del Carmen en la religión católica. Hace tiempo que pienso que el catolicismo, a nivel popular, es un politeísmo disfrazado del monoteísmo que proclaman sus castas religiosas.
Los fieles acuden en gran número a los templos taoístas para perdir consejo o favores a sus dioses. Por ejemplo, en Tainán, donde realizamos la más entretenida, divertida e instructiva ruta por templos de todo el viaje, encontramos el templo de la Señora Linshui, una mujer legendaria que llegó a la inmortalidad, y es tradicional protectora de los niños y las madres. Allí encontramos abundancia de madres embarazadas, abuelas y parejas pidiendo por una maternidad sana y sin problemas. Como ofrendas, a veces, chucherías.
No muy lejos de allí, caminando un ratito, llegamos al templo de Dongyue, deidad a caballo entre la guerra y el ultramundo. Lugar donde hablar con los antepasados fallecidos, o de pedir favores al dios, de quien se dice que nunca los niega. Allí presenciamos todo tipo de ceremonias. Algunas parecidas a exorcismos. En otras, los fieles construyen maquetas de lo que piden al dios. Y luego las echan en unos hornos para que les lleguen en forma de humo y cenizas. Aquí fue cuando empezamos a reflexionar sobre la presunta «espiritualidad» de Oriente frente al «materialismo» de Occidente. Especialmente cuando vimos a unos padres pedir para sus hijas un marido rico, que les comprase una casa enorme y con un coche de lujo, a ser posible alemán, dado el anagrama que la maqueta lucía en el capó. Pura «espiritualidad». Como decía mi madre, «por la calle van diciendo que poco nos llevamos todos».
Llama la atención la convergencia en otros aspectos entre las distintas religiones. Los efigies que en determinado momento se convierten en los equivalentes a los gigantes de nuestras fiestas populares.
También la imaginería terrorífica de los castigos y penas infernales para los pecadores, llenas de torturas que harían las delicias de cualquier aficionado al Sado-Maso. Y que encontramos también en los martirios y en las representaciones del infierno de las iglesias cristianas.

Interior del dragón en la Pagoda del Dragón en Lianchihtan (estanque del Loto) de Kaohsiung.
Y luego está lo de hablar con el dios y preguntarle por la buena suerte o por la conveniencia de establecer negocios, o emprender actividades, o casar con alguien, o lo que sea… a través de las varas de la suerte o de las piedras en forma de media luna. Si estas caen con las caras convexas enfrentadas, el dios dice sí, si aparecen con las partes cóncavas o rectas enfrentadas, el dios dice no, y si aparecen las caras convexas en el mismo sentido, el dios se río DD. Bueno… si no nos responde lo que nos gustaría, todo es cuestión de ir rezando más fuerte y volver a intentarlo hasta que salga lo que nos gustaría…
En fin. No me voy a extender más, que bastante llevo. Supongo que la visión de lo que uno percibe visitando estos templos es distinta según la forma de pensar de cada cual. Personas más religiosas o supersticiosas, más proclives al pensamiento mágico, lo vivirán de otra forma. Pero es así como lo vimos nosotros. Que como he dicho al principio, partimos de una visión escéptica del hecho religioso.